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Máscaras
de matar Confieso que me acerqué a este libro por dos
motivos fundamentales: obviamente, haber obtenido el I Premio Minotauro de
Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción, y ser escrito por León
Arsenal, uno de los mayores y mejores estilistas del fantástico actual.
Supongo que esto es una especie prejuicio, positivo pero prejuicio al fin y
al cabo; como lo es mi aversión a la mayoría de obras clónicas de fantasía
heroica, subgénero al cual se adscribe la novela. Así que me encontraba ante
un bonito conflicto de intereses; afortunadamente, Arsenal pocas veces
ha defraudado las expectativas y la obra no puedo por menos que calificarla
como original y meritoria. El libro se inicia con un prólogo cuyo objetivo es
ubicar sociohistóricamente al lector en el enclave
de Los Seis Dedos, región agreste e indeterminada habitada por un mosaico de
pueblos, tribus y clanes que conforman una compleja organización social. El
recurso se revela muy útil para zambullirse directamente en la narración y
evitar posteriores explicaciones o notas a pie de página que pudieran romper
el ritmo narrativo; además, presenta la ventaja añadida de constituir un
pequeño resumen introductorio al libro, útil para
el tribunal calificador del Premio (brillante, León). El hombre-lobo Corocota,
al servicio del Alto Juez, debe calzar de nuevo la máscara de matar para
cazar la cabeza de la bruja Tuga Tursa, culpable
del incendio y saqueo de un santuario sagrado (*). Pero este hilo no es más
que la excusa argumental para presentarnos el rico mundo de Los Seis Dedos,
principal protagonista del libro junto a sus peculiares costumbres y rituales
en torno a la guerra, los duelos y la muerte (no en vano la principal etnia
se llama arma). Al mismo tiempo, en
las llanuras colindantes un enorme ejército se subleva contra el dominio
hegemónico de los armas, con la
temida máscara del Cufa Sabut
a la cabeza. Junto a Corocota, sus dos amigos Palo Vento y Cosal se verán
arrastrados a la guerra por diferentes motivos, uniendo sus suertes en
cruentas batallas y separándose cuando sus respectivos cometidos así lo
requieren. Una novela coral, con multitud de personajes secundarios que
adquieren relevancia en determinado momento del curso de la acción, para ser
luego desbordados por nuevos acontecimientos. Arsenal, narrador nato y apasionado de la novela de aventuras, construye su
historia engarzando diversos elementos literarios bajo una prosa elegante y eficaz,
al servicio de la narración de aventuras, del placer de contar historias,
dignificando un subgénero habitualmente menospreciado por la crítica. Para
ello describe un mundo singular pero factible, regido por sus propias reglas
internas, exóticamente atractivo para el lector. Su adscripción al subgénero
de Fantasía Heroica (al igual que otros títulos señeros de actualidad, como Canción de Hielo y Fuego, de George R.R. Martin)
le obliga a respetar unas determinadas reglas de juego: utilizar estereotipos
de personajes de acción, cruentas escenas de batalla, magia oscura,
ambientación colorista… pero siempre desde el homenaje y con argumentos
sorprendentemente maduros, perfectamente accesibles para el público lector en
general. Si a ello unimos una cuidada edición en tapa dura y sin apenas
erratas, éste podría constituir uno de los títulos emblemáticos de la moderna
literatura fantástica. Debemos advertir que el discurrir de la novela no es lineal; además, diversas tramas se suceden y compiten entre sí a cargo de varios narradores, lo que provoca cierta dificultad para su seguimiento. Esta complejidad aumenta la riqueza del libro pero le resta fluidez, que es uno de los objetivos principales. No obstante, el autor se permite incluir aquí y allá leves pinceladas de su genialidad, especialmente en el uso de las elipsis o en detalles como una escena en flash back donde intercala diálogos en presente para denotar que realmente se trata de una conversación entre dos personajes. Muchos son los elementos destacables en la novela.
Por citar algunos, además de la riqueza de la ambientación o el uso del
lenguaje (con uno de los castellanos más perfectos y adecuados a contexto),
destacan las escenas de combate: narradas con todo lujo de detalle, con
abundancia de léxico y salvajemente atractivas; de hecho, prácticamente todas
las escenas relevantes reflejan lucha o enfrentamiento, aunque no siempre
haya derramamiento de sangre. La descripción física de personajes (no tanto
de caracteres, bastante homogéneos) es un elemento mimado con esmero: muchos
acostumbran a vagar desnudos, pero ricamente cubiertos de joyería, armas o
pintura, además de portar las omnipresentes máscaras. Como anécdota, en una
ocasión un personaje se queda prendado de la belleza de una máscara de oro de
una vieja prostituta sagrada, mientras hace caso omiso de su bella
acompañante completamente desnuda pero de bajo rango; esta escena refleja
también dos hechos relevantes: que en este mundo apenas existe lugar para la
sensualidad o el amor, y que la riqueza material es secundaria frente a
valores como el valor, el orgullo o la lealtad. En todo momento existe un sutil juego de poder y
manejo de información privilegiada entre las muchas y siempre enfrentadas facciones que pueblan este agreste lugar del mundo,
generalmente a través de secundarios. Seguirles el juego apostado en uno u
otro bando puede ser costoso, pero todo un desafío. El estoicismo ante la
vida y la muerte, el respeto al valor de amigos y enemigos, la importancia de
la soledad y la desconfianza que ayuda a mantenerse vivo convierten los
diálogos en instrumentos filosos, extremadamente directos. Arsenal
construye su mundo piedra a piedra, tanto lo que se ve como lo que no. Otro de los elementos destacables en este tipo de
novelas es el mapa. Sin él resulta difícil que el lector se desplace con
comodidad a la par que el personaje al que sigue sus pasos y en esta novela
se revela, una vez más, pieza fundamental (aunque se eche de menos uno de la
ciudad de Minacota, donde transcurre buen parte de
la acción). Como mandan los cánones, la toponimia –al igual que los nombres
de personajes- es exótica pero coherente con el dibujo de situación. Que, por
cierto, es trasgresor y de influencias netamente españolas; así, sorprenden
detalles como que una bruja baile una jota delante de sus enemigos, que
determinado personaje utilice castañuelas, o se usen abanicos para espantar
el calor, hechos que a priori parecen bordear el ridículo pero que el autor
logra dotarles de sorprendentes connotaciones capaces de vencer el
escepticismo del lector y salir claramente airoso. Aún siendo una novela de fantasía, el elemento
fantástico es sutil y poco explícito. Salvo por los dragones de río (una
especie de cocodrilos gigantes) y una anecdótica bestia mitad mujer mitad
serpiente, apenas aparecen referencias –al margen de las máscaras de poder- a
una magia oscura, poderosa y arcana que despierta recelo y temor entre los
supersticiosos lugareños; de hecho, aún siendo muchos los personajes que se
presentan como brujos, brujas, hechiceros y ogros, pocos de sus actos se
conducen como tales sino simplemente como guerreros. Personajes nómadas en su
mayoría, pues la aventura parece conllevar implícita el cambio constante de
lugar y ambiente. Pero, si debemos destacar un elemento por encima
del resto, ese es, obviamente, el uso de máscaras. Empleadas para la
materialización de determinados roles, una misma persona puede utilizar
varias e, igualmente, una máscara ser utilizada a lo largo del tiempo por
diferentes portadores, cada uno de los cuales dejará en ella su impronta
personal. Su porte puede influir e incluso cambiar la personalidad del
portador, llegando las más poderosas a la completa anulación y sustitución
por la personalidad conjunta de sus anteriores portadores. Por otra parte,
existen máscaras forjadas específicamente para determinados personajes y
fines; así tenemos la famosa Cufa Sabut y la Máscara Real sobre la que orbita la novela. A
imagen de las máscaras se construye la organización social arma: pueblos y tribus son soslayables por los ferales o clanes, es decir,
puede nacerse en una determinada tribu pero la verdadera pertenencia a grupo
se da entre ferales:
hombres-lobo (cazadores de cabezas), serpiente (guerreros), león (clase
dirigente), pero también avispa, leopardo… todos y cada uno de ellos
ataviados con elementos (ropa, armas, máscaras) característicos que los
hermanan con su animal epónimo. No obstante lo anterior, no todo es absolutamente
perfecto en el libro. Por una parte, el autor se limita a dotar de empaque
literario a una obra de género, respetando sus reglas de juego pero sin
innovar ni aportar elementos realmente novedosos. Existen momentos en los que
el ritmo decae bruscamente (tras la batalla principal, cuando uno de los
protagonistas consigue su objetivo) que tarda en recuperar. Además, la
excesiva reiteración del mismo arquetipo físico (guerrero/a musculoso,
desnudo, de piel aceitada y ardientes ojos azules, portador de media armadura
al estilo arma y defensas lacadas) provoca cansancio. Por otra parte, sin ser
absolutamente necesario, la novela carece de cualquier atisbo de
trascendencia, si exceptuamos una tal vez algo forzada lectura en clave
política: el portador de la Máscara Real (el villano que se subleva contra el poder de la etnia dominante)
encarna el ideal de unificación del territorio bajo una misma ley que permita
la convivencia pacífica, una especie de Rey Arturo que para sus bárbaros
detractores sólo acarrea uniformidad y pensamiento único. La Máscara Real simboliza por tanto el avance de
la civilización (con todo lo bueno y malo que conlleva) a unas tierras
dominadas por el ilusorio ideal de libertad individual (defendida por los ferales armas,
en realidad férreos sistemas de castas); el aparente triunfo de la anarquía,
las fuerzas de la naturaleza, el politeísmo, el destino y el azar no ocultan
la supremacía de la etnia dominante no sólo en Los Seis Dedos sino en toda su
esfera de influencia. Pero la novela logra esquivar el calificativo de reaccionaria cuando uno de los personajes
afirma que: “la lucha nunca acabará
pues la Real encarna ideas y los hombres se enfrentan por ellas”. Una
lectura apasionante y con varios niveles de complejidad. (*) Hecho que, por cierto, no dudan en emular los
protagonistas en el desempeño de su cometido Valoración: 8 |
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