Trinchera es una novela de terror; no es otra novela que habla de la Guerra Civil. Dicho conflicto es solo la circunstancia, entre otras, que define a los hombres y que crea el sustrato desequilibrado que afila el horror. No es otra novela cargada de tópicos. Es una novela que habla de unos hombres, soldados, de la tierra, la soledad, el miedo y algo oscuro que los ha escogido como víctimas, algo implacable y feroz que no tiene forma, que no se muestra, que solo acecha y actúa en las sombras.

 

Un variopinto grupo de soldados republicanos, ya diezmado, espera el desarrollo de los acontecimientos en una trinchera desolada en medio de ninguna parte. El oficial de mayor graduación ha muerto. Enfrente, a pocos kilómetros, está el enemigo: un pelotón que organiza periódicas escaramuzas para hostigarlos. Las órdenes por las que mantienen la posición no están claras para ninguno de los supervivientes, y menos ahora, que el mando ha muerto. Quizá abonado por sus dudas y la angustia, ha aparecido un horror invisible que parece habitar en la tierra.

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