«Pequeño, grande» se ambienta en un espacio-tiempo neblinoso. Comienza con un sumamente impreciso “Cierto día de junio de mil novecientos y algo” y se prolonga hasta finales de un siglo XX alternativo, época en que la depresión económica y social se instala de lleno en los Estados Unidos. Una magistral obra literaria repleta de magia, fantasía, originalidad, lirismo, misterio, cotidianeidad, inocencia, melancolía y una particular filosofía vital impregnada de poética ensoñación, que ensalza valores como la familia y la sencilla vida campestre, reivindica la pervivencia de los mitos y actúa como un espejo deformante de nuestra sociedad
Pequeño, grande
John Crowley es un escritor norteamericano que comenzó su carrera publicando ciencia ficción: «The Deep» (1975), «Bestias» (Beasts, 1976) y «El verano del pequeño san John» (Engine Summer, 1979, por el que fue nominado al Nacional Book Award y otros premios como el John W. Campbell Memorial y el British Science Fiction), para luego incursionar en la fantasía y finalmente en la literatura realista.
«Pequeño, grande» (Little, Big) fue publicado en 1981 y obtuvo los premios World Fantasy y Mythopoeic del año siguiente, así como el segundo puesto en los Hugo, Nebula y Locus. Posteriormente el autor se embarcó en una ambiciosa tetralogía, la narración de una “historia oculta de la humanidad”, compuesta por los volúmenes: «Aegypto» (Ægypt, 1987, premio Gigamesh 1981 y finalista del Arthur C. Clarke y World Fantasy, de nuevo en segundo lugar), «Amor y sueño» (Love & Sleep, 1994, segundo puesto en el World Fantasy), «Daemonomania» (Dæmonomania, 2000) y «Endless Things» (2007, inédita). Posteriormente publicó otras obras donde la presencia fantástica iba perdiendo peso en favor del realismo, títulos como «Traduciendo el cielo» (2002), «La novela perdida de Lord Byron» (2005) y «Four Freedoms» (2009, inédita), pero fueron sus cinco libros de fantasía quienes le catapultaron a recibir el prestigioso reconocimiento de la American Academy of Arts and Letters.
Además de los citados libros, en español tiene traducidos las colecciones de relatos «Antigüedades» (Antiquities, 1993) y «Magna obra del tiempo» (Novelty, 1989). La mayoría de obras fantásticas fueron publicadas por Minotauro en fecha relativamente cercana a su edición original, aunque es ahora La Factoría de Ideas quien toma el testigo de reeditar parte de su bibliografía, primero «Bestias» y ahora la presente novela.
«Pequeño, grande» se ambienta en un espacio-tiempo neblinoso. Comienza con un sumamente impreciso “Cierto día de junio de mil novecientos y algo, un joven camina hacia el norte desde la gran Ciudad a un pueblo o lugar llamado Edgewood” y se prolonga hasta finales de un siglo XX alternativo, época en que la depresión económica y social se instala de lleno en los Estados Unidos para convertir a sus otrora todopoderosas ciudades en una sombra de lo que antaño fueron, con amplias zonas en ruina, precarios servicios básicos, y una población diezmada que se resiste a abandonar su modo de vida gregario y subsiste gracias a la rapiña de las riquezas e ilusiones del pasado. Pero nada más lejos de las intenciones de esta novela que describir un paraje apocalíptico o pesimista; por el contrario, nos encontramos ante una magistral obra literaria repleta de magia, fantasía, originalidad, lirismo, misterio, cotidianeidad, inocencia, melancolía y una particular filosofía vital impregnada de poética ensoñación, que ensalza valores como la familia y la sencilla vida campestre, reivindica la pervivencia de los mitos y actúa como un espejo deformante de nuestra sociedad.
La novela se inicia cuando el joven y anodino Smoky Barnable viaja a pie desde la Ciudad (citada siempre en mayúscula para resaltar su oposición al campo, y que no es otra que Nueva York) hasta un lugar que no figura en los mapas para casarse con Daily Alice Drinkwater, la muchacha a la que había amado durante los dos últimos años. Pero el argumento de esta novela coral no es siempre lineal sino que los diferentes personajes entran y salen de escena según la trama avanza o retrocede en el tiempo, y las relaciones adquieren una complejidad y multiplicidad absolutamente abrumadora. Así, descubrimos que a comienzos de siglo el prestigioso arquitecto John Drinkwater se casó con una joven teosofista embarazada llamada Violet, con quien se fue a vivir a la recién construida Edgewood; que Smoky se casó y emprendió un viaje de novios para conocer los alrededores y a sus insólitos vecinos; que al cabo de un tiempo convive feliz con la muy particular familia de su mujer, aunque un tanto aislado por el hecho de ser el único incapaz de creerse los tratos con el mundo feérico; que, quizás por ello, tiene una aventura con la hermana de Alice, Sophie, cuya hija es raptada por las hadas atendiendo a ignotas razones; que el hijo menor de Smoky retorna a la Ciudad veinticinco años después en busca de fortuna como escritor; que el demagogo Russell Eigenblick, conocido como el Ponente, asciende al poder seguido muy de cerca por Ariel Hawksquill, responsable del Club de Caza y Pesca Puente Ruidoso, y un larguísimo etcétera.
Prácticamente todos los personajes –a excepción del pobre Smoky- cuentan con algún tipo de “habilidad especial”, un don, favor o poder sobrenatural con el que nacen, se benefician o empeñan sus vidas a cambio de algún tipo de sutil trato feérico: a la delicada y muy alta Daily Alice (derivación de Alice Dale) le es predestinado un hombre bueno capaz de amarla, la tía abuela Nora Cloud contempla el destino del clan familiar mediante una baraja de cartas del tarot, la madre de Alice puede conversar con sus hijos no natos y futuros nietos, el profesor Drinkwater (padre de Alice) afirma ser capaz de entender el lenguaje de los animales y gracias a ello escribir historias que gozan de gran éxito, a August le es concedido un poder sobre las mujeres del que no podrá rehuir, el abuelo Trout fue confinado en el cuerpo de una trucha del lago por un pecado que ya no recuerda, el viejo Auberon empeña su tiempo fotografiando y catalogando imágenes con la esperanza de demostrar la existencia de las hadas, el primo George Mouse es capaz de acceder al Mundosueño (sintonizar con el subconsciente y recuerdos de las personas dormidas), los vecinos Woods regalan ostentos e inútiles objetos que se convierten en vegetales al abandonar sus dominios, y hasta la clarividente Ariel Hawskhill posee un criado que se transforma en estatua marmórea durante el día.
Edgewood es el centro de todo ese microcosmos. Una enorme casa rústica situada al norte del estado de Nueva York, a dos jornadas a pie de la gran Ciudad. Un lugar soleado, tranquilo y acogedor de la campiña norteamericana en la que sus pobladores viven felices y al margen del progreso e involución que experimenta el país (no se especifican los motivos, ni realmente importan); un espacio donde se respira una magia especial y el tiempo transcurre de manera diferente, quizás por la protección que le brindan las cinco ciudades que la rodean a modo de esotérico pentágono, y que a lo largo del texto adquiere todo el protagonismo de un personaje más. Una casa de construcción excéntrica (todas las fachadas son frontales, acumula diferentes estilos arquitectónicos y su interior se antoja mucho mayor de lo que aparenta su exterior) que en su día atrajo a personalidades poéticas de la talla de Yeats o J.M. Barrie y que contiene una puerta al Otrolado, el mundo feérico de las hadas.
Pero más que un territorio físico Edgewood encarna un ideal, el de un oasis de paz rodeado de una naturaleza idílica y a salvo de influencias externas, una especie de eterno Sangri-La que aún conserva prácticamente inmaculado todo el encanto del pasado. Un lugar que “huele a aire nocturno, fresco y atrapado, a los fuegos del último invierno, a bolsitas de lavanda en las manos, pomos de bronce y ropa de lino, a cera, luz del sol y estaciones acumuladas”, con campos de mies dorándose al sol, prados surcados de flores, bosquecillos de susurrantes álamos, senderos solitarios, claros en el bosque a la luz de la luna donde sobrevuelan las luciérnagas, una evocadora isla en el lago, jardines crepusculares con estatuas y melancólicos estanques, viejos álbumes familiares y conversaciones en el porche. Un lugar que sería completamente del agrado del gran poeta en prosa Ray Bradbury.
Crowley emplea un estilo en apariencia sencillo, impecable, tan personal y sugerente como rotundamente bello. Utiliza frases largas, prolijamente descriptivas y con multitud de matizaciones y tropos que denotan una muy alta calidad literaria. En las páginas del libro se acumulan situaciones vitales, pequeñas anécdotas cotidianas que devienen entrañables y, en definitiva, el discurrir tranquilo de una comunidad de personas preocupadas únicamente por ser felices y disfrutar de sensaciones plenas, hombres y mujeres normales salvo por el hecho de haber sido “tocados” por las hadas, quienes se mueven esquivas por los márgenes de sus vidas y persiguen intrincadas motivaciones.
Es ésta una narración de aires melancólicos y cadencia lenta, con la capacidad balsámica de relajar el estresado ritmo de vida del lector y hacerle saborear las cosas que verdaderamente importan en la vida. Crowley muestra un universo maravilloso y preternatural, sensual y mágico, repleto de referencias eruditas a la mitología y tradiciones clásica y anglosajona, con una prosa lírica y apasionada que reconcilia el mundo feérico (la novela porta el acertado subtitulo de “El parlamento de las hadas”) y mundano. Una auténtica delicia pero con un riesgo cierto de caer en la monotonía (en mi caso, me era imposible leer más de unas pocas páginas al día) en la que resulta relativamente sencillo perder el hilo, un peligro fatal puesto que cada detalle de esta compleja trama tiene su relevancia en el conjunto.
«Pequeño, grande» es una obra densa que describe los pormenores de cuatro generaciones de un mismo clan familiar y puede considerarse, en cierto modo, una especie de respuesta norteamericana (y burguesa) al realismo mágico sudamericano, y en particular a «Cien años de soledad» de Gabriel Garcia Marquez. Un libro extraordinario alabado por críticos como Harold Bloom, que incluye a modo de apostilla una interesante reseña de Roz Kavaney y que La Factoría de Ideas edita (con la letra minúscula que acostumbra para sus libros voluminosos) en su muy recomendable colección Línea Maestra.