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Amada
de los dioses Javier Negrete es un escritor que
no desea encasillarse. De hecho, aunque la mayoría de su producción pueda
englobarse dentro de la categoría de ciencia ficción (con las aventureras Estado crepuscular y Nox Perpetua, o las más ambiciosas El mito de Er,
Lux Aeterna y La mirada de las furias, sin olvidar su aportación dura en Buscador de sombras), ha tocado diversos géneros como la fantasía
(La espada de fuego), la novela
juvenil (Memoria de dragón) e,
incluso, cierto nivel de experimentación (La
luna quieta), todas ellas con notable acierto. Historias que transcurren
siempre dentro de un escenario fantástico, dotadas de un notable afán por la
narración de viajes y aventuras, muchas veces enriquecido con elementos
tomados de la mitología o las grandes sagas épicas. Pero
en este libro Negrete da un golpe
de timón y cambia radicalmente de registro. Aunque sigue escribiendo novela
de género, la temática ya no tiene prácticamente nada que ver con las
historias que le estamos acostumbrados a leer. Sería interesante conocer las
razones que impulsaron un giro así: ¿reto personal, deseo de experimentación,
evitar encasillamientos, atractivo del premio o la temática…? En cualquier
caso, es irrelevante a la hora de valorar el resultado, un escrito de aspecto
mercenario con el que quizá probarse como escritor generalista (sin conseguirlo del todo, como veremos). Digamos al
menos que la novela quedó finalista del premio La Sonrisa Vertical de novela erótica 2003, por un jurado
compuesto por el cineasta Luis García
Berlanga y los escritores Almudena
Grandes, Juan Marsé,
Rafael Conte
y Eduardo Mendicutti.
Premio que, por cierto, ha sido suprimido este año (para que luego se hable
de la maldición de los escritores españoles de género). El argumento
reza así: un tribunal ateniense formado por quinientos varones más uno debe
juzgar a la bella cortesana Nerea, amante del traidor Alcibíades, acusada del
delito de soberbia y sacrilegio por prestar su cuerpo como modelo para una
estatua de la diosa del amor Afrodita (acusación nada baladí para la época,
puesto que contrariar a los dioses estaba penado con la muerte). Mientras
escucha con oídos adormecidos la acusación, rememora su vida: sus orígenes
humildes en una isla de pescadores, donde ya de niña despuntaba por su
lozanía y coquetería, los primeros escarceos amorosos, su despertar a la
adolescencia de la mano de un trotamundos, el rapto por unos piratas con tan
sólo doce años de edad para ser vendida como esclava, la iniciación en la
profesión más vieja del mundo en la casa de la meretriz Mírrina,
el descubrimiento del amor, su paso de porne
(aprendiz) a hetaira (cortesana de elevada
consideración social), la promesa hecha a la diosa que cambiaría su vida,
etc. En
paralelo, Negrete hace pasar a su
personaje por todos los estadios del sexo según el canon occidental
contemporáneo: exhibicionismo en su tierna infancia, voyeurismo
cuando contempla al dios Pan poseyendo a una dríade o ninfa del bosque, el
descubrimiento de su propio cuerpo, los placeres solitarios, el idílico
desfloramiento, el placer heterosexual, el amor lésbico, el contacto divino. Nerea se convierte pues en
hilo conductor, excusa argumental para vertebrar un conjunto de escenas
subidas de tono, planteadas de forma simple, sin demasiada imaginación, y
rebosantes de un erotismo fácil. La intención es vender sexo incluso por
encima de la historia, imagino que con intención de superar el listón exigido
por las bases del premio, aunque como resultado se resienta no sólo la
integridad del relato sino el propio estilo del autor. De
hecho, uno de los teóricos atractivos de la novela (además de la temática
erótica) consiste en la recreación histórica de la Grecia clásica, que el
autor ya había utilizado en mayor o menor medida en anteriores ocasiones.
Desgraciadamente, la descripción de la metrópoli de Atenas, con sus
costumbres, intrigas, personajes singulares y problemas diarios es solventada
a base de gruesos brochazos, sin profundidad. Tampoco aprovecha el momento
histórico en que se ubica la novela, un período de crisis en el que el
dominio ateniense del Egeo sufre un profundo declive tras sus derrotas
militares. En cambio, Negrete
prefiere centrar su libro en su único personaje, una mujer –casi un
arquetipo- que en la sociedad machista y clasista de su tiempo quiso sacar el
máximo partido a la vida sin que le importara valerse de su físico. Es más,
lo que empieza siendo una especie de don del que todos desean aprovecharse
termina siendo un arma con la que doblegar las hipócritas voluntades de la
época. La
intromisión del elemento fantástico aparece bajo la apariencia de personajes
mitológicos. ¿Se trata por tanto de una novela fantástica? Sólo si entendemos
la mitología como parte de la literatura fantástica, algo a mi entender
demasiado forzoso. Los encuentros entre mortal y numen (Pan, Zeus, Afrodita)
revisten forma de nuevos contactos sexuales, hasta que en uno de ellos la
diosa del amor le confirme su destino. Así, cuando el autor afirma que “es la amada de los dioses porque ha estado
demasiado cerca de ellos y comprendido demasiadas de sus miserias”, no
hace sino confirmar otro de los muchos elementos desaprovechados de este
relato supeditado a un interés espurio. Pero
las escenas libidinosas no siempre funcionan. Pasajes elaborados y con cierta
carga poética se alternan con otros francamente soeces, rudimentarios, faltos
del menor tacto. La etapa infantil de Nerea se trata con la mayor delicadeza
con tal de evitar en lo posible los riesgos de la pederastia (de acuerdo, no
es nuestra época pero tampoco estamos ante una novela histórica sino un
producto consumista actual), los primeros escarceos amorosos se narran con la
inocencia que merecen, pero a continuación se alternan escenas de diversa
sutileza que culminan en el momento álgido de la novela: el anhelado
reencuentro con Alcibíades, que no es más que un catálogo de baja pornografía
por más que abunden eufemismos como “posthe”
o “choiríon”.
Asimismo, debieran haberse evitado exasperantes reiteraciones, como las
escenas donde la protagonista se pellizca senos y pezones, o se refiere al
“botón del placer”. Por
último, digamos que salvo el largo interludio central que rememora su vida,
la narración transcurre en presente, para denotar incertidumbre por la suerte
a correr por la veleidosa cortesana. A pesar del veredicto, cumplido ya su
destino entre los mortales, el desenlace no deja lugar a dudas de que la
bella Nerea, como Aquiles y tantos otros amados por los dioses, está fuera de
la justicia humana y bajo la protección eterna de los dioses. Un momento
épico reforzado con un epílogo final de Plutarco
que, me temo, se diluye en medio de la irregularidad anterior. Valoración:
6 |
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