Una novela que, a priori, puede atraer a lectores que gusten de una nueva forma de hacer literatura, con la posmodernidad, la hibridación de géneros y la libertad absoluta de argumento como sellos identitarios. Para el resto, aparecen demasiados elementos absurdos, personajes banales con los que resulta imposible empatizar, relaciones impostadas, diálogos burdos y una trama alocada carente de toda lógica. Un producto de mera evasión y, a mi juicio, no demasiado interesante
El Club de los Cinco Minutos
«El club de los cinco minutos» es una de las obras finalistas en la X edición del premio Minotauro de Ciencia Ficción y Literatura Fantástica del año 2013, en la que resultó ganadora la novela «Panteón» de Carlos Sisí. Su autor, el bilbaíno Andrés Moutas, es un artista plástico, ocasional crítico pictórico y autor del blog Galería Esquizofrónica. Esta es su primera novela y he aquí el argumento:
Joaquín Totó (claro guiño a El Mago de Oz) acude como cada mañana a la oficina, donde conoce la noticia de que su compañero y amigo Keito ha fallecido. Indignado porque a nadie más parece importarle, golpea a su jefe de sección y abandona un trabajo que considera alienante. Tras semanas de abulia, en que observa en el espejo cómo su aspecto se torna cada día más y más borroso, recibe una misiva de un desconocido que a la postre resulta ser el fallecido Keito. Éste le ofrece formar parte de un círculo subversivo llamado El club de los Cinco Minutos, un grupo sin líderes y con una sola norma en su ideario: la que insta a retrasar cinco minutos todos los relojes a su alcance; un acto simbólico de protesta con el que cada miembro pretende reivindicar algo diferente.
Por otra parte, Marvin Varela trabaja como operario en un vertedero espacial. Un día encuentra un pequeño objeto a la deriva con el aspecto y tamaño de una canica, y decide quedárselo para hacer con él un colgante que regalar a su novia Lorraine. Al regresar a la Tierra, comienza a padecer los efectos de la agorafobia y alucinaciones cada vez más frecuentes debido a su larga exposición a un trabajo demasiado solitario y –sabremos luego– estar infectado por un contagioso virus procedente del espacio, el lagartonegro.
Cuando Marvin estalla de manera casual la canica-bomba, que pulveriza el vagón de metro en el que viajaba y un gran centro comercial en la superficie, el general Moore contrata al detective Simón Prince para infiltrarse en el citado club antisistema y averiguar sus verdaderas motivaciones. En paralelo, David Marie de Quintanoise, un político corrupto del partido liberal, intenta aprovecharse del fenómeno y convoca una reunión de miembros del grupo donde erigirse en líder, con nefastas consecuencias.
Esta novela se ambienta en un presente alterado o una realidad alternativa reconocible, aunque en ocasiones se antoje un futuro no muy lejano, probablemente el próximo siglo por detalles explícitos como que la clonación del primer ser humano acaeció cincuenta años atrás; existe Facebook, pero los usos comerciales del espacio se han generalizado, los implantes de memoria artificial mediante nanotarjetas en la nuca son habituales y existe una policía higiénica encargada del control de seres clonados.
La obra posee una lógica absurda/surreal, en la que hartazgo del rutinario presente, el nihilismo y posturas antisistema caminan de la mano. Pero más que a un planteamiento político, la trama parece obedecer a una visión lisérgica de la realidad; no es extraño que una las influencias más notables sea la novela «Vurt», de Jeff Noon (citada de manera expresa), incluso Kafka, y no tanto Philip K. Dick con sus dudas acerca de qué es real y que no, sin olvidar manidas escenas de clara inspiración Blade Runner, como la visita al Mercado de las Culebras donde residen los laboratorios genéticos y de drogas sintéticas.
Los personajes se comportan de una manera claramente paranoica y establecen entre sí relaciones enfermizas: hay quienes padecen alucinaciones, quienes tienen tendencias psicóticas, quienes gozan de determinadas parafilias... unos engañan a (se acuestan con la mujer de) los otros, y a pesar de ello afirman ser sus mejores amigos. Constituyen, en definitiva, una galería de personajes anómalos y a contracorriente, encerrados en su propio laberinto interior sin poder escapar al vacío de sus vidas, esclavos de sus propios miedos.
Por todo ello, resulta coherente el anonimato del paisaje urbano: la calle X, M ó Z, la plaza Y, el aeropuerto de B… con sólo dos claras excepciones: la calle del Paraíso y la esquina el Mistral.
El texto está escrito en un castellano simplemente correcto y falto de cualquier impronta de estilo. Las descripciones son simplistas. La acción es morosa y los elementos de género fantástico aparecen de una manera intermitente e híbrida con el realismo sucio. La trama es poco original y la visión acerca del papel del estado y sus estamentos (política, ejército) típicamente maniquea y orwelliana. En todo momento, el autor se esfuerza por presentar una sociedad alienante que coarta la libertad del individuo, multinacionales únicamente preocupadas por la consecución del máximo beneficio e individuos infelices que han perdido el objetivo de sus vidas. Un producto lúdico y de baja intensidad como artículo de denuncia, que pretende reflejar el signo de los tiempos.
La novela cuenta con algunos detalles sorprendentes, como el hecho de que Totó y Keito trabajen para una empresa, Más Allá, cuyo objeto es recabar los últimos pensamientos de los difuntos extraídos del cerebro antes de que éste se apague definitivamente; un negocio muy lucrativo por cuanto ningún familiar se opondría a conocer los últimos pensamientos del fallecido y todas las funerarias incluyen este servicio en sus sepelios. Keito posee además el estatus legal de muerto, lo que aprovecha para actuar con total impunidad a la hora de perpetrar acciones absurdas, habida cuenta de que su familia y allegados solo ven al gato amarillo en el que se ha transustanciado (sic).
Por otra parte, puede suponer un pequeño aliciente buscar sutiles equivalencias entre personajes y situaciones. Si un protagonista sufre alucinaciones, otro tendencias depresivas. Si uno engaña a su mejor amigo, otro no tardará en ser engañado por éste. Todos sufren relaciones personales inestables, con quiebras sentimentales. Todos se desplazan en taxi (parece que nadie posee vehículo propio) y acuden a citas dudosas en lugares apartados. Y un largo etcétera.
Finalmente, la equiparación con los movimientos sociales del 15-M (se dice que el club promueve protestas y acampadas en las plazas de los ayuntamientos contra las malas y opacas gestiones del gobierno) y los atentados del 11-M puede suponer un elemento más de interés, aunque a mi juicio llega demasiado tarde, con el argumento avanzado y sin haber conseguido enganchar lo suficiente. Tampoco está clara su pertinencia en la historia.
«El club de los cinco minutos» es una novela que, a priori, puede atraer a lectores que gusten de una nueva forma de hacer literatura, con la posmodernidad, la hibridación de géneros y la libertad absoluta de argumento como sellos identitarios. Para el resto, aparecen demasiados elementos absurdos -Marvin llama a su novia desde la estación espacial para charlar acerca de banalidades y sin atender a gastos, la nave de aprovisionamientos se antoja más un crucero de turismo que una nave operativa donde cada espacio cuenta, porta además un gran número de soldados con armas de fuego dispuestos a emplearlas en pleno vuelo, la estación espacial enciende motores para acoplarse a la nave de aprovisionamientos y no al revés, y un largo etcétera-, personajes banales con los que resulta imposible empatizar, relaciones impostadas, diálogos burdos y una trama alocada carente de toda lógica. Un producto de mera evasión y, a mi juicio, no demasiado interesante.