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Sherlock Holmes y la
sabiduría de los muertos Rodolfo
Martínez es un narrador polivalente. Por una
parte, supedita su estilo a la fluidez de la narración, sin florituras que lo
hagan visible para el lector; por otra parte, una y otra vez demuestra su
capacidad para desenvolverse con marcada solvencia en diversos géneros: cyberpunk, Space Opera, psicothriller… o, como en este caso, el pastiche,
homenajeando al que sin duda es uno de los personajes más carismáticos de la
literatura y por el que siente una profunda admiración: Sherlock Holmes. La primera edición del libro (publicada por la
Fundación Dolores Medio) incluía
únicamente la novela homónima y el relato final pero el editor, con buen
criterio, ha añadido una novela corta para completar su -hasta ahora- corpus holmesiano. Por otra parte,
éste declara en la solapa: “Rodolfo
Martínez ha hecho del mestizaje
de géneros una de sus principales marcas de fábrica”, afirmación que
puede malinterpretarse como que el autor va
por libre cuando no es ni mucho menos así: si algo respeta son las
convenciones de cada género, sin intentar trascenderlos o reinventarlos sino,
simplemente, utilizarlos. De hecho, su única contribución personal se limita
a dilucidar algunos puntos oscuros de la biografía del dúo protagonista, en
un alarde de erudición y respeto por el canon holmesiano. El libro es un juego que mezcla realidad y
ficción, en un intento por embaucar al lector planteando no sólo una historia
coherente sino incluso proponiendo la existencia real de unos personajes
(impagable sir Arthur Conan Doyle como agente literario de Watson)
cuyos actos traerán consecuencias a nuestro mundo; por tanto, el papel del
autor se reduce al mero traductor del relato escrito por Watson. Ya he comentado la absoluta fidelidad al estilo
del cronista oficial del excéntrico detective londinense. Además, el autor
intercala giros y modismos propios de traducciones antiguas (como ese
magistral “lanzarse tras el husmillo”); sin embargo, una revisión de estilo
debiera haber eliminado pequeñas erratas o incoherencias, como sustituir “por
cuatro perras” por “un puñado chelines” (más adecuada a contexto),
“Maharabata” por “Mahabharata”, tildar un anglicismo (úlster) o fechar la
edición castellana del Necronomicon
en el siglo XVII (evidentemente se trataría del XVI, si John Dee la tradujo
de tal edición en 1571). Por último, las notas finales del libro son
absolutamente recomendables, amplían cuestiones relacionadas y aumentan la
sensación de verosimilitud del
texto (en ellas se incluye un curioso fragmento de caso inédito en el que un
joven Jorge Luis Borges saca a la luz una errata de uno de los relatos
canónicos de Conan Doyle); por el contrario, se han eliminado las
notas correspondientes a la primera edición, que desvelan interesantes
aspectos sobre algunos personajes. En resumidas cuentas, una recuperación
necesaria dada la escasa distribución anterior y un nuevo libro del escritor
gijonés (y van tres este año, dos de ellos reediciones, un hecho insólito)
tras un periodo de baja producción, que le sitúa como uno de los autores más
editados de los últimos años. Ambos lo merecen. Valoración:
7,5 |
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"La sabiduría de
los muertos", de Rodolfo Martínez (Premio Asturias de novela 1996) Un anodino acto público (*) pone sobre aviso al
genial inquilino del 221 B Baker Street. Tras iniciar pesquisas, Holmes descubre
la pertenencia del orador a una oscura logia de carácter esotérico, que
conspira por obtener el más poderoso de los grimorios: el Necronomicon o Libro de los Muertos;
adicionalmente, halla un enigmático mensaje en clave sobre el que girará el
resto del relato. Una lucha de privilegiadas mentes en torno a un diabólico
plan que, paradójicamente, exige que Holmes fracase para que el mundo eluda
un gran peligro. Por necesidades del guión, un Watson octogenario
(1931) transcribe a papel el caso sucedido casi cuarenta años atrás (1895),
por lo que resulta factible que Holmes y la estirpe Lovecraft pudieran
dirimir sus fuerzas. La acción se sucede sin tregua y sin más pausas que las
que exige la más estricta etiqueta victoriana, con curiosos cameos como la breve aparición de su
hermano Mycroft (del servicio secreto de su Majestad), un siniestro doctor
chino o el padre del que sería famoso detective americano Philip Marlowe
(pero la nota más sugerente aparece en el relato final, donde se deja caer
que Holmes se ocupó del caso del asesino de White Chapel). Con una sorprendente fidelidad al ambiente y
caracteres de los personajes, Rudy logra captar el interés del lector
merced al uso del diálogo y ciertos detalles aparentemente anticlimáticos
(como Watson leyendo a Machen o Holmes poniendo en duda la mortalidad
de algunas criaturas). Las frecuentes reflexiones de Watson son amenizadas
con numerosas -yo diría que hasta demasiadas- referencias a casos anteriores,
especialmente al sempiterno profesor Moriarty o los motivos para la
desaparición de Holmes durante tres largos años. Pero no es ésta la única desavenencia con los personajes
originales de Conan Doyle: el Holmes de Rudy es mucho más
visceral, sus comentarios sarcásticos demasiado explícitos (véase cuando
degrada la inteligencia del inspector Lestrade) y la ostentación de su
privilegiado ego muy evidente; en cambio, Watson aparece más sagaz y dado a
la digresión, detalle que el autor achaca a su elevada edad. Sin duda, el caso más extraordinario del genial
detective que sorprende por su gran ingenio, una novela absorbente (en
palabras de Julián Díez: “una de
las novelas más valiosas de los últimos tiempos”), no tan alejada como
pudiera parecer de los temas y preocupaciones recurrentes de Martínez,
a tenor del giro inesperado protagonizado por uno de los personajes
aparentemente secundarios. (*) Todas las pistas parecen encontrarse en la
lectura del Times, claro que sólo
al alcance del ojo entrenado Valoración:
8 |
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"Desde la tierra
más allá del bosque", de Rodolfo Martínez Nuevo coqueteo de Sherlock Holmes con criaturas
fantásticas, esta vez con los personajes de Bram Stoker. La rapidez
con que el adversario de Holmes y su maquiavélico plan quedan al descubierto
(de forma demasiado elemental, incluso para Watson) restan buena parte de su
interés, por lo que la habitual intriga ha de ser sustituida por la búsqueda
del paradero del malvado ser. Novela corta cuya longitud apenas permite
desarrollar los personajes (meros estereotipos, por lo que el lector debe
recuperar su rol de anteriores obras). Posee presentación, apenas nudo y
rápido desenlace (en palabras del propio Rudy: “la tercera y última parte está, lo reconozco, escrita con desgana,
los acontecimientos no presentan demasiado interés y el final resulta
terriblemente endeble”; imposible expresarlo mejor); y, sin embargo, no
carece de interés. Al margen del argumento, está escrita en tres partes: la
primera a modo de crónica según la pluma de Watson, la segunda siguiendo el
estilo del diario del doctor Seward y el tercero mezclando ambos para ir
alternando el curso de la acción de uno a otro. En medio, muestras de ironía
(esas presentaciones a pie de sepulcro o un envejecido Van Helsing hablando
como Yoda) y ponderada utilización de recursos como la suspensión del clímax. Además de pastiche, este relato de incierto título
es lo que los anglosajones denominan cross
over o mezcla de universos. No es una idea absolutamente original, si
tenemos en cuenta que por ejemplo Kim Newman publicó en castellano y dos
años antes su extraordinaria novela Anno
Dracula. Un Drácula que retorna merced a un resquicio ingenioso, aunque
se presente ante los vivos como rubio cuando Stoker hablaba de pelo
gris. Valoración: 6 |
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"La aventura del
asesino fingido", de Rodolfo Martínez Holmes, aparentemente retirado (¡dedicado a la CLONACIÓN
de abejas reina en pleno siglo XIX!), cede el testigo a su amigo Watson para
que investigue un caso de envenenamiento de una mujer recién prometida y sospechosa
de llevar una doble vida. Cuento correcto aunque de escasa entidad, que por
argumento (no es fantástico) es el que más fielmente reproduce el canon
holmesiano. Valoración: 6 |
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