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Punto
Omega ¿Cómo valorar de forma global un libro tan
sorprendente, denso e irregular como éste? Es irregular porque posee varias
partes muy diferentes y un dispar acabado formal; es denso porque desarrolla
una larga trama de difícil síntesis, que se va complicando exponencialmente;
y es sorprendente porque extrapola con valentía la aplicación de una
revolucionaria teoría científica a la sociedad de nuestro tiempo. Por otra
parte, aunque pueda parecer trivial, siempre he pensado que cuando hablamos
de literatura de ciencia ficción, tres son los elementos a tener en cuenta en
la ecuación: ciencia, ficción y literatura; si falla la ficción el libro
debiera haber sido escrito en clave de ensayo o divulgación científica; si
los aspectos científicos o especulativos no están bien desarrollados no es
buen texto de género; y si flojea el componente literario, no es buena
literatura. Por ello, aplicando la máxima, podemos concluir que estamos ante
un buen libro de ciencia ficción, que no de literatura de ciencia ficción.
Pero desgranemos pormenorizadamente cada uno de estos componentes. En el aspecto argumental, Borja Bohigues es un joven investigador del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC), conocido y respetado por la comunidad
científica. Al iniciarse el relato, el proyecto que dirige es cancelado
debido a una supuesta desintegración del material objeto del estudio, un
exótico compuesto de origen desconocido y propiedades desconcertantes
bautizado con el acertado nombre de Camaleón. Dicho material es capaz de
fusionarse con tejido orgánico y ceder a éste sus características, de forma
sólo explicable bajo el paradigma de la ingeniería genética. Cuando agentes
del servicio secreto del estado (CESID) confisquen todo el material
relacionado, clasificándolo como secreto para la seguridad nacional, cobra
forma la sospecha de una trama gestada al más alto nivel. Esta parte de la
novela, escrita a caballo entre la corriente hard del género (es decir, respetuosa con el estado actual del
conocimiento científico) y el tecnothriller, reproduce el esquema de una investigación
científica: dar palos de ciego hasta encontrar un patrón lógico que pueda
resolver las incógnitas planteadas. Sin embargo, escenas como la reunión
secreta con supuestos agentes del CESID en la que éstos revelan el increíble
comportamiento del compuesto o la mencionada conspiración subyacente lo
asemejan demasiado a un capítulo de Expediente
X. Paradójicamente, el componente
científico-especulativo no aparece hasta después de un brusco punto de
inflexión, que divide la novela en prácticamente dos: un capítulo que
presenta la Teoría del Punto Omega formulada por el físico Frank. J. Tipler.
Esta teoría describe un nuevo modelo cosmológico, indemostrable a la luz de
la física actual, pero que día a día parece cobrar más adeptos entre la
comunidad científica, probablemente porque intenta aunar racionalismo y
divinidad según una visión optimista de la ciencia y el progreso humano.
Según ésta, el destino del universo es colapsar en un único punto
espaciotemporal, el Punto Omega,
donde vida y universo convergerán. Ese Punto será por tanto indistinguible de
la imagen que poseemos de Dios, es decir, omnipotente y omnisciente, y su
objetivo principal será alterar las condiciones iniciales del universo para
que la nueva realidad sea posible. La novela utiliza la premisa de que esta
teoría es corroborada empíricamente; evidentemente, el autor no se detiene en
ofrecer exhaustivas explicaciones, sino que se concentra en detallar las
profundas transformaciones que este hecho ha deparado en el mundo, entre
otras y como principal la instauración de la Iglesia del Punto Omega, de
poder omnímodo y fines cientifistas, cuya
generalización conduce a una utopía del pensamiento científico positivista:
la paz mundial, el fin de los fundamentalismos y educación y progreso a
escala planetaria. El problema para aceptar esta transición es que el
autor hace trampas. El lector, al igual que el atribulado protagonista, termina la primera parte
interrogándose acerca de qué organización posee un poder capaz de suplantar a
todopoderosas agencias gubernamentales y organizar un complot semejante, al
tiempo que después de las citadas explicaciones es aceptado de forma natural.
Se hurta este conocimiento al lector para dar un giro inesperado a la novela,
cambio que lleva aparejado un diferente tono y propósito en la narración: si
en la primera parte prima la descripción de la labor científica, en la
segunda el objetivo es desentrañar el enigma que supone la Iglesia del Punto
Omega y su relación con el extraño material que parece desafiar la
consistencia de la Teoría, utilizando como excusa el secuestro de una
colaboradora infectada por dicho compuesto. Además, es inverosímil que Borja
concentre un círculo de amistades que se revelará clave en el discurrir de la
novela: la hija del jefe, un acaudalado ayudante con laboratorio propio donde
trabajar en secreto cuando el proyecto se cancele, una amiga ginecóloga que
en determinado momento le dará paso al quirófano de urgencias (¡!),
enamorarse de la hermana de ésta que casualmente
trabaja para la Iglesia, conocer a un periodista que investiga la citada
institución y que le facilita un contacto interno o, sobre todo, ser viejo amigo nada menos que del
responsable del Dpto. de investigación en Inteligencia Artificial en la sede
de la Iglesia en París; francamente demasiado. Pero donde flojea indefectiblemente la novela es
en el aspecto literario. Del Barco centra sus esfuerzos en hilar una
trama de creciente complejidad, con una prosa funcional, diálogos solventes
e, incluso, personajes con cierta profundidad psicológica pese a caer dentro
del estereotipo (el protagonista líder, el jefe, la colega enamorada, el
confidente anónimo, la chica mala que termina siendo buena, el guía
espiritual… ), pero sus carencias como prosista son evidentes: las
descripciones, sobre todo físicas, son lamentables; las escenas harto
tópicas, de lentitud exasperante o demasiado melodramáticas, abusando de
anécdotas personales con las que pretende ofrecer mayor realismo pero que ralentizan
el ritmo; los momentos de ambigüedad sumamente ingenuos; comete errores
propios de escritor amateur, como obligar a los científicos a explicarse a sí
mismos las características del Camaleón como medio de informar al lector o no
saber utilizar cuando es preciso el cambio de escena (obviando así capítulos
absolutamente superfluos, como el que describe la búsqueda de la clave de
acceso a un ordenador portátil… ¡sin éxito!). Las contradicciones argumentales
son clamorosas; así, por ejemplo, la novela se ubica en el año 2021, pero en
cierto momento un investigador recupera una grabación reciente datada el 3 de
abril de 2011; Borja comenta que su madre murió al nacer él, pero en un
recuerdo de infancia la sitúa en la cocina; se dice que fue imposible obtener
huellas de los presuntos agentes del CESID porque tuvieron cuidado de no
tocar nada, pero uno de ellos utilizó en su presentación el mando de un
anticuado proyector de diapositivas; o cuando cierto personaje muere, el
asesino le roba el CD de datos… ¡pero olvida su ordenador portátil! Por otra
parte, tratándose de un libro actual que incide en aspectos tecnológicos,
resulta imperdonable la existencia de anacronismos como diskettes,
grabadores de CD, chats de texto y hasta módems (en
pleno año 2021) porque “las conexiones
por cable sólo están disponibles para grandes ciudades como París”. Esta
corrección también debiera haberse extendido a ciertos aspectos de estilo,
errores de puntuación y erratas tan evidentes como que el apellido del
protagonista pase de Boigues en las escenas
iniciales a Bohigues. Enrique
del Barco es doctor en Física y actualmente
trabaja como investigador en el Dpto. de Física de la universidad de Nueva York. Esta es su primera novela y evidentemente está lejos
de ser perfecta. Salvando cierto recelo por el ambiguo texto de
contraportada, el interés por el libro crece según avanzan las páginas,
pasando de lo cotidiano a lo trascendente en esta interesante novela de
ciencia ficción que el aficionado no debiera dejar desapercibida. El autor
expone con competencia y espíritu divulgativo argumentos relacionados con
diversas disciplinas científicas: inteligencia artificial, vida artificial,
biología, colonización estelar, ingeniería genética, adaptación humana a entornos
hostiles, teoría de mundos múltiples… A pesar de sus carencias de estilo, no
faltan los pasajes memorables (como la desorientación que acompaña al
capítulo donde se repiten los hechos ocurridos el día anterior) o de
brillante dialéctica, como cuando enfrenta diversas teorías del pensamiento
–en especial la de la Evolución- a la luz del nuevo paradigma. Y el final
propone un nuevo e insospechado giro, arriesgado para una extensión como
novela, pero coherente y sumamente atractivo. Como crítica final, unas líneas que sólo debieran
leer aquellos que han terminado la novela: durante la mayor parte de la
misma, el autor expone sin maniqueísmos las bondades que la centralización de
investigaciones dirigidas a la consecución del Dios-Omega ha supuesto para el
mundo, ante las que el protagonista sólo puede oponer su férreo
individualismo y desconfianza en una imagen demasiado sectaria de la ciencia.
Era preciso demonizar a la Iglesia del Punto Omega
(cuya comparación con la cienciología es evidente)
para ofrecer un final acorde con la forma de pensamiento occidental
políticamente correcta: anteponer la imperfección de la diversidad al
totalitarismo globalizador, la libertad frente a la
comodidad, el libre albedrío frente al determinismo. Igual suerte corre el
Dios de Tipler (al fin y al cabo un dios maquinista que promete una eternidad
artificial), justificando la desviación de los fines utópicos iniciales por
la acción de un agente inorgánico que libere al Hombre de cualquier asomo de
maldad. Una solución demasiado fácil, tendenciosa incluso, con tal de evitar
caer en la paradoja de mostrar una sociedad durante muchas páginas demasiado
perfecta pero hecha realidad por mediación de una secta calificada como
destructiva. Valoración:
6,5 |
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