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Libros publicados en 2005

La posibilidad de una isla

La posibilidad de una isla

Comentario:

 

Daniel es un cómico de éxito que ha construido su carrera artística sobre una única premisa: la absurda atracción de occidente por el cinismo y el mal. A modo de monólogo continuo, al estilo “El club de la comedia”, Daniel encadena una serie de reflexiones –ora brillantes ora tediosas- que conforman una especie de biografía o relato de vida, que más tarde será utilizado por sus reencarnaciones futuras para intentar aprehender la esencia del ser humano.

 

En ese incierto futuro su clon, Daniel24, vive una existencia desprovista de pasiones y en completo aislamiento, sin ningún tipo de contacto físico con sus semejantes al margen de la red. Esos neohumanos, creados genéticamente a partir del Daniel original, experimentan una suerte de inmortalidad al contar con la experiencia subjetiva de los 23 sujetos anteriores vertida en otros tantos relatos de vida. O eso es, al menos, lo que acostumbraban a pensar hasta la llegada de Daniel25.

 

Mientras Daniel1 examina diferentes aspectos de su vida, la casualidad hace que entable relación con el profeta de la secta Elohim, que preconiza el origen extraterrestre de la humanidad y la eventual inmortalidad a través de la clonación. Este nuevo hilo hace retomar el interés de la novela en un momento en el que la idea de abandono era más acuciante, dotándola al fin de una línea de acción más o menos regular y un desenlace con sentido. Así, lo que nadie creía posible acaba por convertirse en realidad: la secta demuestra la viabilidad de su técnica de clonación, lo que provoca la caída del sistema tradicional de valores y la implantación generalizada del culto Elohim. Siglos después, tras formidables cataclismos a escala planetaria, el hombre dio paso al neohumano.

 

Afortunadamente, en la época en que Daniel25 empieza su relato de vida aún subsisten algunos hombres retornados al salvajismo. El neohumano siente el hastío de una existencia prestada, la necesidad de calor humano, y toma una determinación que casi hace olvidar páginas y páginas repletas de ínfulas de intelectualidad maldita. Porque el Daniel original resulta ser un personaje cáustico, desagradable y particularmente ególatra, pero cuyo descaro le ha granjeado el éxito y admiración del público como si de un moderno bufón se tratara. Exactamente igual que el propio autor, pues este personaje no puede entenderse más que como su alter ego: un artista de la provocación, un enfant terrible que arremete contra todo y contra todos sin pensar en las posibles consecuencias. El ser humano, dios, la religión, la política, la sociedad, el arte, las relaciones de pareja... todo es motivo de escarnio para su afilada pluma, demostrando una visión tan cínica como desesperada de la vida. Observador impenitente del mundo, sus disertaciones de índole moral reflejan lo voluble de su estado de ánimo y el vacío existencial que lo embarga. Pensamientos que lanza como a borbotones, con frecuencia sin apenas ilación entre sí y con la sensación de improvisación continua.

 

Por otra parte, en sus diatribas no duda en emplear personajes reales de la vida pública y social, fantaseando acerca de acontecimientos y cursos de acción ficticios en un alarde de mal gusto. Pero, sin duda, la característica principal de su inconfundible estilo es la citada provocación. Misógino, misántropo, homófobo, filo-pedófilo, antirreligioso... Su dominio de la palabra le permite salir airoso de afirmaciones sumamente arriesgadas, con las que se podrá estar o no de acuerdo pero que indudablemente buscan por encima de todo el aplauso o la carcajada cómplice. ¿Franqueza, deseo de epatar o pose comercial? Posiblemente de todo un poco; en cualquier caso, su egotismo y verborrea incontenible le permiten alcanzar momentos sublimes e insoportables a partes iguales, convirtiendo su vida en un espectáculo en el que debe interpretarse a sí mismo a cada instante.

 

Llegado un punto, el lector acaba cansado de tanto fuego de artificio y termina por considerar que todos esos circunloquios no esconden más que palabras huecas, pensamientos grandilocuentes pero vacíos de contenido real. Su anhelo de originalidad se torna sello y estigma; cuando tiene éxito (por ejemplo, en los numerosos aforismos del estilo: “la soledad en pareja es un infierno consentido”, “en el mundo moderno ser viejo está prohibido” ó “vivir desgasta”) brilla con auténtica luz propia, pero cuando fracasa el resultado es patético y acaba transformado en el mediocre objeto de su denuncia.

 

Un aspecto destacable de su cualidad provocadora es su presunto machismo. Sin duda, Daniel tiene una perspectiva utilitaria de la mujer y una manera más que soez, pornográfica, de entender el sexo. Pero aunque se erija en una especie de abanderado del retorno del hombre dominante, en una actitud revanchista hacia ciertas formas de feminismo, una lectura atenta revela que ese machismo de salón no es más que un muro de defensa levantado contra el dolor y la humillación que supuso su abandono por parte de una joven amante. Por ello, Daniel sólo cree en el amor incondicional con seres irracionales -especialmente perros-, cuya fidelidad y abnegación tiene asegurados de por vida.

 

Como dato anecdótico, la novela transcurre en España (que el autor conoce sobradamente, aunque ello sea irrelevante para la acción), lugar que define –para variar- como “un país de cultura tradicionalmente católica, machista y violenta… donde la presencia de animales domésticos es relativamente reciente… A los españoles no les gustan nada los programas culturales ni la cultura en general, es un terreno que les parece profundamente hostil; a veces tienes la impresión, cuando hablas de cultura, de que se lo toman como una especie de ofensa personal”. Sobran los comentarios.

 

Michel Houellebecq, conocido internacionalmente por novelas como «Ampliación del campo de batalla» (1994) o «Las partículas elementales» (1998), comparte con autores como Kurt Vonnegut, Jr. su visión trágico-absurda de la vida, aunque sin duda intenta recoger la herencia experimental y antisistema de William S. Burroughs. Plantea ideas sumamente complejas con una claridad meridiana, utiliza un lenguaje preciso saturado de términos procedentes del mundo científico y en su discurso filosófico navega entre el anarquismo y el credo ultraliberal. En esta novela parece haber tomado en serio el anuncio –no demostrado- de clonación humana llevado a cabo por la secta raëliana (aquellos que creen en el advenimiento de los alienígenas Elohim) y extrapolar con ello un posible futuro. Pero Houellebecq no puede evitar ser fiel a sí mismo y llenar el texto con los desatinos supuestamente ingeniosos de un hombre maduro incapaz de asumir su rechazo a envejecer. Un crítico definió este libro como una mezcla de talento y autocomplacencia, una definición que le encajaría como un guante si no estuviéramos ante un perfecto fiasco.

 

Valoración: Regular

 

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