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Libros publicados en 2005

Nunca me abandones

Nunca me abandones

Comentario:

 

Kathy H. tiene 31 años y lleva once desempeñando el mismo trabajo. En el momento de plantearse un giro en su vida, rememora con especial intensidad las tres etapas que marcaron su existencia: el internado de Hailsham, su paso por la residencia comunal de las “cottages” y su labor como cuidadora de “donantes”. Desde el primer instante, el lector es consciente de que en su historia sucede algo anormal, que tras la descripción de anécdotas supuestamente triviales se oculta una trágica verdad que los personajes se niegan a explicitar, impregnando la narración de eufemismos de apariencia positiva, como “donación”, “custodio”, “centro de recuperación”, “completar”, “posible”, “aplazamiento”, etc. Palabras que, no obstante, no pueden ocultar sus auténticas implicaciones.

 

En el internado de Hailsham todos los chicos eran como Kathy, “especiales”: extremadamente observadores, inteligentes y precoces, acostumbrados a racionalizar hasta el más íntimo pensamiento y actuar en consecuencia. Niños de entre 5 y 16 años que ya no juegan y que, en realidad, se encuentran terriblemente solos. Los amables custodios que cuidan de ellos les aleccionan continuamente sobre el importante papel que deberán cumplir en la sociedad, pero sólo una profesora parece lo suficientemente implicada emocionalmente como para revelarles indicios de lo que eso representa para ellos.

 

Pero, en realidad, estos niños anhelan ser como los demás y su obsesión es parecerlo en todo momento; por eso suplen su carencia de relaciones afectivas confiando sus sentimientos a los compañeros, y por eso se ayudan de objetos de segunda mano para forjarse una ilusión de individualidad y un pasado del que carecen por completo. Para Kathy el objeto-talismán será una cinta de casete, «Canciones para después del crepúsculo» de Judy Bridgewater, cuya tercera canción es precisamente “Nunca me abandones”, una enternecedora historia de amor que en su ingenuidad reinterpreta como una canción de cuna, manifestando así su anhelo de una maternidad a todas luces imposible.

 

Tras el periodo formativo en ese entorno victoriano que es Hailsham, Kathy y el resto de compañeros abandonan el internado para dirigirse a una casa de acogida, donde disponen de libertad para descubrir el mundo exterior y establecer relaciones de pareja. Finalmente, tras un tiempo indefinido, los veteranos mayores de 18 años abandonan paulatinamente el lugar para iniciar su programa de “donaciones”; algunos, como la propia Kathy, son elegidos para cuidar al resto hasta el momento en que decidan reincorporarse al programa y ver así cumplido su destino en la vida.

 

Todos esos recuerdos, con Tom, Ruth y la propia Kathy conformando un singular triángulo amoroso, están presididos por un aura de melancólica nostalgia, y una omnipresente sensación de, quizás, no haber aprovechado al máximo el escaso tiempo del que disponían. Ahora, cuando la monotonía, el cansancio, el golpe que supuso el cierre de Hailsham y el continuo adiós de seres queridos hacen mella en su corazón, Kathy siente la necesidad de buscar un sentido a su vida y enfrentarse de una vez por todas a aquello para lo que se ha preparado a lo largo de todos estos años.

 

Kazuo Ishiguro –nacido en Japón, aunque toda su vida adulta haya transcurrido en Inglaterra- está considerado como uno de los mejores escritores anglosajones contemporáneos, galardonado con premios tan prestigiosos como el Booker por «Los restos del día». En esta novela explora el tema de la clonación humana como base para trasplantes (a estas alturas, no creo revelar nada que no se haya podido inferir ya). Este dato, que se revela relativamente temprano en el libro aunque para el lector genérico sea evidente prácticamente desde la primera página, apenas resta interés a la historia, centrada en los avatares de unos individuos extraordinarios que han de relacionarse con un entorno que les es extraño. Una obra que es, en realidad, una ucronía en toda regla (o, más bien, una ucronía utópica/distópica, a tenor de la sociedad reflejada a través de los ojos de la protagonista), pues transcurre en la Inglaterra de finales de 1990 con tan sólo algunos elementos convenientemente alterados.

 

Sin ser la obra maestra que algunos han querido ver sí es una novela sólidamente construida a partir de las relaciones establecidas entre sus personajes, con un tono delicioso que el anglo-japonés ha incorporado a la narración de forma soberbia. En su novela, Ishiguro prima la emotividad de los sentimientos por encima de la brillantez formal, por lo que en su prosa abundan las frases de construcción sencilla, el lenguaje accesible, el diálogo natural y abundante. Analiza en profundidad la psicología de cada personaje y lo rodea de abundante introspección y flash backs, recursos que se revelan eficaces aún a riesgo de hacer peligrar el ritmo de la novela. Así, Kathy, Ruth o Tom recuerdan con una precisión obsesiva todo tipo de detalles relacionados con sus vidas, así como los sentimientos que les embargaban, quizá por ser entonces demasiado jóvenes para interpretarlos cabalmente, y quizá también porque, conscientes ya de su falta de futuro, se empecinen en revivir un pasado en el que aún cabía la esperanza.

 

La naturalidad con la que estas personas asumen su destino, con un orgullo exento del menor asomo de rebeldía, es lo que deja absolutamente perplejo al lector. Su ingenuidad, ternura y bondad natural demuestran su condición de almas generosas que han logrado trascender el mezquino egoísmo de una sociedad que les ha concedido la vida únicamente con el fin de arrebatársela cuando lo estime preciso. ¿Condicionamiento genético y/o inducido por medio de la educación? Puede ser, pero incluso así parece mucho más poderosa su voluntad de desempeñar una tarea para la que creen estar suficientemente preparados y demostrar así su auténtica valía como seres humanos (1).

 

Como es lógico, el libro da pie a un debate serio y nada complaciente sobre la moralidad de los retos a los que nuestra sociedad deberá enfrentarse en el inmediato futuro: en un mundo en el que la clonación humana sea técnicamente factible y que exige cada vez más a la medicina ¿sería ético clonar personas como bancos de órganos para combatir enfermedades? Estos clones ¿tendrían derecho a la autoconsciencia, a una educación, a ser felices y conocer el mundo que les rodea antes de completar su función? Y esta vida breve pero intensa ¿no fomentaría una cruel e ilusoria esperanza de futuro?

 

Los capítulos finales rompen el estatismo en el que estaban incurriendo personajes y autor, para revelar al fin las causas y motivaciones últimas. Son los momentos de mayor crudeza, con Kathy rememorando los instantes finales de Ruth y Tom, y el postrer intento por revivir su amor. Pero sobre todo es la constatación de que, pese a que el experimento Hailsham demostrara fehacientemente la creatividad y humanidad de los clones, ello no importaba lo más mínimo a un mundo necesitado de recambios humanos para trasplantes. Frente a esa terrible realidad, ¿qué mayor generosidad que ofrecer la propia vida?

 

Una novela espléndida, hermosa a la vez que terrible, de las que se leen en un suspiro y dejan un recuerdo indeleble en la memoria del lector.

 

(1) En cualquier caso, no me parece coherente su ansia de conocimiento sobre el mundo y ese desinterés absoluto por los medios de comunicación puestos a su alcance: Kathy poseía un casete presumiblemente con radio, todos los chicos de Hailsham y las “cottages” tenían acceso libre a periódicos, ordenadores y televisión, pero se limitan a ver películas, etc.

 

Valoración: Notable alto

 

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