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La
dama número trece Salomón Rulfo, profesor
de literatura desempleado, comienza a sufrir pesadillas en las que una mujer
reclama su ayuda mientras es brutalmente asesinada. Constatada la veracidad
del crimen, y alentado terapéuticamente por su médico, decide visitar la
mansión madrileña donde tuvo lugar el hecho, a la puerta de la cual encuentra
otra testigo. Este inicio, que
podría corresponder a un nuevo thriller plagado de clichés de género, no es más que la
punta del iceberg, un resumen de contraportada que no hace justicia a la
historia que se oculta en su interior. Por ello, el lector haría bien en
adentrarse en el sutil universo ideado por Somoza
sin ideas preconcebidas, para así descubrir que las musas son en realidad
trece damas que bajo determinadas condiciones interaccionan con el mundo de
los hombres, obedeciendo oscuros propósitos absolutamente contrarios a los
que los poetas imaginaron. En efecto, en compañía de tres personajes muy
dispares pero que comparten fracaso e indiferencia por su vida, constataremos
cómo las damas coexisten en nuestro plano de la realidad y aquellos que osen
interferir en sus manejos sufrir toda clase de tormento; porque la poesía,
además de crear belleza, puede ser utilizada como arma mortal. Son el poeta
Salomón Rulfo, hundido tras la muerte de su
prometida Beatriz dos años atrás; el doctor Ballesteros, hombre cabal cuyas
ganas de vivir expiraron con la muerte en accidente de tráfico de su mujer; y
Raquel, prostituta de oscuro pasado y dudoso presente. La obra gira en torno
a un misterioso objeto hallado en el acuario de la finada, una figura con la
palabra Akelos escrita al dorso y que conduce a la
búsqueda de la dama número trece, Saga. José
Carlos Somoza es autor de
un elenco de obras estimables, la mayoría galardonadas en los principales
certámenes literarios del país: Café Gijón, La Sonrisa Vertical, Fernando
Lara, Miguel de Cervantes de teatro, Margarita Xirgu
de teatro radiofónico, finalista del Nadal, etc. Podemos considerarlo como un
literato de nuestro tiempo, puesto que aúna alta calidad literaria con un
producto de entretenimiento atractivo para un público amplio. Así, en la
novela encontramos elementos que hoy se nos antojan patrimonio casi exclusivo
del BestSeller: intriga en la investigación de una
cadena de asesinatos, truculencia –sin caer en el vano deleite- en el relato
de los crímenes, atracción por los pasajes más sórdidos de los personajes,
intromisión de fuerzas sobrenaturales… pero, bajo todo ello, subsiste la
esmerada laboriosidad de un maestro artesano. Su manejo del lenguaje es excepcional; no sólo
emplea la palabra más adecuada a contexto (el famoso dardo en la palabra), sino que busca el término exacto que
describe un concepto complejo. Sus descripciones y metáforas son
elegantemente poéticas, ingeniosas, bellas. Su prosa elevada pero accesible.
Su sentido del ritmo magistral. Tratándose de una investigación de tintes fantásticos,
uno de los elementos que mejor se ha cuidado es el clima: los momentos de
angustia y tensión son constantes, hitchcockianos, en escenas como el sueño revelador, la
entrada a la mansión o el descubrimiento del imago,
por citar algunos iniciales de entre la multitud de ejemplos; son momentos de
ambigüedad que generan nuevos enigmas que impiden la vuelta atrás de los
protagonistas. Un recurso muy utilizado para reforzar la afirmación anterior
es la introducción de frases (en cursiva) que rompen el discurso lineal en
presente, para denotar pensamientos íntimos de los personajes, recuerdos,
acontecimientos futuros o intromisión del elemento sobrenatural. Una técnica
sorprendente y rica, que antepone la sugerencia a lo explícito. Porque ese es otro detalle característico del
particular estilo del autor: la economía, que se refleja especialmente en los
frecuentes diálogos, prácticamente siempre manejando solo dos personajes.
Como lo es el tratamiento de personajes, magníficamente retratados con delicadas
pinceladas, sin estridencias, con cariño; personajes que alterna con maestría
en base a bruscos cambios de escena, en un nuevo intento por romper la
dictadura de la narración lineal. Aunque la idea central de la novela no sea
exactamente una aportación novedosa (el propio Somoza cita una obra de
Robert Graves), su originalidad proviene de la elegancia con que urde
una trama en la que la literatura irrumpe en la cotidianidad de unos
personajes unidos finalmente por la sed de venganza, un complejo puzzle que
se va complicando hasta extremos insospechados, metáfora del poder de las
palabras, la ilusión del libre albedrío y el efímero esplendor de humanos e
incluso inmortales. O, en palabras tomadas del Inferno de Dante: lasciate ogne speranza. Una obra sobresaliente. Valoración:
9 |
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