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El
sueño del rey rojo Después de un silencio de varios años, esperaba
con verdadero interés la nueva novela de Rodolfo Martínez. Bien es
cierto que el asturiano ha publicado en lo que va de año dos libros más, en
una gesta no superada por escritor fantástico patrio, pero se trataba de
reediciones, tan interesantes como necesarias. Gigamesh,
hasta el momento poco proclive a autores autóctonos, no tuvo problema en
apostar por él, a tenor de su contrastada calidad y comercialidad. Y, a pesar
de los conocidos retrasos de la editorial, el libro pudo presentarse en su
lugar natural: la Semana Negra de Gijón. Como apunta la presentación, esta novela reúne
muchos de los rasgos distintivos del autor: lenguaje sencillo, ambientación cyberpunk,
personajes de fuerte personalidad enfrentados a un enigma complejo… Por otra
parte, el propio Martínez reconoce que ésta es su obra más
autobiográfica y personal, algo fácilmente constatable
-al menos para quienes seguimos sus abundantes comentarios públicos- en la
forma de ver el mundo o racionalizar conceptos por parte de los
protagonistas. En esta novela Rodolfo Martínez es más que nunca Rodolfo
Martínez, o en palabras de uno de los personajes: “si hemos cambiado, ha sido sólo para ser más nosotros mismos y
refinar nuestras obsesiones”. El problema surge cuando esta recurrencia de
constantes se torna en complaciente repetición, de lugares comunes, esquemas
narrativos, personajes ya tratados, que no aportan savia nueva al acervo
original (sea éste propio o ajeno): hackers,
ciberespacio, una inteligencia artificial enamorada, una conspiración para
dominar el mundo, un personaje con poderes cuasidivinos...
No dudo que para la gestación de esta novela, compleja por el tratamiento
maduro de personajes y peculiar estilo, han sido necesarias muchas horas de
paciente trabajo, pero el resultado cuando menos es dispar. ¿Es, como asegura
su autor, su mejor obra? Sí y no. Posiblemente sea la más elaborada, y para
el lector de género (porque hacia él va dirigida novela, con guiños
constantes) que se le acerque por primera vez seguro que incluso
satisfactoria; pero, para quienes hemos gozado de su obra desde el principio
y prácticamente al completo, los personajes nos suenan conocidos, los
escenarios demasiado arquetípicos,
sin la frescura, vitalidad y atractivo de anteriores trabajos.
Afortunadamente, esto cambia radicalmente en la recta final, donde recupera
su ritmo habitual en un desenlace de implicaciones fenomenológicas que haría
las delicias de Greg Egan.
Todo autor consagrado corre el riesgo de repetir sus fórmulas de éxito, y aún
más en un subgénero tan reacio a la renovación como el cyberpunk; no obstante, el
asturiano ha demostrado en anteriores ocasiones su versatilidad y a buen
seguro sabrá salir de este bache de originalidad (que no de madurez). En lo que respecta al argumento, Lúrquer, Andrea y Alex formaron tiempo atrás un trío de hackers unidos por mucho más que su pasión
por la informática. Muerto Lúrquer en extrañas
circunstancias, su personalidad digital se pasea por la Red buscando en vano a
Andrea, mientras Alex vive encerrado en si mismo maldiciendo su minusvalía
física. Tras una prolongada separación, Andrea visita a Alex para entregarle
un antiguo disco magnético tomado de un muerto sin identificar. Mientras
decodifica el fichero con ayuda de otro hacker
paranoico, Alex revivirá el doloroso recuerdo de su relación con Andrea, su
dependencia del manipulador Lúrquer, su refinada
venganza… hasta que inesperadamente halle en el disco el patrón de
personalidad que empleó para recrear digitalmente a su compañero, una vez que
éste le facilitara unas revolucionarias rutinas de procedencia desconocida y
que a la postre pudieron costarle la vida. La novela avanza renqueante en los primeros
compases, repitiendo una y otra vez los soliloquios de un Alex en segunda
persona, como si pretendiera hablar con alguien (evidentemente, con un Lúrquer no presente). Las frases están pobladas de comas,
abusando de los dos puntos, la conjunción copulativa, del “Sí;” como inicio
de frase… Todo ello altera dos de las características principales de su
estilo: la invisibilidad y la fluidez, y el ritmo evidentemente se resiente. La narración alterna presente (con el enigma ya
resuelto) y pasado (para poner en antecedentes al lector), y las luces y
sombras se suceden: por un lado, se procura no dejar cabos sueltos ni opción
sin explorar en todas sus posibilidades lógicas… pero se pone en boca de
personajes expresiones absolutamente reprobables (en literatura no es
necesario la sinceridad de un enfant terrible para
demostrar que se posee carácter); cuenta con influencias declaradas de Alicia en el País de las Maravillas, El Mago de Oz,
la Biblia… pero toma demasiado descaradamente elementos de largometrajes como
Nivel 13 (simulación informática
que recrea el mundo), Matrix
(virus para apreciar la realidad, realidad en perpetuo cambio de versión, un
elegido títere de una mente suprema, supervisores a lo Mr.
Smith y hasta una escapada a código/balas
ralentizado) o novelas como Ciudad
Permutación de Egan; abundan los
detalles de género negro y escenas de sexo explícito (que recuerde, es la
novela de ciencia ficción de autor español con escenas más subidas de tono),
con metáforas coloristas como representar el intercambio de información o
absorción de código mediante encuentros sexuales… pero las escenas de
ciberespacio son demasiado tópicas. Indudablemente, sobresalen dos elementos: la
magnífica construcción de un puzzle argumental que se va complicando de forma
exponencial hasta alcanzar extremos insospechados (“planes dentro de planes dentro de planes”) y la creación de
personajes complejos en busca de redención; en especial el atormentado Alex,
pero también un Lúrquer siempre en segundo plano, o
Andrea como objeto de deseo a pesar de ser el personaje más fuerte de los
tres. En cambio, el adversario Zoltan baila
demasiado tiempo en la cuerda floja, hasta definirse como un malo de opereta
demasiado satisfecho de si mismo; hubiera sido francamente estimulante
comprobar hasta donde podría llegar un personaje así como altruista salvador
de la humanidad, pero desgraciadamente se opta por la solución más fácil y
rápida. El final abierto es un gran acierto que añade
suspense y prolonga la historia más allá de su punto final. Un libro que
satisfará a muchos pero dejará un regusto agridulce en unos pocos, quizá los
más críticos e interesados en la obra del asturiano. Valoración:
7 |
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