La novela comienza como una sátira costumbrista al estilo de «Bienvenido, Mister Marshall» pero pronto el complejo entramado intertextual que elabora Pujante se encarga de deconstruir la realidad capítulo a capítulo hasta desembocar en un desenlace no por más delirante menos turbador, un giro completo respecto a nuestras expectativas que termina por convencernos de que la realidad no es más que un espejismo, un desvergonzado teatro del absurdo.
En verdad, aunque en ciertos momentos se eche de menos una mayor altura literaria y profundidad filosófica, Pujante, al igual que el genial Borges, logra hacer de lo local universal, compartir su profundo amor por la literatura y ofrecer una visión cósmica del ser humano. Una original perspectiva literaria de la existencia
El absurdo fin de la realidad
«El absurdo fin de la realidad», del escritor murciano Pedro Pujante, es la obra ganadora del Primer Premio 451 de Novela de Ciencia Ficción, convocado por Ediciones Irreverentes. Un premio al que han concurrido un total de 112 obras procedentes de 24 países, y cuya novela ganadora y accésit -«Ander» de Abel Bri- han sido publicadas por la citada editorial en su colección especializada 2099. Libros de edición sencilla en rústica sin solapas, agradable maquetación y un precio atractivo.
Pese a no ser un escritor demasiado conocido, Pujante cuenta en su haber con un amplio currículo en el terreno fantástico. Ha publicado las antologías «Hijos de un dios extraño» (Chiado, 2013), «Espejos y otras orillas» (Chiado, 2011) y «Déja-vù» (Latin Heritage Foundation, 2012), que incluyen historias de corte fantástico u onírico cercano al realismo mágico y de clara influencia cortazariana; además, ha tomado parte en las antologías colectivas de ciencia ficción «2099» (con su relato “233º Celsius”) y «2099-b» (con “Cruzarás la Tierra”). Esta es, pues, su primera y única novela (corta) publicada hasta el momento.
«El absurdo fin de la realidad» narra la inminente llegada de un platillo volante a una insignificante pedanía de la provincia de Murcia y la preparación de sus habitantes para recibir a los visitantes del espacio. El narrador relata, con grandes dosis de ironía, los pormenores relativos a la preparación de su discurso de bienvenida, salpicando el texto de anécdotas, reflexiones sobre literatura, filosofía, cine, necrofilia romántica y chascarrillos vecinales a partes iguales. A medida que se aproxima el día de llegada de la nave, y sin encarrilar aún el texto definitivo de su alocución, comienzan a suceder en el pueblo diversos fenómenos singulares: saltos en el tiempo, misteriosas puertas que conducen a lugares disparatados, casos de presciencia… que ponen de manifiesto una progresiva deconstrucción de la realidad, extraña y desquiciada, en la que parecen habitar estos paradigmáticos personajes.
La novela está escrita a modo de entradas muy breves de un hipotético diario personal en el que el anónimo protagonista transcribe, con meridiana precisión, su profunda desafección por la especie humana y su absoluta falta de empatía por cuanto le rodea. Su alma de poeta se siente acongojada por un enorme vacío existencial producto de una vida rutinaria y mediocre, y a ello contribuye sin lugar a dudas el enigma de su propio origen (fue abandonado cuando apenas contaba dos años de edad, y fantasea con la idea de ser también un alienígena en la Tierra; en realidad, una metáfora más acerca de su soledad y falta de expectativas). En su mapa de emociones únicamente aflora el caos y la incertidumbre, y se muestra particularmente obsesionado con el hecho de poder haber sido alguien muy diferente.
Como he comentado antes, el autor incluye en el texto multitud de reflexiones en torno a la filosofía, la literatura y el oficio de escribir. No son referencias casuales, de pretendido empaque literario, sino una recopilación ilustrada de obras, citas y aforismos de famosos pensadores, literatos y creadores de imaginarios colectivos acerca de la otredad, del concepto de doble y alter ego. Por las páginas de este libro pasan escritores como Camus, Plutarco, Borges, Unamuno, Bécquer, Woody Allen, Kafka, Stapledon, Keats, Umbral, Tarantino, Lugones, Freud, Coleridge, Shelley, Byron, Wells, Sade, Chuang Tzu, Cunqueiro, Vila-Matas, Saramago, Dostoievski, Rulfo, Bradbury, Lem, Proust, Cervantes, Gorodischer, Desmond Morris, Auster, Virgilio, Shakespeare, Houellebecq, Joyce, Wilde, Monterroso, McCarthy… o el inexistente poeta local Rogelio Palomero. Lecturas inmortales que el protagonista interrelaciona con sus propios estados de ánimo, articulando un discurso metaliterario que, ante todo, suena sincero en la voz de un joven escritor de provincias.
Nos encontramos ante lo que Pujante denomina una “antinovela de ciencia-ficción”; es decir, una novela que parte de algunos presupuestos clásicos de la ciencia ficción como son la visita extraterrestre o los viajes en el tiempo, pero cuyo desarrollo e interpretación son básicamente realistas. Es, además, un libro con la capacidad de parodiarse a sí mismo, o dicho en palabras del autor: “un artefacto lúdico que trata de provocar risas pero también ideas, pensamientos, reflexiones, y tiene una clara vocación de irreverencia”.
La novela comienza como una sátira costumbrista al estilo de «Bienvenido, Mister Marshall» pero pronto el complejo entramado intertextual que elabora Pujante se encarga de deconstruir la realidad capítulo a capítulo hasta desembocar en un desenlace no por más delirante menos turbador, un giro completo respecto a nuestras expectativas que termina por convencernos de que la realidad no es más que un espejismo, un desvergonzado teatro del absurdo.
Orentes, la ficticia pedanía en donde se desarrolla la acción -y que sirve de marco para la inacabada obra del incógnito narrador, titulada, precisamente, «Orentes no existe»-, adquiere un inequívoco aura de realismo mágico, un Macondo genuinamente español en donde residen las filias y las fobias de este singular personaje atrapadas en una realidad física cada vez más fragmentaria; cabe citar, a modo de ejemplo, el cronológico salto al verano del pueblo al completo o el literato adivino que ofrece el pésame a los futuros difuntos.
En verdad, aunque en ciertos momentos se eche de menos una mayor altura literaria y profundidad filosófica, Pujante, al igual que el genial Borges, logra hacer de lo local universal, compartir su profundo amor por la literatura y ofrecer una visión cósmica del ser humano. Una original perspectiva literaria de la existencia (“somos carne y literatura”) en la que quedan perfectamente reflejadas sus obsesiones, desde los universos alternos a la muerte, la porosidad de la memoria o la fragilidad de la identidad. Realidad y ficción alineadas en un mismo plano para hacernos sentir la ilógica presencia de lo absurdo en nuestra realidad cotidiana.