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Libros publicados en 2006

Juglar

La novela tiene como principal aliciente la presencia de un personaje tan carismático como Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Por ello, la estructura del relato se adapta a los hechos más destacados del «Poema de Mío Cid», acontecimientos narrados desde un enfoque fantástico prácticamente inédito en las letras españolas.

Juglar

En la Castilla del siglo XI, Esteban de Sopetrán es un humilde juglar, un taimado truhán y poeta destinado a desempeñar un oficio de soledad, sobreviviendo a base de juventud, ingenio y algún que otro pequeño truco de magia cuando las cosas se ponen feas. Niño expósito criado en el monasterio que le dio su nombre, pronto las historias de héroes y reyes que el padre Jacobo le narraba a escondidas despertaron en él su anhelo por recorrer mundo. La oportunidad se la brinda el joven Fernán Ramírez, hijo menor del conde de Huete, a quien desde entonces acompaña en calidad de escudero. Estebanillo no tarda en descubrir que el noble caballero domina las artes prohibidas, y decide seguir los pasos de su señor y aprender por su cuenta los rudimentos de la magia. Pero durante una estancia en la corte se desata la tragedia y Estebanillo tiene que huir para evitar ser acusado injustamente de asesinato. Y así, perdiéndose en los caminos, comienza un errático deambular que ya nunca más abandonará.

 

El narrador de esta historia es el propio Estebanillo, un desventurado buscavidas dotado de una milagrosa capacidad para sanar de sus heridas. Para sobrevivir a la miseria aprende rápido los trucos del oficio: juegos de manos, piruetas y chanzas con los que divertir al vulgo, y cantares de gesta que transforman los horrores de la guerra en nobles aunque falsos lances de caballería. En solitario o en compañía de otros, su vida se convierte en una huída continua, acosado por las privaciones, la fatalidad y unos tenaces perseguidores que desean arrancarle un secreto que desconoce.

 

Rafael Marín es uno de los grandes valores de la literatura fantástica española. Junto con otros escritores procedentes del campo de la ciencia ficción, como Javier Negrete, León Arsenal o Elia Barceló, aporta a la fantasía, la novela histórica o el juvenil su característico sentido de la maravilla, un peculiar deleite por la narración de historias y un enfoque más racionalista de la aventura. Marín rescata al personaje de Hamlet Evans, aquel poeta errante de su obra magna «Lágrimas de luz», y lo conduce por los caminos polvorientos de la península ibérica de Mío Cid en lucha contra moros y cristianos, para poner nuevamente en evidencia lo peor y lo mejor del alma humana: la guerra, el ansia desmesurada de poder, el egoísmo, pero también la alegría de vivir, el amor, la amistad, el honor.

 

Marín abandona el barroquismo de sus cuentos más líricos para centrarse completamente en la historia y, muy especialmente, en la evolución psicológica del personaje. Por tratarse de unas memorias de madurez, el texto adopta la perspectiva juiciosa, moralizante y ciertamente amarga de quien ha padecido una existencia ingrata y siente un inexorable desencanto por la vida. Desengaño a desengaño, la vitalidad del joven Estebanillo se torna sufrimiento y pesar, sin hallar en ningún momento la paz de espíritu que ansía; como consecuencia, el relato adquiere un tono cada vez más sombrío, en el que la ironía y la sátira propia de la novela picaresca apenas tienen cabida (algo que, francamente, se echa en falta). Por el contrario, el peregrinar del personaje se hace quizá demasiado largo.

 

La novela tiene como principal aliciente la presencia de un personaje tan carismático como el citado Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Por ello, la estructura del relato se adapta a los hechos más destacados del «Poema de Mío Cid»: las luchas fronterizas con las taifas almorávides, la guerra fraticida entre los reyes de Castilla y León, el sitio de Zamora y la muerte del rey Sancho, la jura en Santa Gadea del nuevo rey Alfonso, las desavenencias entre rey y vasallo, la hora más triste del destierro, la última batalla ganada tras su muerte... acontecimientos narrados desde un enfoque fantástico prácticamente inédito en las letras españolas (1). No obstante, la ambientación histórica es simplemente correcta, cuando la originalidad de la empresa y el especial contexto histórico -convivencia entre culturas cristiana, judía, árabe y musulmana- bien merecían un mayor esfuerzo de documentación.

 

Por otra parte, «Juglar» posee a mi juicio un punto de insatisfacción que se concreta en la forma en que el elemento sobrenatural irrumpe dentro de la trama histórica. Ciertamente, la idea de una Castilla medieval en la que aún subsisten vestigios de magia antigua es particularmente atractiva, pero Marín no acierta a crear un entorno fantástico sólido utilizando el rico folclore patrio; si bien es cierto que aparecen figuras relevantes de nuestra Historia tocadas con un barniz fantástico, el elemento extraordinario surge casi siempre de forma abrupta y en no pocas ocasiones derivado de una visión contemporánea (2). En consecuencia, la visión histórica y fantástica no se integran con la deseable naturalidad y aparece, incluso, algún detalle denodadamente “freak” (como el regalo del Cid al rey Sancho, nada menos que un ejemplar del Necronomicon).

 

Sorprende, además, que el prólogo (y epílogo) del libro giren en torno a la figura del Cid cuando, en realidad, termina siendo un personaje bastante circunstancial en la trama; trama cuya resolución, por cierto, hace presagiar un desenlace trágico para el protagonista que finalmente se nos hurta. Tal vez el autor ha tomado demasiado cariño al personaje como para resistirse a su fin, aunque ello da pie a una posible segunda parte en la que completar detalles relevantes como el esclarecimiento de la identidad de quien abre los ojos a Estebanillo acerca del misterio de su vida, qué portentos espera ver de un rey llamado Alfonso o el pago de cierta deuda a cierto personaje. Por no hablar del papel sobrenatural del propio Cid.

 

A pesar de algunas fallas, «Juglar» es una obra literariamente destacable y posiblemente el título más ambicioso de Rafael Marín desde ese gran clásico de la ciencia ficción española que es «Lágrimas de luz». Marín demuestra unas excelentes dotes narrativas en un relato que conjuga a la perfección amenidad, misterio y madura reflexión, siendo, por tanto, un libro deleitable por un amplio sector de lectores. «Juglar» fue finalista del premio Minotauro 2006, edición que ganara Javier Negrete con su novela «Señores del Olimpo»; dos obras si no perfectas sí al menos con la suficiente ambición, calidad literaria y comercialidad como para, haciendo uso del ex aequo, haber compartido los laureles del prestigioso galardón.

 

 

(1) Recuérdese la visión mágica de la Edad Media del magnífico «Industrias y andanzas de Alfanhuí», de Rafael Sánchez Ferlosio (1951)

(2) Como hablar de magia producto de una confluencia de religiones en una época en la que imperaba la noción de dios único y excluyente (parece más acertado hablar de convivencia de gentes de diferente religión que de convivencia de religiones propiamente dicha) o la idea aberrante de un dios desplazado por la fe de los mortales (eran los dioses quienes regían el destino de los hombres, nunca al revés). Pero, sobre todo, la descripción de criaturas demoníacas como lobisomes, fantasmas y vampiros obedece más a la iconografía moderna que al rico acervo cultural de nuestro mítico pasado.

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