Amada de los dioses
Javier Negrete
Editorial Tusquets – La sonrisa vertical
Novela. Inédita. Junio 2004
194 páginas. Precio: 13 €

 

 

Javier Negrete es un escritor que no desea encasillarse. De hecho, aunque la mayoría de su producción pueda englobarse dentro de la categoría de ciencia ficción (con las aventureras Estado crepuscular y Nox Perpetua, o las más ambiciosas El mito de Er, Lux Aeterna y La mirada de las furias, sin olvidar su aportación dura en Buscador de sombras), ha tocado diversos géneros como la fantasía (La espada de fuego), la novela juvenil (Memoria de dragón) e, incluso, cierto nivel de experimentación (La luna quieta), todas ellas con notable acierto. Historias que transcurren siempre dentro de un escenario fantástico, dotadas de un notable afán por la narración de viajes y aventuras, muchas veces enriquecido con elementos tomados de la mitología o las grandes sagas épicas.

 

Pero en este libro Negrete da un golpe de timón y cambia radicalmente de registro. Aunque sigue escribiendo novela de género, la temática ya no tiene prácticamente nada que ver con las historias que le estamos acostumbrados a leer. Sería interesante conocer las razones que impulsaron un giro así: ¿reto personal, deseo de experimentación, evitar encasillamientos, atractivo del premio o la temática…? En cualquier caso, es irrelevante a la hora de valorar el resultado, un escrito de aspecto mercenario con el que quizá probarse como escritor generalista (sin conseguirlo del todo, como veremos). Digamos al menos que la novela quedó finalista del premio La Sonrisa Vertical de novela erótica 2003, por un jurado compuesto por el cineasta Luis García Berlanga y los escritores Almudena Grandes, Juan Marsé, Rafael Conte y Eduardo Mendicutti. Premio que, por cierto, ha sido suprimido este año (para que luego se hable de la maldición de los escritores españoles de género).

 

El argumento reza así: un tribunal ateniense formado por quinientos varones más uno debe juzgar a la bella cortesana Nerea, amante del traidor Alcibíades, acusada del delito de soberbia y sacrilegio por prestar su cuerpo como modelo para una estatua de la diosa del amor Afrodita (acusación nada baladí para la época, puesto que contrariar a los dioses estaba penado con la muerte). Mientras escucha con oídos adormecidos la acusación, rememora su vida: sus orígenes humildes en una isla de pescadores, donde ya de niña despuntaba por su lozanía y coquetería, los primeros escarceos amorosos, su despertar a la adolescencia de la mano de un trotamundos, el rapto por unos piratas con tan sólo doce años de edad para ser vendida como esclava, la iniciación en la profesión más vieja del mundo en la casa de la meretriz Mírrina, el descubrimiento del amor, su paso de porne (aprendiz) a hetaira (cortesana de elevada consideración social), la promesa hecha a la diosa que cambiaría su vida, etc.

 

En paralelo, Negrete hace pasar a su personaje por todos los estadios del sexo según el canon occidental contemporáneo: exhibicionismo en su tierna infancia, voyeurismo cuando contempla al dios Pan poseyendo a una dríade o ninfa del bosque, el descubrimiento de su propio cuerpo, los placeres solitarios, el idílico desfloramiento, el placer heterosexual, el amor lésbico, el contacto divino. Nerea se convierte pues en hilo conductor, excusa argumental para vertebrar un conjunto de escenas subidas de tono, planteadas de forma simple, sin demasiada imaginación, y rebosantes de un erotismo fácil. La intención es vender sexo incluso por encima de la historia, imagino que con intención de superar el listón exigido por las bases del premio, aunque como resultado se resienta no sólo la integridad del relato sino el propio estilo del autor.

 

De hecho, uno de los teóricos atractivos de la novela (además de la temática erótica) consiste en la recreación histórica de la Grecia clásica, que el autor ya había utilizado en mayor o menor medida en anteriores ocasiones. Desgraciadamente, la descripción de la metrópoli de Atenas, con sus costumbres, intrigas, personajes singulares y problemas diarios es solventada a base de gruesos brochazos, sin profundidad. Tampoco aprovecha el momento histórico en que se ubica la novela, un período de crisis en el que el dominio ateniense del Egeo sufre un profundo declive tras sus derrotas militares. En cambio, Negrete prefiere centrar su libro en su único personaje, una mujer –casi un arquetipo- que en la sociedad machista y clasista de su tiempo quiso sacar el máximo partido a la vida sin que le importara valerse de su físico. Es más, lo que empieza siendo una especie de don del que todos desean aprovecharse termina siendo un arma con la que doblegar las hipócritas voluntades de la época.

 

La intromisión del elemento fantástico aparece bajo la apariencia de personajes mitológicos. ¿Se trata por tanto de una novela fantástica? Sólo si entendemos la mitología como parte de la literatura fantástica, algo a mi entender demasiado forzoso. Los encuentros entre mortal y numen (Pan, Zeus, Afrodita) revisten forma de nuevos contactos sexuales, hasta que en uno de ellos la diosa del amor le confirme su destino. Así, cuando el autor afirma que “es la amada de los dioses porque ha estado demasiado cerca de ellos y comprendido demasiadas de sus miserias”, no hace sino confirmar otro de los muchos elementos desaprovechados de este relato supeditado a un interés espurio.

 

Pero las escenas libidinosas no siempre funcionan. Pasajes elaborados y con cierta carga poética se alternan con otros francamente soeces, rudimentarios, faltos del menor tacto. La etapa infantil de Nerea se trata con la mayor delicadeza con tal de evitar en lo posible los riesgos de la pederastia (de acuerdo, no es nuestra época pero tampoco estamos ante una novela histórica sino un producto consumista actual), los primeros escarceos amorosos se narran con la inocencia que merecen, pero a continuación se alternan escenas de diversa sutileza que culminan en el momento álgido de la novela: el anhelado reencuentro con Alcibíades, que no es más que un catálogo de baja pornografía por más que abunden eufemismos como “posthe” o “choiríon”. Asimismo, debieran haberse evitado exasperantes reiteraciones, como las escenas donde la protagonista se pellizca senos y pezones, o se refiere al “botón del placer”.

 

Por último, digamos que salvo el largo interludio central que rememora su vida, la narración transcurre en presente, para denotar incertidumbre por la suerte a correr por la veleidosa cortesana. A pesar del veredicto, cumplido ya su destino entre los mortales, el desenlace no deja lugar a dudas de que la bella Nerea, como Aquiles y tantos otros amados por los dioses, está fuera de la justicia humana y bajo la protección eterna de los dioses. Un momento épico reforzado con un epílogo final de Plutarco que, me temo, se diluye en medio de la irregularidad anterior.

 

 Valoración: 6

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