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El
gusano de fuego En una época actual marcada por el estigma del
SIDA, John Cunningham se
gana la vida como psiquiatra especializado en “terapia de reencarnación”. Su alter ego es Jack
Cannon, escritor de novelas de horror, que planea
utilizar el material del último paciente, Tony Smith -aquejado de una impotencia derivada del miedo al
SIDA-, para su próxima novela. John no cree
realmente en la reencarnación sino que utiliza la regresión a vidas pasadas
mediante hipnosis como medio de aflorar problemas reales, que el sujeto
extrapola a existencias anteriores e inventadas por su subconsciente. Como en
un juego de cajas chinas, Tony comienza a desgranar diversas vidas pasadas, siempre
en los alrededores de la localidad costera de Tynemouth,
profundizando en el origen de su problema: ·
En la década de los 50, Ted y Gavin (alter ego de Tony)
son amigos pese a su diferencia de edad. Ambos muchachos comparten carácter
retraído y, en el caso de Gavin, reprimidas
tendencias homosexuales. Aprovechándose del despertar sexual de su amigo, Gavin le incita a visitar una cueva conocida como el Agujero de Jingling
Geordie, en la que sienten una presencia
ominosa durante su esporádico encuentro sexual. A las pocas semanas, Ted empieza a padecer síntomas cada vez más claros de
embarazo, situación a la que planean poner fin ideando una especie de aborto.
Pero la monstruosa criatura que da a luz no pertenece a nuestro
espacio-tiempo, un ente primigenio capaz de atraer a la roca y para siempre a
aquellos que toca en la mente. ·
Tony es ahora Harry Bell
en 1843. Su perspicacia le ha llevado a seguir hasta la misma cueva a un
buscavidas y un famoso domador, que apuestan desalojar al monstruo para
repartirse sus riquezas. Allí su mente es tocada
por el extraño ser; desde entonces, como Gavin,
sentirá hasta su muerte una irresistible atracción hacia la cueva, que le
impele a cumplir un avieso objetivo: forzar en ese lugar a su novia. ·
Robert de Neville (que es Harry,
Gavin y Tony) es heredero
de un señorío en 1314. Secuestra a un alquimista para que fabrique oro y,
aunque la empresa tiene éxito, provoca un desastre que libera a una criatura
elemental invocada por el fuego alquímico, una especie de salamandra o gusano
de fuego. Dada la complejidad del caso, John
decide comprobar la veracidad de los datos facilitados por su paciente. Tanto
Ted como Gavin existieron
realmente, entonces ¿conocía Tony la historia o hay
algo verídico en su participación? Por otra parte, el relato es demasiado
poderoso como para que el morboso Jack permaneciera
al margen, así que interviene con intención de lucrarse personalmente. El
desenlace se complementará con otros personajes secundarios pero necesarios,
en una conclusión compleja articulada como un perfecto mecanismo de
relojería. Ian Watson es sin duda un autor para minorías. Su originalidad, inconformismo y
complejidad –argumental, no formal- le hacen incompatible como producto convencional.
Tampoco parece gozar del favor de premios y galardones, que apenas adornan su
currículo (British Science
Fiction por El
modelo Jonás, Apollo francés por Empotrados). Entonces, ¿por qué está
considerado por la crítica internacional como uno de los mejores autores de
género? Quizá porque probablemente lo sea, y así lo ha entendido Equipo Sirius que no ha tenido inconveniente en incluirlo en
una colección donde es excepción entre autores de habla hispana. Watson no hace ascos a
tratar ciertos temas considerados esotéricos y, por tanto, tradicionalmente
ajenos a la temática de género (reencarnación, OVNIS en Visitantes Milagrosos); tampoco se arredra ante argumentos
especialmente complejos como los modelos de lenguaje (Empotrados) o de muy difícil inclasificación, como El jardín de las delicias o Carne. Todos ellos títulos ciertamente
sorprendentes, a contracorriente. Incluso su incursión en el terreno de la
franquicia con la Trilogía de la Inquisición no puede calificarse como
ortodoxa. En este libro mezcla elementos de horror, ciencia ficción y ficción
histórica, con nociones de psiquiatría, alquimia, hipnosis… A su término, que
gustará más o menos, el lector podrá comprobar cómo los personajes han sido
encajados perfectamente en diferentes épocas, reiterando roles y experiencias
(no sólo Tony sino también el resto de personajes
que le acompañan: John, su madre y la secretaria,
todos atraídos hacia el área de influencia del misterioso gusano). De forma
paralela, se reiteran miedos y mitos característicos: el temor al SIDA
transmutado del miedo a la guerra nuclear, el fantasma que oculta un tesoro o
la piedra filosofal. A decir verdad, el relato gira siempre en torno a la
psique y el subconsciente; así, si el monstruo (que siempre es invocado por una
pasión extrema: deseo salvaje, loca avaricia, la sangre o locura), representa
un problema latente, un análisis freudiano básico indica que la cueva es la vagina y el gusano el pene, y ambos deben reconciliarse
para que el problema quede resuelto. Pero no sólo Tony posee
claros problemas psicológicos. John utiliza a Jack como su particular válvula de escape. Si al
principio no está claro si posee una personalidad disociada o se trata de una
forma de organizar el tiempo entre dos trabajos diferenciados -aunque los
diálogos interiores hagan sospechar lo primero-, la historia de Tony provoca el golpe de timón definitivo para que la
personalidad de Jack termine imponiéndose. Es
interesante comparar este argumento con novelas como La mitad oscura, de Stephen King, donde aparece también un escritor que comparte
su tiempo escribiendo novelas de horror; si en la novela de King el protagonista refleja un horror más íntimo,
Watson utiliza sus personajes como un
catalizador que le permita aflorar la historia, que por otra parte
recuerda/homenajea al clásico La
guarida del gusano blanco, de Stoker. Otro interesante aspecto colateral del texto
consiste en apreciar los efectos que la psicosis ante el SIDA ha provocado en
la sociedad. Indudablemente, las costumbres han cambiado: se retorna a un
puritanismo forzoso, la vestimenta evita prendas insinuantes (incluso se
impone el velo que evite picaduras de mosquitos), el reclamo sexual
desaparece de la publicidad, desciende el número de mascotas y se acentúan
otros valores como salud, familia o realización personal. El sistema médico
se tambalea al ritmo de la economía mundial en una “visión empobrecida de un
futuro xenófobo poblado de muerte”. Pero no todo es perfección en la novela. La
historia de Harry Bell
posee digresiones y aburridos interludios que inciden en aspectos sociales y
políticos de una época convulsa, tan innecesarios como largos y mal digeridos
(a ratos parecen insertos de la Enciclopedia Británica). Sucede lo mismo con
la historia de Robert de Neville
y sus luchas políticas, en donde se muestra una imagen poco ortodoxa del
sabio mallorquín del siglo XIII Ramón Llull.
Watson pasa de lo trascendente a lo
irrelevante, quizá procurando ofrecer un toque realista a sus personajes,
pero incurriendo en ocasiones en el peor de los pecados del narrador: aburrir
soberanamente. Pese a una portada digamos que mejorable (cuando
menos, se ajusta al argumento), la edición española a cargo de Transversal
puede calificarse de notable. La traducción destaca por el elevado número de
notas a pie de página, que aclaran satisfactoriamente los complejos juegos de
palabras y referencias culturales empleadas por el autor; no obstante,
incurre en errores menores que un corrector de estilo debiera haber evitado,
como olvidar traducir palabras (“Algeria”, “abjecto”) o justificar el uso del original en otras (“seance” por
sesión de espiritismo, “reverie”, “blazer”).
Como curiosidad, la historia de Ted y Gavin posee entidad propia (“La cueva donde Geordie gimió”, Gigamesh 22) y
sirvió al autor para, un par de años después, extender a novela el relato
publicado en 1986 en la revista británica Interzone. Valoración:
7,5 |
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