Robert Charles Wilson desarrolla en «Spin» una extensa y ambiciosa novela que brilla por su originalidad. Nos encontramos ante una narración de ciencia ficción sin complejos, que posee también una inusual calidad literaria. Su verosimilitud se basa no sólo en la habitual solidez de la propuesta científica sino, muy especialmente, en la fortaleza de unos personajes excelentemente perfilados, la naturalidad con que se desenvuelven los diálogos y la precisión con que todo ello se aplica a la realidad cotidiana
Spin
Imaginen que una noche las estrellas se apagaran, repentinamente oscurecidas por una misteriosa barrera en torno a la Tierra que fuera, a su vez, una discontinuidad espacio-temporal que provocara que un segundo en su interior equivaliese a 3,17 años en el resto del universo. Imaginen que la humanidad fuera consciente de su propia extinción al término de un lapso equivalente a una generación humana, es decir, unos 40-50 años (3.000 millones de años para el cosmos). Imaginen que la salida al espacio estuviera vetada por unas fuerzas todopoderosas de origen desconocido. ¿Cómo afrontaría la especie humana un acontecimiento así? ¿Sería factible encontrar una solución en tan breve periodo de tiempo? ¿A qué individuos extraordinarios les tocaría en suerte afrontar tamaño desafío? Todo eso, y por supuesto mucho más, es «Spin», novela ganadora del premio Hugo del año 2006.
«Spin» retrata con suma precisión las azarosas vidas de tres personajes íntimamente ligados, más aún desde que, siendo adolescentes, contemplaran juntos el gran acontecimiento que alteró para siempre los designios de la humanidad. En primer lugar tenemos a Jason Lawton, un genio obsesionado con la búsqueda del conocimiento y heredero del imperio corporativo que su dominante progenitor levantara con puño de hierro, quien invertirá toda su existencia en una lucha contra el tiempo para comprender al Spin y ofrecer, acaso, un resquicio de esperanza para una humanidad condenada al ostracismo. Su hermana gemela Diane, una muchacha alegre, sofisticada pero frívola, que se dejará arrastrar por el nuevo fanatismo religioso que desencadena el fenómeno, en gran parte motivado por la falta de afecto en el seno familiar. Por último, el mejor amigo de ambos: Tyler Dupree, que se convertirá en conductor principal de la historia gracias a su condición de confidente de Jason (y, por tanto, observador indirecto de los hechos), mientras mantiene oculto su amor sin esperanzas por Diane. Tres cursos de vida que escenifican espléndidamente la respuesta humana ante el Spin.
Estos tres personajes protagonistas –y muchos otros secundarios- se verán igualmente sometidos a otro fenómeno de la naturaleza: el padre de los gemelos E.D. Lawson, un brillante ingeniero que se enriqueció tras el colapso de la industria aerospacial y cuya influencia y habilidad política lo han situado al frente de la Fundación Perihelio, la agencia gubernamental responsable del control del programa espacial. Jason obedecerá los dictados de su ambicioso padre hasta finalmente ocupar el puesto que ha deseado toda su vida: la dirección de la investigación sobre el Spin. Tyler, en cambio, optará por una existencia anodina como médico, siempre dispuesto a servir como factor de estabilidad al trío en sus puntuales reencuentros.
Mientras, Perihelio descubre el desfase temporal que implica el Spin y planea utilizarlo en su favor para terraformar Marte a distancia y asegurar así la presencia humana en el espacio. Por otra parte, diversas pruebas experimentales certifican que el escudo funciona de manera demasiado selectiva y perfecta para la preservación de la vida en la Tierra (filtra la radiación solar y el calor que llega a la superficie terrestre), lo que demuestra una enorme capacidad tecnológica y una más que probable inteligencia alienígena. Pero, ¿cuál es el plan maestro que les induce a actuar de esa manera?
Robert Charles Wilson desarrolla en «Spin» una extensa y ambiciosa novela que brilla por su originalidad. Alterna capítulos en presente, en los que Tyler y Diane se ocultan de la persecución de los agentes del gobierno en un hotel de Sumatra mientras el primero se recupera de los terribles efectos secundarios provocados por la ingesta de una droga de origen marciano, con escenas más abundantes que transcurren en tiempo pasado e informan al lector -que se sumerge sin previo aviso en una realidad compleja y desconocida- de la cadena de hechos acontecidos.
Se pueden extraer muchas reflexiones de esta magnífica novela. Por ejemplo, para la atribulada población terrestre, el Spin trajo consigo enormes cambios de tipo social. La idea de que, apenas cincuenta años subjetivos después, el sol consumiría su propio combustible y la Tierra podría ocupar una franja del sistema solar incompatible con la vida provocó revueltas y profundas metamorfosis ideológicas, filosóficas y religiosas. El concepto de Spin sirve, pues, de metáfora para ilustrar la sensación de giro descontrolado que conlleva la necesidad de aferrarse a algo (ciencia en el caso de Jason, fe para Diane y amistad para Tyler) con el fin de evitar salir despedidos de la vorágine de los acontecimientos. Por ello, puede sorprender la aparente naturalidad con que la mayoría de la población termina por aceptar esta presencia y proseguir con su devenir diario aún a sabiendas de que no hay un futuro para ellos, un razonamiento por otra parte perfectamente compatible con la lógica humana, capaz de adaptarse a todo tipo de circunstancias por aciagas que éstas pudieran a priori parecer.
Otro tema fundamental en la novela es la nostalgia, cómo el paso del tiempo y las decisiones -acertadas o erróneas- condicionan el futuro de las personas. Esto se aprecia especialmente en el caso de Tyler, acomplejado por ser el “amigo pobre” de la familia aunque no se permita exteriorizar jamás su desencanto, pero también en la tormentosa vida privada de Diane y en el siempre postergado enfrentamiento de Jason con su autoritario padre. En la novela predomina, por tanto, un tono nostálgico que en determinados momentos puede llegar a recordar al mejor Bradbury, acompañado con frecuencia de poéticas reflexiones filosóficas sobre el papel del hombre en el cosmos que harían las delicias de Olaf Stapledon. Wilson, además, consigue hacer universal lo local y su forma de reflejar el mundo evoluciona progresivamente de lo que podríamos denominar una visión típica estadounidense a otra más abierta, compleja, trascendente.
Nos encontramos ante una narración de ciencia ficción sin complejos, que posee también una inusual calidad literaria. Su verosimilitud se basa no sólo en la habitual solidez de la propuesta científica sino, muy especialmente, en la fortaleza de unos personajes excelentemente perfilados, la naturalidad con que se desenvuelven los diálogos y la precisión con que todo ello se aplica a la realidad cotidiana. Pese a la dimensión de los acontecimientos, Wilson elige un enfoque indirecto que le ayuda a reflejar cómo éstos afectan a los individuos, en sus miedos, ilusiones, fe, esperanzas… dando lugar a un texto de cadencia tranquila pero que le permite centrar la tensión dramática de los momentos cruciales sobre el objeto último de su interés: los personajes. Si tuviera que elegir un solo capítulo que sirviera de muestra de todo ello, ése sería sin duda “Instantáneas de la ecopoiesis”, un episodio que merecería ser publicado como relato independiente.
Wilson ya dio muestras de su ingenio en títulos como «Darwinia» (1988, premio Aurora y finalista del Hugo), «Los cronolitos» (2001, premio Campbell Memorial) y «Mysterium» (1994, Premio Philip K. Dick). Para el lector de estos libros, el desenlace de «Spin» podría suponer una auténtica revelación (o, quizás, todo lo contrario). Emotivo en lo personal, este escritor californiano afincado en Canadá recupera el sentido de la maravilla de la mejor ciencia ficción para conformar la que hasta el momento es, a mi juicio, la novela de género del año, una obra perfectamente recomendable para un lector no especializado. Habrá que estar muy atentos a la publicación de su continuación, «Axis» (2007).