Nos encontramos ante una historia post desastre prototípica, un relato de zombis (aunque solo en una ocasión se refieren a ellos como tales) que parte de unas premisas bastante tópicas para, progresivamente, desviarse del canon y concluir en un desenlace extraordinariamente climático, una coda en la que la crudeza realista se impone muy por encima del supuesto fantástico y continúa en la mente del lector mucho tiempo después del punto y final del libro
La brigada de la muerte
Doscientas personas sobreviven aisladas en una manzana de bloques de apartamentos, rodeadas de altos muros construidos con cascotes y otros materiales de deshecho. Disponen de comida, depósitos de agua de lluvia en cada tejado, armas, energía, medicinas y más espacio habitable del que pueden disfrutar… pero al otro lado del recinto hay un contingente infinito de infectados. Y con el paso del tiempo, el número de resistentes mengua peligrosamente.
Sheri Foles es uno de estos supervivientes: una muchacha solitaria, conflictiva y acostumbrada al empleo de armas de grueso calibre. Antes de los disturbios y posterior caída de la civilización -periodo al que se refieren como el Largo Silencio- era una anodina peluquera que trabajaba no lejos de allí y tuvo que aprender lo necesario para sobrevivir; ahora es uno de los miembros más respetados de la Estación, apreciada por su valor y coraje. Sabe luchar y disparar mejor que la mayoría de hombres, tiene una especie de novio llamado Ike que se antoja demasiado tranquilo para los tiempos que corren y se ha autoerigido en protectora de una niña huérfana llamada Trixie. También tiene un humor de mil demonios porque lleva una semana sin patrullar.
Cada noche, una brigada de solo siete personas sale de la Estación por un acceso diferente para hacer la ronda, inspeccionar las defensas y liquidar Transeúntes, como llaman despectivamente a los infectados. Su composición lo decide el azar, pues todos están obligados a tomar parte en el sorteo aunque cualquiera puede ofrecerse voluntario y combatir así la ansiedad. Patrullar se ha convertido en una obligación y un derecho, un objetivo por el que mantenerse vivos y organizados como colectivo. Al otro lado del muro, cientos de miles de infectados les esperan.
Desconocen si existen otras Estaciones, gente “viva” y cuerda que intenta sobrevivir. Desconocen el origen del mal, aunque saben que no afectó a todas las personas y que también paralizó a vehículos, relojes y teléfonos móviles; pudo tratarse de un atentado, un fenómeno natural o un extraño virus procedente del espacio exterior, pero su influencia persiste aún en la vegetación amarronada y enferma, en el halo verdoso que refulge al anochecer.
Huir a pie se antoja una empresa abocada al suicidio, puesto que aunque los Transeúntes no se caracterizan por comportarse de manera particularmente organizada –se limitan a deambular con paso inseguro sin un destino aparente–, tarde o temprano te verías rodeado por una multitud de seres gimientes carentes de cualquier atisbo vital, que te arrastraría al interior de sus madrigueras para ser devuelto convertido en uno de ellos. Pero esta noche es diferente, la brigada es emboscada por un grupo particularmente violento de infectados que diezma a sus integrantes. El statu quo que regía la vida de los resistentes humanos se ha roto definitivamente para dar entrada a una terrorífica inteligencia que no comprenden.
«La brigada de la muerte» es una novela corta, apenas un centenar de páginas, del hasta ahora inédito en España Joseph D’Lacey. Este escritor británico cuenta en su haber con una decena de títulos publicados, novelas de terror/horror y/o trama posapocalíptica entre las que destaca «Meat: You’re What you Eat», que ganó el premio British Fantasy de Mejor Debutante en 2009. La traducción del original «The Kill Crew» corre a cuenta de María Hernández y cabe indicar que el autor anuncia en su página web la existencia de una secuela.
Nos encontramos ante una historia post desastre prototípica, un relato de zombis (aunque solo en una ocasión se refieren a ellos como tales) que parte de unas premisas bastante tópicas para, progresivamente, desviarse del canon y concluir en un desenlace extraordinariamente climático, una coda en la que la crudeza realista se impone muy por encima del supuesto fantástico y continúa en la mente del lector mucho tiempo después del punto y final del libro (como ocurría, por ejemplo, en la extraordinaria «Muerte de la luz», de George R.R. Martin).
El relato emplea con descaro fórmulas clásicas de éxito: la chica rebelde y atractiva, el escenario posapocalíptico, el enemigo informe al que odiar sin remordimientos, amplias dosis de violencia, gotas de humor, una relación inestable entre personajes, alguien en quien focalizar los sentimientos (la niña Trixie) y, por supuesto, un completo enigma en el que ambientar la acción. Una lectura ligera en la que, poco a poco, se van insertando elementos diferenciadores: los infectados lo son por una enfermedad muy particular, conocemos las condiciones básicas de supervivencia (salir de día es seguro y es el momento propicio para aprovisionarse de víveres, armas y repuestos), asistimos a una impresionante transformación de la mente de un infectado, etc. Ya no parece tanto una obra al rebufo de Walking Dead.
Los primeros capítulos son descriptivos, textos de apenas unos párrafos que saltan de un tema a otro para que el lector se haga una idea general de conjunto. Posteriormente se sucede la cinematográfica trama: escenas dinámicas, intensas y crudas sin llegar –por lo general– a lo truculento, con un uso abundante de la elipsis. Abundan los pasajes que evocan el pasado, ejecutados con un eficiente pulso narrativo que despierta poderosos sentimientos encontrados, aunque es el tono narrativo, el lenguaje en staccato (seco, directo, contundente, sin dobles ambages) y la introspección del personaje principal los recursos de estilo más destacables, a mi juicio. Mención aparte merece el capítulo que sirve de punto de inflexión, un pasaje que comienza con un narrador omnisciente en tercera persona para continuar el discurso en primera; el resultado es un tanto confuso pero, ciertamente, sirve al propósito de diluir lo objetivamente cierto y lo subjetivo.
Conforme avanza el relato la epopeya centra toda su atención en el microcosmos que conforman estos tres personajes, una especie de familia de circunstancias. Pero no debemos olvidar que quienes sobreviven al fin del mundo no tienen por qué ser las mejores personas sobre la faz de la tierra. “Mientras haya dos personas habrá entonces sociedad y valores superiores a los más elementales”, afirma un personaje, pero ese pensamiento no puede alterar lo que saben que un día sucederá.
«La brigada de la muerte» es un nuevo título de interés dentro de la colección Runas de Alianza editorial. Un sello caracterizado por publicar fantasía épica (Joe Abercrombie, Jon Courtenay Grimwood, Scott Lynch, Robert V.S. Redick) y terror (Charlie Huston) con notable calidad aunque una cadencia lamentablemente escasa.