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Libros publicados en 2008

El tejido de la espada

Esta atípica fantasía épica hunde sus raíces en las tradiciones y paisajes del Aragón natal del autor. Pallarés abandona su habitual y poderoso discurso pesimista a lo Kundera para trasladar la acción a un lugar donde la magia ancestral es omnipresente y transitan todo tipo de seres procedentes de la rica y variada mitología autóctona, en el que cabe destacar el protagonismo otorgado a la visión femenina de la magia.

El tejido de la espada

Brumalia, un mundo cuyos confines se desdibujan entre la niebla. Un espacio atemporal aislado de la tierra de los mortales por ocultos portales mágicos. Un lugar donde el concurso de la magia se torna imprescindible para la supervivencia. En una de sus regiones más agrestes, conocida como la Baylía, se enfrentan desde tiempos inmemoriales dos hermandades de brujas -la matría de la Niebla y la matría del Dolor-, que ansían el poder por encima de todo aunque por motivos bien diferentes. Se avecina un cambio de ciclo en la magia, necesario para garantizar una nueva dinastía en Brumalia, pero la vieja bruja Liduvina se resiste a ceder el control a la facción contraria, y su rebeldía arrastra a hombres y bestias a quienes sojuzga mediante las denominadas telas de la vida. Por si esto fuera poco, en el cercano País del Olivo los orgullosos masoveros han abierto uno de los portales mágicos, y los nuevos territorios emergentes despiertan la codicia de los reinos vecinos. Se gesta una guerra total y, acaso, definitiva para el futuro de cada bando enfrentado y de la propia Brumalia.

 

En este escenario convulso, el clan de los hermanos Heredia está llamado a jugar un papel esencial en la trama. Germán, el más fiero guerrero de la Baylía y experto estratega, es dueño de un carácter noble y una capacidad innata para el combate que lo hubieran convertido en el líder natural de la familia si no fuera porque sus accesos de amnesia lo condenan a una existencia errática de continuas intermitencias. Arnal, el primogénito, se conduce con una estéril arrogancia que a duras penas logra esconder su cobardía y la frustración por no haber sido nombrado heredero. Diego, su taimado confidente, es experto en marrullerías y presto a la traición. El hermano menor Miguel, tan apuesto como implacable con la espada, debe su condición de heredero y portador de las dos espadas de poder que forjara su padre a su fidelidad maternal. Y, por último, Gema, aprendiz de bruja y secretamente enamorada de Germán. Todos ellos son hijos de la citada bruja Liduvina, a quien Germán culpa de la muerte de su padre.

 

Los derroteros del destino conducen a Germán y a sus hermanos varones a las tierras del País del Olivo, habitado por masoveros o descendientes de una legión romana perdida en Hispania. El tribuno Horacio aprovecha la ocasión para concertar un matrimonio de conveniencia entre su hija Livia y el joven Miguel con el que sellar una alianza estable con la Baylía. Pero el impetuoso guerrero infringe gravemente las leyes de la hospitalidad y los masoveros claman venganza. Todo obedece, sin embargo, a un minucioso plan pactado tiempo atrás entre brujas y sacaúntos (su equivalente local), con el que asegurarse el poder manipulando las vidas de los hombres como si de marionetas se tratara. Contra todo pronóstico, aparece en escena un nuevo elemento de incertidumbre: la sibila, aquella capaz de tener sueños proféticos, se reencarna en la despechada Livia, lo que obliga a todos a replantearse estrategias.

 

La suerte de los hermanos Heredia, de las matrías de la Baylía, los masoveros romanos del País del Olivo, los ambiciosos y crueles devas celtas y, por supuesto, los pueblos frei oriundos de Brumalia va a depender en gran medida de la pericia con la espada de Germán y del poder conferido a la bruja Irache, su futura consorte, destinada a traer un nuevo orden a esta tierra milenaria. Pero, para el atormentado guerrero, la prioridad es salvar la vida de sus hermanos y liberar a los hombres, de una vez y para siempre, del yugo de las brujas.

 

José Manuel Pallarés, escritor, traductor, guionista de cómic y editor freelance, ha demostrado su solidez como narrador principalmente en dos novelas escritas en colaboración: la excelente, brutal e incomprendida ucronía épica «Bula Matari» (Sulaco, 2000), junto a León Arsenal, y el thriller de ciencia ficción «Tiempo prestado» (Equipo Sirius, 2005), con Amadeo Garrigós. Sin embargo, Pallarés cuenta en su haber con otros títulos menos conocidos pero de indudable interés, como la novela «El ayer vacío» (Juan José Aroz Editor, 1998), las notables colecciones de relatos «En breve conquistaré esta tierra» (Colectivo D. Tebeos, 1997) y «Noches nabateas» (Pulp Ediciones, 2002), y varias colaboraciones en diversos libros de ensayo (sobre la figura de Conan, Lon Chaney, etc.). Esta es, pues, su segunda novela en solitario, y, sin duda, su obra más ambiciosa.

 

Esta atípica fantasía épica hunde sus raíces en las tradiciones y paisajes de su Aragón natal. De hecho, el autor advierte en su presentación que, pese a que evidentemente los hechos narrados y los personajes son ficticios, el escenario y el tono vital están inspirados en los usos tradicionales de la Baylía de Cantavieja, de la que es oriundo su progenitor, cuyas tierras marcaron de forma indeleble sus primeros años.

 

Pallarés abandona su habitual y poderoso discurso pesimista a lo Kundera para recuperar la épica esencial de la citada «Bula Matari». La acción se traslada del salvajismo tribal propio de la guerra africana a un entorno casi feérico, un lugar donde la magia ancestral es omnipresente y transitan todo tipo de seres procedentes de la rica y variada mitología autóctona, más algunos otros salidos de la fecunda imaginación del autor. No resulta extraño, pues, que en la narración dominen las descripciones -excelentes- del paisaje natural, y que éstas se acompañen de una soberbia caracterización de personajes y una trama muy rica en complejidad. Pero si hay una característica definitoria del nuevo estilo de Pallarés, ésa es el empleo de un castellano exquisito, poblado de localismos aragoneses actuales y antiguos (se agradece el glosario final), reforzado en el sólido manejo de diálogos y reflexiones de calado, y en las numerosas escenas donde se palpa la tensión dramática. El resultado es un cuadro vital realista, creíble, atractivo.

 

No obstante, en mi opinión la novela se malogra en gran parte debido a tres razones fundamentales: una longitud excesiva, que provoca que el ritmo decaiga de forma ostensible, en especial en su segundo y tercer libro. Dada su extensión –el triple de una novela al uso-, la trama va perdiendo intensidad paulatinamente y termina por adentrarse en el terreno de lo trillado y el lugar común. Adolece, igualmente, del mayor defecto de muchas obras voluminosas: la contención inicial da paso a un torrente de argumentos secundarios que difícilmente pueden ser reconducidos en la forma y desarrollo que precisan hacia una conclusión satisfactoria, quedando a la postre hilos inconexos o cerrados de forma abrupta, personajes desaprovechados (como Lucrecia, la arrojada mujer-loba) y temas importantes que se relegan al olvido (como el papel otorgado a las espadas, Acíbar y Nictálope, tan relevante a priori, tan descuidado después). Todos ellos defectos de planificación y estructura.

 

La segunda cuestión tiene que ver con la condescendencia por parte del autor hacia el lector genérico, que busca descaradamente su complicidad y es apreciable en las numerosas –y, por otra parte, emocionantes- escenas de batalla pero, muy especialmente, en los combates contra criaturas monstruosas, muchas de ellas de características más deudoras de la mercadotecnia anglosajona que del rico folclore mitológico autóctono. Estos elementos, por superfluos y contraproducentes, restan credibilidad a la obra y suponen, a mi juicio, su más grave falla.

 

En último lugar se encuentra el determinismo mesiánico. La confianza desmedida en el concurso de un héroe cuya actuación alterará para siempre el orden establecido es característica común de buena parte de la fantasía épica. En el presente caso, Germán y su consorte Irache se erigen –cada cual en su terreno: espada o magia- en una especie de “emperadores de todas las cosas” en palabras de Norman Spinrad, capaces de salir airosos de cualquier desafío por temerario o inalcanzable que éste sea, en virtud de su inteligencia, destreza, conocimientos, fortaleza física, o por la simple y llana razón de ser “elegidos” para la gloria.

 

Pese a la oportunidad desperdiciada de haberse sumado al puñado de obras fantásticas contemporáneas de auténtica valía que hincan sus raíces en nuestra historia – «Rihla», «Juglar», «Danza de tinieblas»-, «El tejido de la espada» atesora no pocos valores que hacen de ella una lectura más que recomendable. Cabe destacar el protagonismo otorgado a la visión femenina de la magia, al estilo de la renovadora «Las Nieblas de Avalon» de Marion Zimmer Bradley, a la que se asemeja en no pocos aspectos. La magia es labor exclusiva de mujeres, más dotadas para los asuntos de poder, relegando a los hombres a la función de meros peones al servicio de sus ignotos intereses, cuya voluntad someten mediante el empleo de las citadas “telas de la vida”. Aún así, existen grandes diferencias de índole filosófico-moral en la práctica de esta magia por parte de unas y otras, y los matices enriquecen la complejidad de ese mundo de fantasía.

 

En la novela queda espacio para los sentimientos, para una historia de amor sincero y para dramáticos duelos de varias mujeres (la bruja Irache, su hermana Gema, la sibila Livia) enfrentadas por el amor de Germán. Más aún, en tan vasto volumen hay lugar para poner de manifiesto las normas medievales de vasallaje, su concepto del honor, usos y costumbres de la época, tradiciones celtas, armas, y un interminable etcétera; de todo ello se muestra Pallarés profundo conocedor, y el lector agradece su devoción.

 

Por otra parte, el escritor aragonés es hijo de sus lecturas: de Conan a la ciencia ficción, pasando por el cómic, la fantasía, la épica, la novela artúrica... Así, en el texto pueden rastrearse numerosos guiños a obras maestras, declaradas o fruto del inconciente, sin descartar, por supuesto, las simples coincidencias. Por ejemplo, la palabra “frei” que se emplea para referirse a los oriundos de Brumalia es el nombre de una de las principales casas nobiliarias de la saga épica «Canción de Hielo y Fuego» de George R.R. Martin; el asedio en el Puño de los Frei recuerda mucho -por desarrollo y desenlace- a la batalla en el abismo de Helm de «El Señor de los Anillos»; el agua sin desbravar que ingiere Germán en determinado momento, y que a la postre está a punto de costarle la vida, le permite liberarse del yugo que lo atenaza para erigirse en el nuevo “jabalí” o líder guerrero de Brumalia, exactamente igual que en «Dune», donde el joven Paul Atreides ingiere el “agua de vida”, uno de los más poderosos venenos iluminadores utilizados por las brujas Bene Gesserit, que lo encumbran como nuevo mesías o Kwisatz Haderach, aquel llamado a emprender una cruzada religiosa para regir los destinos del mundo. Por citar sólo algunos ejemplos.

 

El libro se acompaña de una cuidada edición en cartoné, que incluye un mapa de la Baylía (no demasiado detallado) y otro de la ciudad de Villafranca. La editorial Timun Mas continua su apuesta, ya de forma más tangible, por los valores nacionales que practican la fantasía, en este caso no tan seguidista del modelo anglosajón sino más arraigada en unas coordenadas espacio-temporales reconocibles y que merecen la pena recorrer.

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