Mystes
Título Original: Mystes
Autor: Víctor Conde
Editorial: Minotauro
Colección: Pegasus
Tipo de libro: Novela inédita
Fecha de publicación: Junio 2004
Precio: 16,50 €
Páginas: 220
Formato: Rústica con solapas
ISBN:
Premios: finalista del premio Minotauro 2004
Comentario:
El argumento de esta novela, finalista del I Premio Minotauro de Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción, remite de forma clara a la mitología griega, concretamente al mito de la Esfinge que propone un acertijo al viajero y es devorado por ésta si no lo resuelve correctamente. Demasiada coincidencia para un premio y una colección denominada precisamente Minotauro, pero dejemos la especulación y centrémonos en el libro.
En primer lugar, llama poderosamente la atención la portada en chillones tonos amarillos. La leyenda a modo de subtítulo: “Resuelve el enigma de la Xfinge... o muere” no sólo no es acertada sino que recuerda (imagino que a sabiendas) aquellas novelitas juveniles de multiaventura tipo elige-tu-propio-final, lastre que este libro no se merece.
Estructuralmente, la novela se articula en dos partes, más un prólogo y epílogo enlazados, ubicados eones en el futuro y donde moran entes cuasidivinos al estilo de Olaf Stapledon. Las citadas dos partes también se sitúan en un futuro distante pero todavía humano, donde ciencia y metafísica se unen de forma inextricable. Como suele ser habitual en el autor, la trama es compleja y difícil de sintetizar: un alto funcionario debe acudir a un planeta para ocuparse de los rumores sobre la aparición de una nueva Xfinge, reliquia matemática encerrada en un cubo de material desconocido cuyo descifrado en anteriores ocasiones propició relevantes avances tecnológicos (1). Norte, un Mystes o humano entrenado para resolver el misterio de la Xfinge, inicia en paralelo la búsqueda. Ambos personajes están llamados a enfrentarse para dilucidar el futuro de la raza humana.
Conde suele complicar sus tramas ubicándolas en remotos futuros, en los que el coqueteo con la metafísica proporciona una sensación de ajenidad cercana al conocido shock del futuro. Su endiablada imaginación y poderosa imaginería visual le permiten desplegar toda una suerte de artilugios que hacen posible, por ejemplo, el viaje cuántico, que implica la resurrección de organismos vivos en otro lugar del espacio-tiempo. Para ello se sirve de una increíble capacidad para el neologismo, hace gala de un conocimiento multidisciplinar (con detalles sobre filosofía, fenomenología o aeronáutica), o intercala aquí o allá gotitas de humor surrealista, como en la chispeante conversación entre un personaje y una bomba inteligente. De esta manera logra alternar pasajes oscuros con otros plenos de acción, que terminan por atrapar la atención del lector.
Ciertamente, en este libro Conde madura como narrador, se le nota más suelto, con escasos altibajos de ritmo y manteniendo, pese a sus evidentes limitaciones como estilista (2), la misma ilusión de su primera novela. Otro de sus rasgos característicos es su deuda para con la «Space Opera» y la ciencia ficción "pulp": fiel a las raíces más autorreferenciales de la ciencia ficción, fija la meta en conseguir el alabado sentido de la maravilla, poblando las páginas de criaturas extraordinarias (como esa generatriz insecto), lugares maravillosos (como las ciudades platelminto), o conflictos a escala cósmica. Pero esa fidelidad al canon de la Edad de Oro de la ciencia ficción puede convertirse en uno de sus mayores problemas, pues limita el público objetivo al sector más fiel de aficionados al género.
Por último, es notoria la afición de Conde por el homenaje. Si los primeros pasajes de su anterior novela, «El tercer nombre del emperador», recordaban al clásico «Dune», en ésta resuenan con fuerza ecos de «Hyperion» (del que se confiesa profundo admirador). Así, el libro comienza exactamente igual, con un embajador tocando el piano en un navío estelar que es interrumpido por un mensaje procedente de los mundos de la Rejilla Pancultural (Hegemonía), en el que se le advierte del peligro de la aparición de la Xfinge (Alcaudón en las Tumbas del Tiempo); sustitúyase la amenaza de los rebeldes esfingistas por los enjambres éxter, los engramas del ordenador de Norte o la IA que controla la ciudad platelminto por las inteligencias artificiales del Tecnonúcleo, y obtendremos un cuadro perfectamente equivalente.
El final, metafórico y circular, es quizá el mayor acierto de la novela, al mostrar hasta cuatro niveles de realidad: el mundo digital, el real, el plano de las ciudades platelminto y la Xfinge. A pesar de todo este ambicioso despliegue de pirotecnia, «Mystes» no pasa de ser una novela agradable sin mayores visos de trascendencia, que cosechó una justa recompensa: ser finalista del premio nacional más importante del circuito fantástico.
(1) Como la cura de enfermedades o la clave para la construcción de las ciudades platelminto, orgánicas y con capacidad autoregenerativa, en las que moran millones de seres humanos.
(2) Debiera mejorar, por ejemplo, en el retrato de personajes, pero sobre todo en el manejo del lenguaje: arriesga mucho y sus adjetivos y sustantivos no siempre son adecuados a contexto. Domina el diálogo (algo que le hermana con otros narradores natos, como Rodolfo Martínez) y sabe hacer buen uso del tempo narrativo, pero le convendría evitar las tentaciones de su vena melodramática y folletinesca. Igualmente, sería bueno que estableciera una limitación en el uso de la tecnojerga o el alargamiento innecesario de hilos sin ninguna relevancia para el desenlace final (caso de la historia sobre la enfermedad de los hijos de la madre insecto o la hija del milagrero, un entreacto absolutamente interminable).
Valoración: 6,5