José Miguel Vilar-Bou escribe una novela de extraordinaria contundencia, descarnada, realista y, a la vez, metafórica, en la que no es necesario ahondar en detalles para encontrar similitudes con el reciente conflicto bélico de los Balcanes. En «Alarido de dios» encontramos la denuncia del sinsentido de la guerra, de la barbarie fraticida, del odio que alimentan los ultranacionalismos excluyentes, del abuso de poder, del traficante que se nutre de la desesperación ajena, y de tantas y tantas tropelías cometidas por el fuerte contra el débil. Pero también hay espacio para la heroicidad, la amistad, la integridad, la solidaridad y una historia de amor no por más desesperada menos sincera y hermosa. Una inquietante epopeya que refleja, con singular acierto, lo peor y lo mejor del alma humana.
Alarido de dios
Siete siglos de paz entre hombres y Demonios siguieron a la aniquilación de los míticos Antiguos por el gran mago humano Ü. Pero las dos razas supervivientes encerraban en su corazón la semilla de la discordia, por lo que finalmente estalló una gran guerra entre ambos pueblos que se prolongó, en un precario equilibrio de fuerzas, durante cien largos años. En el presente, las esquilmadas fuerzas humanas resisten a duras penas a un enemigo que les supera en número y armamento, y los agotados combatientes se resignan a un cercano fin. Cuando Volgod cae, y toda la población es masacrada, la línea de batalla se traslada a apenas dos semanas de Sdtadtz, la capital del otrora orgulloso imperio humano, dividido ahora en dos regiones aisladas: el indómito Norte y el civilizado Sur.
En Sdtadtz, las esperanzas de los decrépitos Genios de Ü, custodios del poder mágico, se depositan en el veterano guerrero Verboék, último Puñal de Ü, y en el diplomático Dedekáer que lo acompaña, forzados a tomar parte en una misión desesperada y a todas luces suicida que les habrá de conducir, atravesando las líneas enemigas y bordeando las temibles y altísimas Montañas Lunares, hasta la ciudad de Serge, en busca de un símbolo de la unidad humana, un objeto de poder capaz de detener al invasor y evitar así la más que previsible extinción de la raza humana. Un ejecutor y un mediador -dos estrategias diferentes aunque complementarias- para intentar obtener el favor de un caudillo fanático, apodado Manoblanda, que está soliviantando a las tribus del Norte e incitando al odio y al levantamiento armado contra sus hermanos de sangre.
Pero el Norte es una tierra árida e inhóspita, cubierta casi por completo de nieves perpetuas y donde la supervivencia se impone a cualquier atisbo de moralidad. Pueblos misérrimos, asentamientos mineros, penales, prostíbulos, salteadores de caminos y clanes guerreros que desprecian al opulento Sur por la explotación y humillaciones sufridas durante generaciones. No, el Norte no va a prestar ayuda de buen grado, y durante su penoso periplo ambos personajes se ven obligados a atravesar un paisaje destruido por la guerra, caminos repletos de largas hileras de refugiados, desolación, ruina y abandono.
Día a día, el viaje adopta un cariz cada vez más macabro: sureños asesinados por envidia o despecho por sus convecinos, pueblos enteros cuya población inmigrante ha sido masacrada por partisanos, ejecuciones en masa, matanzas. A cada paso, Verboék y Dedekáer toman consciencia de que el nuevo gobierno provisional de Serge propugna una auténtica limpieza étnica que conlleva el exterminio sistemático de todas las minorías, en una guerra no declarada pero aún más terrible que el conflicto desatado contra los Demonios. Y Manoblanda se revela como lo que es, un caudillo enloquecido encumbrado al poder gracias al odio y la ignorancia, que utiliza a su pueblo en su propio beneficio y que hará todo lo que esté en su mano por perpetuarse. En esta tesitura, todo intento de mediación en favor del necesitado Sur parece abocado al fracaso.
José Miguel Vilar-Bou escribe una novela de extraordinaria contundencia, descarnada, realista y, a la vez, metafórica, en la que no es necesario ahondar en detalles para encontrar similitudes con el reciente conflicto bélico de los Balcanes -que el autor llegó a conocer de primera mano gracias a su labor como cooperante-. Pero aunque los Demonios recuerden poderosamente a la Serbia de Slobodan Milosevic, por espantosa similitud con la citada guerra, nombres de ciertos personajes, topónimos y vocablos, éstos simbolizan a la perfección a cualquier pueblo invasor a lo largo de la sangrienta Historia de la humanidad.
En «Alarido de dios» encontramos la denuncia del sinsentido de la guerra, de la barbarie fraticida, del odio que alimentan los ultranacionalismos excluyentes, del abuso de poder, del traficante que se nutre de la desesperación ajena, y de tantas y tantas tropelías cometidas por el fuerte contra el débil. Pero también hay espacio para la heroicidad, la amistad, la integridad, la solidaridad y una historia de amor no por más desesperada menos sincera y hermosa. En la guerra no hay lugar para la cordura y la primera víctima es siempre la verdad -los Demonios se llaman humanos a sí mismos y Demonios a los extranjeros-; además, el autor se encarga de recordarnos que la crueldad engendra fascinación, y se corre el riesgo de alimentar la espiral de violencia con aquellos que profesan una atracción morbosa por el poder, los que creen sentirse superiores en virtud de algún huero ideal y quienes prefieren ser dirigidos ciegamente en vez de pensar por sí mismos. Y, sobre todo, que no existe ninguna posibilidad de entendimiento con quien propugna el exterminio.
Es ésta una prosa rica en matices y reflexiones de calado, que cuenta con un estilo crudo y sobrio en el que la calidad narrativa no es, en justicia, el elemento más destacable. Vilar-Bou no es un estilista, sino un narrador dotado de aciertos pero también de algunas carencias: la ilación de la historia no es todo lo perfecta que podría llegar a ser, la ambientación no es en exceso original y algunas escenas reflejan situaciones inverosímiles, demasiado grotescas –gigantescos cerdos de guerra dotados de enormes pero delicadas alas de mariposa, monstruosas máquinas de carne confeccionadas con los cuerpos aún vivos de los enemigos- o que buscan descaradamente la aquiescencia del lector de género y que, a la postre, restan verosimilitud al discurso.
Destaca la acumulación de giros sorpresivos de la trama, las imágenes cargadas de truculencia, la mordacidad como contrapunto a tanta miseria, y el lenguaje irreverente lleno de fuerza de los diálogos. Un lenguaje bajuno y repleto de maldiciones e insultos que tiene la particularidad de resaltar los anacronismos (voluntariamente introducidos) como forma de evidenciar que, más allá de una obra de ficción, la novela es espejo de nuestro propio mundo.
Dos narradores se alternan en presentar las líneas maestras de acción: son las voces inicialmente discordantes de Verboék y Dedekáer, que poco a poco convergen para ofrecer una misma visión del horror. Y son precisamente los personajes uno de los puntos fuertes de la novela, su caracterización intensa y la descripción de los sentimientos que les embargan y moldean el pensamiento según acontecen los sucesos del camino. Personajes descritos con una profundidad y un realismo tal que, una vez acabada la novela, les permiten seguir viviendo en la mente del lector durante mucho tiempo. Son Verbóek, el veterano y cínico superviviente de mil batallas; Dedekáer, el idealista pero ingenuo diplomático nacido en el seno de una familia acomodada de la capital; y personajes secundarios como Estrella o Cucho, que ocupan un papel relevante en la trama y nos permiten disfrutar de largos momentos de introspección ante los avatares de sus azarosas vidas.
Si con su primera novela, «Los navegantes» (AJEC, 2007), Vilar-Bou cosechó excelentes críticas -incluidas en contraportada del libro-, esta inquietante epopeya, que refleja con singular acierto lo peor y lo mejor del alma humana, supone la constatación de un nuevo talento, un escritor sin duda trasgresor que no posee una prosa brillante pero sí de una contundencia y afán trascendente como pocas veces se ha visto en la narrativa épica española. Un libro, por lo demás, bien editado por el sello Equipo Sirius, caracterizado por su constante apoyo a los escritores autóctonos.