Información de contraportada:
Ambientada en unas Seattle, Vancouver, San Francisco y Nevada contemporáneas —y en muchos casos futuras—, más una Nueva York reconstituida en la isla de Bainbridge —estado de Washington— dentro de un par de siglos, Planos del otro mundo presta soporte narrativo a una de las maneras más originales de destruir la vida conocida —el mundo— para, por si cabía alguna duda acerca de qué venía después, volver a crearla. El campeón mundial de los lavaplatos, el hijo único de una pareja hippie y Luke Piper, su amigo de la infancia, una archivista asiática insegura y mona, una reina del pop caprichosa y decrépita, un embajador con un cetro hecho de una escobilla del váter y el mango de un desatascador, el clásico veterano de guerra sobre quien cabría superponer una panoplia de rostros cinematográficos archiconocidos, su esposa francotiradora, un guapísimo y exitoso actor de series y títulos de masas, un cazatalentos despiadado y el Último Nota, personaje místico con ecos del gran Lebowski, son sus protagonistas.
No hay crítica o reseña de esta novela que no establezca algún vínculo con las obras de un conjunto de autores tan variopinto como: Neal Stephenson, Chuck Palahniuk, Neil Gaiman, Philip K. Dick, Kurt Vonnegut, Richard Brautigan, Haruki Murakami, Thomas Pynchon, William Gibson, Donald Barthelme, China Mieville, George Saunders, Terry Gilliam, Jonathan Lethem, William S. Burroughs, J. G. Ballard, David Foster Wallace e incluso los hermanos Cohen. Ahora bien, si se destila la esencia del corpus de este espectacular grupo de fabuladores, encontramos que todos ellos se tomaron en serio y con el máximo rigor la tarea de especular sobre mundos alternativos y subterráneos, disfuncionalidades históricas, realidades distorsionadas, fantasías improbables y futuros distópicos, excesivos, monstruosos. Desde este Olimpo, se divisa un escenario paralelo de novelas de fantasía y/o ciencia ficción que dan pleno sentido al uso del calificativo “género”, y cuyo nexo de unión no parece ir más allá de una mediocre factura compartida claramente desmerecedora. Pero, ¿cabe hacer pasar los lugares comunes de la ciencia ficción y la fantasía por un alambique crítico que entregue, puros, los extractos maestros de un género que hoy por hoy aburre tanto a paladares exquisitos como al parecer entusiasma a otros menos escrupulosos? La respuesta es sí, y Planos del otro mundo es prueba palpable de ello.
"El mundo estaba lleno de basura preciosa" es su frase de apertura y, a lo largo de 400 páginas, Boudinot se encarga de ir recogiendo esa basura para reconvertirla —destilándola, no reciclándola— en una obra maestra de, paradójicamente, unos géneros maravillosos que la narrativa de masas ha logrado situar a niveles de categoría ínfima. Así, esta magnífica novela demuestra que la creatividad tal vez consista en presentar los tópicos más manoseados bajo una luz nueva, menos ruidosa, más ligera de peso y, sí, más brillante.