«La vieja guardia» es la primera novela de John Scalzi, un escritor hasta la fecha completamente desconocido en España. Esta obra iconoclasta forma parte de una (por el momento) trilogía homónima en la que el autor pone en solfa las convenciones de la ciencia ficción bélica/antibelicista a la vez que insufla al género de un aire más desenfadado, estimulante y paródico
La vieja guardia
En el futuro, la conquista del espacio ha perdido todo su aura poético y aventurero. La Unión Colonial se alimenta de infelices procedentes de países que no pueden mantener a su población civil (1) y, al margen de las Fuerzas de Defensa Colonial (FDC), es el único organismo que posee astronaves con impulsores de salto capaces de abandonar la vieja Tierra. Incluso la comunicación entre ésta y sus dominios es prácticamente inexistente debido a las complicaciones derivadas de la distancia pero, sobre todo, por las rigurosas leyes de Cuarentena que impiden la difusión de noticias sobre el avance de la guerra.
En su salida al espacio, la humanidad se ha topado con otras razas extraterrestres inteligentes con las que entablar relaciones e intercambiar conocimientos; pero el universo es un lugar extremadamente hostil y los conflictos se extienden por doquier. Cualquier experiencia previa sobre cómo librar una contienda no sirve en las batallas del espacio, donde el enemigo es alienígena y emplea tácticas incognoscibles. Pero la experiencia vital cuenta y por eso las FDC no desdeñan reclutar personas de avanzada edad, viejos carcamales gruñones que combaten durante un periodo obligatorio no inferior a diez años a cambio de una terapia génica que devuelva a sus cuerpos la juventud perdida. Es el caso de John Perry, quien en el día de su 75 cumpleaños visita la tumba de su amada esposa y se alista en las FDC.
Perry conoce a otros reclutas en tránsito hacia la Estación Colonial y, posteriormente, en el crucero que les conduce a la base de entrenamiento, amistades impelidas por la urgencia y la necesidad que, no obstante, formarán parte indisoluble de su ser al convertirse en lo más parecido a una familia una vez dejado irremisiblemente y para siempre atrás todo cuanto era. Tras el ansiado cambio de cuerpo y un breve pero intenso periodo formativo, su vida se torna una continua sucesión de escaramuzas y combates sangrientos en diferentes e indistintos puntos del universo. Siempre luchando, siempre conquistando nuevos planetas adecuados para la colonización humana, a menudo habitados por otras especies alienígenas de similar tecnología a las que es preciso desalojar por medios violentos, en una desenfrenada carrera contra reloj por evitar ser confinados en una misma región del universo.
«La vieja guardia» es la primera novela de John Scalzi, un escritor hasta la fecha completamente desconocido en España. Esta obra iconoclasta forma parte de una (por el momento) trilogía homónima en la que el autor pone en solfa las convenciones de la ciencia ficción bélica/antibelicista a la vez que insufla al género de un aire más desenfadado, estimulante y paródico. La equiparación de planteamientos, ideas e, incluso, escenas (2) con algunos clásicos como «Tropas del Espacio» y «La guerra interminable» no es, por tanto, gratuita sino parte fundamental de su esencia. Pero, y esto es lo más importante, Scalzi escribe su novela desde el respeto, el conocimiento y el propósito de trascender unos presupuestos genéricos que indudablemente ama, es decir, muy lejos de la bufonada oportunista.
John Perry se erige en el antihéroe indefectible, un superviviente con una visión muy cínica de la realidad producto de su longevidad y de la constatación de no ser más que un peón dentro de un engranaje desbocado y secretista; pese a ello, o precisamente por ello, la ironía y el humor –negro, inteligente, catártico- que lo acompañan despiertan las simpatías del lector. Su participación destacada en la guerra no altera un ápice la naturaleza de un sistema pensado para sostenerse in eternum –un panorama, cuando menos, tan descorazonador como el de sus predecesoras-, y lo conduce a la toma conciencia de no ser más que una útil pero ciega máquina de matar al servicio de intereses espurios. Al contrario que sus compañeros de aventura, deslumbrados por el vigor juvenil de sus nuevos cuerpos, Perry cuestiona el actual statu quo, continúa enamorado de su mujer y anhela la estabilidad emocional que esa relación le proporcionaba, por lo que no ceja en su empeño de hallar una conclusión personal válida frente al sinsentido de un estado de guerra perpetuo e inalterable.
En la primera parte del libro Scalzi refleja mejor esta mirada madura, crepuscular y posmoderna del género y desde el género, para lo cual se ayuda de algunas de las temáticas más representativas que ha tratado la ciencia ficción a lo largo de su historia: el ascensor espacial, el viaje estelar, la nanotecnología, la clonación, la teoría de los universos múltiples y un largo etcétera, siempre desde un tratamiento muy respetuoso para con la física y afán didáctico, que le lleva a detenerse en los pequeños detalles que a menudo se obvian en las obras de género: las diversas formas de crear gravedad artificial en una nave espacial, los problemas derivados de viajar a velocidades relativistas o las posibilidades de mejora del cuerpo humano, entre otros y sólo por citar sólo algunos ejemplos. Sin embargo, una vez comienzan las misiones de invasión, este enfoque especulativo comienza a perder fuerza en favor de la pura y simple aventura espacial, con episodios cada vez más (auto)paródicos hasta el desenlace sobrevenido.
Hacía bastante tiempo que Minotauro no publicaba una novela de ciencia ficción “hard” (3). Un relato inteligente, que supedita su estilo -desprovisto de elementos descriptivos y/o estéticos de relevancia- al desarrollo de un argumento dinámico que tiene la rara virtud de ser, a la vez, divertido y dramático, por lo que puede satisfacer por igual al lector escapista y al que demanda una perspectiva más trascendente en un buen libro.