Valoración en breve:
La novela narra la progresiva involución democrática y pérdida de derechos civiles en la Europa occidental de un próximo futuro. La acción se desarrolla en su innominada capital, una ciudad monstruosa repleta de rascacielos y cientos de miles de cámaras de seguridad. Si bien en un principio no parece ser un estado totalitario opresor sino, más bien, protector en exceso y que restringe los derechos del individuo en favor de un mayoritario anhelo de seguridad, con el paso del tiempo y los acontecimientos deriva hacia una versión bastante negra del Gran Hermano.
Este escenario, descrito con una sobriedad y riqueza de matices realmente excepcional, bastaría para afirmar que nos encontramos ante uno de los estudios más lúcidos de nuestro presente llevados a cabo en la ciencia ficción española, pero es el retrato intimista de su protagonista el que transforma la novela en un modelo perfecto y atemporal del alma humana, con su grandeza y debilidades
Mañana cruzaremos el Ganges
-Argumento-
En la Europa de finales del siglo XXI muchas ideologías han sido declaradas contrarias a la estabilidad y, en consecuencia, proscritas: comunismo, socialismo, anarquismo, nacionalismo, sindicalismo, ecologismo… Tras años de continuas guerras y reiteradas crisis, el viejo continente ha aprendido al fin a vivir en paz aunque el coste a pagar ha sido muy alto: los medios de comunicación están sometidos a continua censura, no existe la libre circulación de información en redes sociales y las comunicaciones personales se encuentran igualmente intervenidas por razones de seguridad pública. Se ha limitado drásticamente el alcance de muchas libertades, la justicia se imparte con brutal severidad y existen serias trabas a la práctica del culto religioso; además, la simple posesión o distribución de textos subversivos –cualquier información no clasificada publicada en el pasado lo es– tacha a sus clandestinos poseedores de personas antipatrióticas, cuando no de conspiradores y terroristas.
El gobierno se sustenta en el poder pese a que las últimas elecciones se celebraron una década atrás. Aumentan los grupos radicales y xenófobos para con las minorías, alentados por supuestos estudios que avalan presuntas deficiencias genéticas y morales; incluso se habla abiertamente de limitar el mestizaje, en particular respecto a la comunidad hindú, con el fin de evitar la extensión del “radicalismo”. El subsidio de desempleo y los bonos de comida para colectivos necesitados son cosa del pasado y la sociedad se ha militarizado –es frecuente encontrar soldados encapuchados patrullando las calles– sin que, en apariencia, existan motivos claros para la alerta. Todo hace presagiar que se viven los días previos a una Noche de los Cristales Rotos.
Mientras, la mayor parte de la población permanece ajena, cansada de años de violencia y desapariciones que, afortunadamente, quedaron atrás. Habita en barrios numerados y clasificados según su nivel de seguridad y solo desea vivir tranquila. Un estado policial asumido con abúlica indiferencia, en donde el número de detenciones preventivas aumenta día a día.
En este complejo contexto político-social se mueve Eva Warren, una veterana y perspicaz periodista freelance curtida en mil batallas que se ve obligada por ley a dejar su profesión e incorporarse a la nómina de un gran periódico controlado por el poder. Una mujer independiente que intenta adaptarse a los nuevos tiempos, procurando perder la menor integridad posible. En la redacción del European Times trata de sobrellevar las miserias de su vida personal, con una hermana alcohólica, un padre ausente y un matrimonio en decadencia, a la vez que sufre la rutina e insatisfacción de un sistema autoritario.
La primera noticia que le encargan cubrir es la filtración a grupos activistas del contenido de un antiguo servidor hallado en la Universidad de París con numerosa información de una época que ha intentado ser sistemáticamente eliminada de los libros de historia; una prueba, quizá, de su valía como redactora pero también de su adhesión al régimen. Pero este hecho aparentemente aislado desencadena una ola de atentados reivindicados por un autodenominado grupo de liberación neoludita, que provocan decenas de muertos y un impacto brutal entre la población. La reacción del gobierno no se hace esperar e inicia una escalada de represión como no se había conocido en décadas.
-Valoración-
El bilbaíno Ekaitz Ortega es autor de un buen puñado de relatos publicados en diversas revistas y antologías, tales como Mariposas del Oeste, Premio Avalón de relato fantástico, Artifex y Visiones 2004. Ganador del premio Avalón en 2009 por su cuento “Sanador” y finalista del Ignotus con “Bultzatu”, esta es su primera novela publicada.
Mañana cruzaremos el Ganges ha tardado varios años en ver la luz. Tuve el placer de leer el texto prácticamente definitivo en 2014 y recomendarlo (sin suerte) a varias editoriales porque ya entonces me pareció una obra magnífica. Eso sí, a mi juicio el manuscrito precisaba una ardua labor de corrección y sospecho que la tarea asustó a más de un curtido editor, hasta que finalmente encontró acomodo en Ediciones El Transbordador, un pequeño aunque voluntarioso sello malagueño regentado por Pilar Márquez.
El largo y docto prólogo de Manuel de los Reyes fija con precisión el escenario, cada vez más opresivo, en el que se desenvuelve la trama: un descorazonador futuro cercano que se asienta apenas unos años más allá de nuestro oscuro presente; una era caracterizada por la desigualdad social, el egoísmo, la radicalidad, la falta de ética y, en definitiva, el temor al “otro”, que en el texto se traduce como “un implacable castigo para el optimismo y la ilusión por el mañana”.
La novela narra la progresiva involución democrática y pérdida de derechos civiles en la Europa occidental de un próximo futuro. La acción se desarrolla en su innominada capital, una ciudad monstruosa repleta de rascacielos y cientos de miles de cámaras de seguridad. Si bien en un principio no parece ser un estado totalitario opresor sino, más bien, protector en exceso y que restringe los derechos del individuo en favor de un mayoritario anhelo de seguridad, con el paso del tiempo y los acontecimientos deriva hacia una versión bastante negra del Gran Hermano.
Ciertamente, en esta sociedad pervive la apariencia de libertad: los partidos políticos están legalizados, los medios de comunicación funcionan, las ONGs trabajan… incluso la mayor automatización induce a pensar en una falsa sensación de bienestar. Pero hay temor a hablar abiertamente de ciertos temas, en las escuelas se adoctrina a los jóvenes para que eviten cualquier ideología potencialmente peligrosa y se persigue a opositores, minorías que planteen su propio espacio y, de facto, a todo aquel que piense de manera diferente a la versión oficial. De forma sutil, se avanza hacia el pensamiento único, y todas las personas están controladas por alguien, bien sea un superior jerárquico o el temido departamento de Inteligencia.
La sociedad resultante es fría, insensible, deshumanizada y profundiza en el individualismo a ultranza; muy permisiva con el alcohol y otras dependencias, la tasa de suicidios alcanza proporciones de tragedia. El gobierno, superado por la oleada de atentados, reinstaura la pena de muerte para casos de terrorismo, que lleva a cabo en anacrónicas ejecuciones públicas, al tiempo que muestra su cara más amable al liberar un moderno buscador de personas en tiempo real –Traveler–, cuyo verdadero potencial a nadie se le escapa: monitorizar cualquier conducta sospechosa que se le hubiera podido pasar por alto a los servicios de seguridad.
Este escenario, descrito con una sobriedad y riqueza de matices realmente excepcional, bastaría para afirmar que nos encontramos ante uno de los estudios más lúcidos de nuestro presente llevados a cabo en la ciencia ficción española, pero es el retrato intimista de su protagonista el que transforma la novela en un modelo perfecto y atemporal del alma humana, con su grandeza y debilidades.
Eva Warren es la narradora en primera persona. Una mujer madura de cincuenta y tres años, con una personalidad muy definida, culta, observadora, solitaria y racional aunque un tanto triste y con un sentido nihilista de la existencia: “La vida continua sin tener sentido pero al menos puedes divertirte y tener ambiciones”. Casada con un comprensivo profesor universitario, que le alienta y acompaña en todas las vicisitudes, su fragilidad emocional le hace extremadamente dependiente de éste y su problemática hermana, su único vínculo familiar. Además, mantiene una herida abierta con el pasado, con una madre prematuramente fallecida y un padre que la abandonó en su niñez sin mediar explicación alguna.
Su hermana mayor Marie, que trabaja como relaciones públicas en una galería de arte, es alcohólica y adicta al sexo, y su marido Tommy por quien ya no siente la pasión de antes, son dos personajes muy bien perfilados que pivotan alrededor de Eva. La primera aporta el complemento sentimental y el segundo el equilibrio emocional que ella necesita. A esto se une una creciente melancolía, fruto de la edad, que la conduce a revisar su vida aprovechando el citado cambio en su situación laboral, y a buscar a su padre en el buscador oficial aunque el hombre que encuentra no es quien esperaba y los fantasmas del pasado terminen por retornar al presente.
La novela posee un ritmo lento que tarda en calar en el lector, pero cuando lo hace el libro se vuelve absorbente y las tribulaciones de la protagonista importan realmente. Un estilo narrativo desprovisto de grandes alardes, centrado en una trama realista y unos personajes reconocibles, con un tono desencantado, abundante introspección, diálogos plenos de fuerza, algunas significativas referencias literarias y oportunas pausas para relajar la tensión acumulada. Lástima que su aspecto formal –nivel léxico, elección del vocablo o expresión más adecuada a contexto, frases mal construidas– no acompañe de igual manera. Tampoco ayuda la presencia de varias escenas melodramáticas, como la proclama libertaria que lanza una terrorista momentos antes de morir, o el absurdo hilo relativo a la anomalía genética del padre de Eva.
Mañana cruzaremos el Ganges narra el descenso a los infiernos de una mujer valiente atrapada por las circunstancias sociales y personales que le han tocado en suerte, y con quien resulta sencillo empatizar e, incluso, admirar. Es también un excepcional ejercicio de prospectiva, que arriesga en un terreno como el de la literatura fantástica y la ciencia ficción demasiado acostumbrado a la complacencia y el escapismo. Además, la historia recalca la importancia del periodismo como necesario cuarto poder que vele por las libertades en las sociedades modernas.
Ekaitz Ortega conjuga con espíritu crítico todas sus obsesiones y miedos en esta novela que incide sobre aspectos relevantes de nuestra política y sociedad. Una visión comprometida que arroja un mensaje extraordinariamente pesimista y que funciona como texto admonitorio de elevado interés ideológico e intelectual. Por todo ello, y pese a sus imperfecciones, considero que se trata de la mejor distopía publicada en lengua de Cervantes.