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Libros publicados en 2005

Nicho de reyes

Nicho de reyes. La Tierra del Dragón/1

Comentario:

 

A tenor del cada vez mayor número de títulos adscritos a la temática, podemos afirmar que la fantasía épica atraviesa en España un momento especialmente dulce. Más allá de la habitual reedición de clásicos, la fantasía que más vende hoy día es fundamentalmente contemporánea, con sagas como «Canción de Hielo y Fuego», «Geralt de Rivia» o «La espada de fuego». Por razones estrictamente comerciales, que se antojan difíciles de entender en el actual panorama editorial, el autor de esta primera entrega de «La Tierra del Dragón» oculta su identidad valenciana bajo el seudónimo extranjerizante de Tobías Grumm; una decisión respetable aunque a mi modo de ver poco afortunada, que nos retrotrae a épocas felizmente superadas.

 

«Nicho de Reyes» relata el preludio de un gran enfrentamiento en Argos, continente de un mundo conocido como el Eccélion. Después de una Edad Antigua habitada por elfos, enanos y otros seres semi-míticos, los hombres de la Primera Edad heredaron la tierra y la magia. En el año 4973 de la Tercera Edad, el anciano rey Theorn rige los destinos del reino norteño de Abisinia con pulso firme pero justo. Tuvo tres hijos, tan diferentes entre sí como idéntica es la devoción que le profesan: el joven e impetuoso Galendor, quien encarna las virtudes caballerescas y está destinado a sucederle; su hermosa y altiva hermana mayor Ikra, poseedora de dotes innatas para la magia en estado latente; y el débil pero inteligente Elvor, hijo menor que abrazó la hechicería buscando el poder y atenciones que le fueron negados. Una noche aciaga, un mensajero acude a palacio con noticias de ataques provocados por un ejército de oscuras criaturas que han cruzado las montañas. Es el punto de ruptura de una tregua largamente tolerada, el retorno de un poder maligno en la sombra. A partir de entonces, el mundo no volverá a ser el mismo.

 

La novela se inicia con un prólogo que relata la historia milenaria de Argos: su origen, dinastías, héroes... gestas que derivaron en leyendas y guerras que configuraron las actuales fronteras. Un pasado que habla de antiguas alianzas entre razas perdidas y un enemigo llegado de un lugar remoto, acontecimientos aún más sugerentes que los aquí narrados y cuya densidad daría pie a una nueva tetralogía. El libro posee igualmente dos partes claramente diferenciadas. La primera, “El príncipe destronado”, es más oscura, rica y original; encierra abundantes sorpresas e inesperados giros argumentales. La segunda, “Y hubo un mar de plata y oro”, es de temática más clásica y aventurera, con el citado príncipe condenado a vagar por la vasta geografía del continente en un viaje tanto físico como iniciático.

 

Sin embargo, la grandeza del libro no reside en su argumento, deudor de otros tantos salidos de plumas anglosajonas (aunque, en éste caso, sin los complejos y servilismos habituales). Grumm recrea un mundo fantásticamente realista, con un nivel de detalle y profundidad psicológica de los personajes verdaderamente excepcional para un autor novel. La complejidad de la trama proviene de la interrelación entre personajes, su riqueza de las descripciones, el realismo de las escenas, el estudiado planteamiento. Todo ello obtiene como resultado un producto tan atractivo como absorbente, en el que el lector se sumerge con sumo placer.

 

La épica de Tolkien es, evidentemente, el principal modelo seguido por el autor a la hora de plasmar su mundo fantástico-medieval. Por otra parte, en los primeros pasajes se aprecia un evidente paralelismo-homenaje con «Canción de Hielo y Fuego», del que el autor se confiesa profundo admirador: Abisinia desempeña el papel de Invernalia, frontera natural cuyos montes de Tom-Bradil constituyen el Muro que separa el mundo civilizado (en permanente conflicto) de la barbarie y magia oscura que retorna de más allá de las Tierras Baldías; los guerreros de la Marca de Luján ocupan entonces el papel de la Guardia de la Noche y, por si esto fuera poco, existen profecías que vaticinan el retorno de los dragones, entre otros detalles de repertorio (1).

 

Sin embargo, Grumm posee un estilo propio y característico que le aleja de cualquier comparación ociosa. Demuestra una enorme ambición por narrar historias, con un ímpetu que a la postre supone su mejor y peor cualidad como escritor. Por una parte, exhibe una gran soltura narrativa, con descripciones dotadas de una fuerza inusitada, pero las recarga de prolijos detalles y exceso de adjetivación, que convierten su estilo en denso, abigarrado más que barroco. Abundan los párrafos demasiado extensos, adornados con metáforas visuales y frases de carácter ominoso; documenta con exhaustividad los aspectos de ambientación más técnica (armas, armaduras, fortificaciones, usos y costumbres de época) (2), pero su léxico forzadamente elevado incurre en frecuentes errores fruto de la inexperiencia: busca siempre la palabra más contundente y altisonante (3), tiene dificultades para el manejo de comas, abusa de latiguillos y conjunción copulativa, ofrece estructuras reiterativas y gramaticalmente pobres (“sentir cómo” se repite hasta la saciedad; por ejemplo, en la página 522 tiene 4 ocurrencias), etc.

 

La conclusión evidente es que precisa desembarazarse de los clichés de género y la retórica vacía, para quedarse con la esencia de su estilo: su fuerza narrativa, el excepcional tratamiento trágico de personajes, la exhaustiva planificación de estructura y escenas (no en vano el autor tenía escritas mil páginas antes de reelaborar su historia en forma de novela), su excelente sentido del ritmo, la emotividad de abundantes pasajes, que transmiten todo el valor, gallardía y magnificencia de una época caballeresca, tan atractiva como irreal.

 

Tratamiento especial merecen los personajes protagonistas. Ikra, la primogénita, parece llamada a desempeñar un papel más hegemónico (quizá, incluso, reinar, dadas sus cualidades y pese a regir la ley sálica). Galendor, protagonista absoluto de la segunda parte del libro, deberá aprender las vicisitudes de la vida por el camino más amargo. Y Elvor, sin duda el personaje más complejo y atractivo, despreciado y atormentado, es en parte desaprovechado por el autor al asignarle finalmente el papel de malvado pese a sus evidentes razones para obrar a contracorriente.

 

Otro de los detalles singulares de la novela es el tratamiento de la magia. Existe una magia blanca, la nigromancia o magia negra, y la hechicería, definida como “el camino neutro”, el libre albedrío que acoge lo útil de ambas tendencias y no sirve más que a los preceptos del conocimiento. O la atractiva geografía de Argos, con detalles que inducen a pensar en su meridionalidad (un norte surcado por terribles desiertos y el sur por tierras heladas); el mapa ofrecido se torna imprescindible, aunque demasiado simple, pues se limita a reflejar las fronteras de las regiones sin especificar topónimos. Esperemos que en futuros volúmenes se mejore este aspecto, aunque tampoco hubiera estado mal añadir un “Dramatis personae” al final del libro.

 

En definitiva, una épica historia de pasiones y venganzas, aventuras y batallas, en un entorno atractivamente exótico, tan realista como la propia realidad. Un libro valiente de un autor ambicioso, un texto voluminoso profusamente ilustrado por Manuel Calderón en una edición casi de lujo a cargo de la esforzada editorial Equipo Sirius. No obstante, a mi juicio precisa dos cosas para convertirse en el éxito que merece: una mejor y mayor distribución (algo ciertamente difícil para una pequeña editorial, aunque la novela ha dado mucho de qué hablar en foros especializados en fantasía épica), y una auténtica labor de corrección de estilo, que evite los errores descritos y algunos más (4). Según el autor, el segundo volumen (existe un tercero finalizado, aún sin fecha de publicación) ha avanzado mucho en este sentido. Pese a ello, les emplazo a adentrarse y disfrutar de esta muy meritoria «Tierra del Dragón». A buen seguro les sorprenderá, gratamente.

 

 

(1) Como, por ejemplo, que el rey Theorn se alce con la corona tras una batalla en la que derrotó a sus enemigos en el río Sucros, o coincidencias fonéticas, acaso involuntarias, como: etnia duorathkis, idioma kalashar, lobos huargo, Fosa Cailina, un secundario de nombre Redjoy, etc.

(2) Aunque dudo que existan arrecifes de coral en aguas heladas o ñus en latitudes gélidas ¿mejor renos, alces?

(3) Fallando en demasía a la hora de encontrar la palabra que mejor se amolda a contexto: “perjurar” (jurar en falso) por jurar, “infringir” por infligir (daños), “compadecer” por comparecer, “barahúnda” (ruido) por marabunta (gente ruidosa), “sesgar” por segar, “cinta” por finta (de esgrima), “zozobrar” por flaquear, “encumbrar” por ascender, “discernir” por averiguar, “arcano” por mago, “diezmar” por reducir, “fondear mares” por surcar, “diezmar” por mermar, “aposentar” por colocar, “ciudades que se visten de asueto” por gala, “albaceas de torre” por guardián, “atenazar” por dominar... vocablos raros cuando existen otros de uso más habitual (“bambollas” por ampollas, “pancha” por panza) o graciosos equívocos como cruzarse de hombros, atar un caballo a un mamparo o ¡plantificar una tienda de campaña!

(4) Errores ortográficos del tipo: “rallos del sol” (pag. 462), “halla retirado”, “calló al suelo”, “sabia vital”, “baina”, “basto” por vasto, “puya” por pulla, “envestida” por embestida, y un largo etcétera.

 

Valoración: 7

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