Coh alimenta una atmósfera fantasmagórica, tensa y malsana, en la que el lector no sabe a ciencia cierta donde termina la realidad y comienza la alucinación. La imitación de estilo de los clásicos es encomiable, pero su peso termina por ahogar la voz del propio autor.
Bajo tierra
Sebastian Coh es el pseudónimo utilizado por el joven autor de «Bajo Tierra», novela galardonada con el II Premio Internacional de Terror Villa de Maracena. En esta su primera novela publicada, Coh deja traslucir su pasión por los clásicos, en especial por la obra de Edgar Allan Poe y los decadentistas franceses. Una novela breve -cuenta con poco más de un centenar de muy intensas páginas- editada en lujoso cartoné con sobrecubierta (1) por la editorial Almuzara.
La novela comienza presentado a la joven Violet Hearse en una situación claustrofóbica de la que apenas se conocen datos: encerrada por voluntad propia en el sótano de la casa familiar a la que ya no pertenece y observando a los asistentes de un sepelio oficiado en las proximidades a través una discreta ventana. Violet es la única hija de un reputado doctor, una muchacha extremadamente sensible y con rasgos de demencia, amante de la literatura gótica y traductora vocacional. Amargos recuerdos acompañan su tristeza en la soledad de la lúgubre estancia, reflexiones que poco a poco dejan entrever la conspiración de la que ha sido víctima y la resolución con que planea su venganza.
Coh alimenta una atmósfera fantasmagórica, tensa y malsana, en la que el lector no sabe a ciencia cierta donde termina la realidad y comienza la alucinación. No sabemos quienes son los personajes ni el papel que ocupan en la trama, la narración alterna nostalgias, percepciones y pensamientos de la protagonista a modo de breves brochazos, que dan lugar a un ritmo lento y dilatado. El estilo cuidado, recargado, grávido y monótono del narrador remite sin duda a sus admirados clásicos, pero emplea demasiado esfuerzo en dotarse de empaque literario, con frecuentes digresiones que hacen perder el hilo principal de la historia al extenderse en aburridos soliloquios sobre el arte, la función de la literatura, el absurdo de la condición humana, la idea de progreso, la necesidad de los libros… El resultado es una trama irregular, demasiado estática sin la presencia de acción ni diálogo (2). Es encomiable la imitación de estilo, pero el peso de los clásicos termina por ahogar la voz del propio autor.
Por otra parte, la opresiva presencia de un narrador omnisciente en tercera persona se antoja más un molesto intermediario que una vía natural para transcribir la atormentada psique de nuestra protagonista. Se percibe una reacción histriónica en los personajes, una excesiva atracción por el vocablo rebuscado y el extranjerismo epatante, una derivación de la trama hacia postulados de tragedia clásica. El desenlace, como no podía ser de otra manera, recuerda mucho a “La caída de la casa de Usher”, de Poe.
¿Acontecimientos fantásticos o simplemente terroríficos? Decidir queda en mano del lector. Ciertamente, el amante del horror tiene asegurada la presencia de escenarios sombríos, un clima tenebrista, una siniestra conspiración y un colofón pavoroso, pero también una retórica barroca y una estética pensada más para “epatar les burgueois”. Vida y muerte entremezclada de ficción y realidad. Un producto algo efectista aunque de indudable interés, que representa una oda al lado más oscuro y tenebroso de la mente humana.