«Ahora y siempre» es el nuevo volumen de relatos de Ray Bradbury; contiene dos novelas cortas de larga gestación, profundamente autobiográficas y repletas de imágenes y símbolos. “En algún lugar toca una banda” captura el sabor a nostalgia de tiempos mejores de una pequeña población en pleno proceso de crecimiento. “Leviatán 99” parte de su experiencia como guionista de «Moby Dick» para realizar una transposición -a mi juicio, demasiado literal- de la mitología de Melville al espacio exterior. Sin embargo, esta nueva entrega se encuentra lejos de alcanzar las cotas líricas de sus mejores obras.
Ahora y siempre
Ray (Douglas) Bradbury es uno de los más notables escritores contemporáneos de género fantástico, creador de historias inolvidables como «Fahrenheit 451» o «Crónicas marcianas», convertidas con el paso del tiempo en auténticos iconos modernos. Natural de la pequeña localidad de Waukegan, Illinois, su obra –compuesta por una veintena de libros entre novelas, colecciones de cuentos, poemas y obras de teatro- “ha conformado el paisaje literario americano” y elevado a estatus de universal a su amado Medio Oeste americano. Pero Bradbury es, ante todo, un cuentista singular, como lo atestigua la mayor parte de su producción, compuesta por las antologías «El hombre ilustrado», «Remedio para melancólicos», «Las doradas manzanas al sol», «El país de octubre», «Fantasmas de lo nuevo», «Las maquinarias de la alegría», «La bruja de abril», y un largo etcétera.
«Ahora y siempre» es su nuevo volumen de relatos; dos novelas cortas de larga gestación, profundamente autobiográficas y repletas de imágenes y símbolos. “En algún lugar toca una banda” captura el sabor a nostalgia de tiempos mejores de una pequeña población en pleno proceso de crecimiento; fue escrito en diferentes periodos de su vida, y en su génesis se entremezclan elementos tan dispares como su niñez en Tucson, un extenso poema inspirado en la banda sonora de la película «El viento y el león», o su adoración por la actriz Katherine Hepburn. Por su parte, “Leviatán 99” parte de su experiencia como guionista de «Moby Dick», largometraje dirigido en 1956 por el gran John Houston, para realizar una transposición de la mitología de Melville al espacio exterior. Una versión en forma de drama radiofónico fue emitida por la BBC Radio de Londres, con Christopher Lee interpretando al loco capitán de la nave espacial Cetus; posteriormente fue adaptada al teatro para, finalmente, ser convertida a novela corta.
Bajo el epígrafe de «Ahora y siempre», el ya anciano Ray Bradbury reafirma su alegría de vivir y las constantes que han hecho de él un destacado fabulador. Continúa siendo un poderoso creador de ensueños, de imágenes que despiertan los recuerdos de nuestra niñez y afloran el deseo de redescubrir espacios naturales y una forma de vida más sencilla, pura y libre. Sin embargo, esta nueva entrega se encuentra lejos de alcanzar las cotas líricas de sus mejores obras. Ya en «El signo del gato», su anterior colección de relatos publicada en España, era suficientemente significativo el declive. Estas dos nuevas historias se antojan envejecidas al escrutinio actual, la primera edulcorada en exceso mientras que la segunda claramente sobrada de pasajes aburridos e, incluso, pedantes. Su interés se dirige especialmente a los incondicionales del autor, y pone en evidencia la, a mi juicio, escasa valía del norteamericano como poeta y dramaturgo, pese a la elevada opinión que éste mantiene de sí mismo.
Pero Bradbury sigue siendo Bradbury, y aún podemos apreciar detalles de su grandeza en ambas historias. El Ray Bradbury niño, dueño de una imaginación portentosa y apasionado de un mundo rural idealizado está, ciertamente, muy presente en este libro.
Incluye:
"En algún lugar toca una banda"
Un joven periodista se detiene en el apeadero de una pequeña población de Arizona. Summerton, la ciudad del verano, es un lugar donde el tiempo parece detenido en un verano eterno, en donde no existen los problemas y todo el mundo es joven de espíritu y gobierna la alegría de vivir. Un pueblo de gentes tranquilas y extraordinariamente longevas, una villa de artistas y amantes de los libros que, sin embargo, oculta un aciago secreto. Este periodista es portador de una noticia terrible, un cambio que puede destruir para siempre ese mundo maravilloso e imposible que tanto esfuerzo costó levantar.
Ese joven periodista con aspiraciones de novelista es, en realidad, el propio Bradbury; y el jefe de estación, ese hombre afable y parlanchín que lo recibe en primer lugar, le muestra la ciudad y parece conocer muchas cosas sobre él, no es más que la voz de su propia conciencia. Porque ese periodista no es feliz, y por ello se embarca en un viaje a un lugar que no aparece en los mapas obedeciendo al impulso de encontrar el oasis de sus sueños antes de que las fauces del progreso lo puedan destruir. Otros personajes simbólicos que aparecen en el texto son el periodista envidioso que amenaza con descubrir el secreto, interpretable como la Némesis racional del autor, y Nefertiti, la personificación de su ideal femenino, que encarna a todas las mujeres de su vida.
En capítulos muy breves, Bradbury desgrana un rosario de imágenes que describen el paisaje rural americano de principios del siglo pasado, un espacio idealizado en el que todas las personas son amables y no existe espacio para la maldad humana: la campiña, trenes a vapor que se aproximan desde la lejanía, barrios de casitas unifamiliares de madera con columpios y mecedoras en el porche, comida casera, calles sin asfaltar recorridas por carros tirados por caballos, pensiones, árboles, girasoles, y sol, mucho sol. Realidad, sueños y anhelos entremezclados en una narrativa imaginativa y poética, pese a la presencia de algunos diálogos absurdos con pretensión de oníricos. Una historia de amor, despedida y reencuentro, triste y nostálgica a la vez. Como un blues, como el propio Bradbury.
Valoración: Interesante
Cetus 7 es la nave interestelar más grande jamás construida. Su misión consiste en cartografiar estrellas, explorar mundos y detallar las rutas de los cometas que hallen a su paso. Tras cuarenta días de navegación, su capitán sigue encerrado en el camarote. No desea que nada ni nadie le molesten, no hasta encontrar a Leviatán, un enorme cometa que pasó por primera vez ante la Tierra treinta años atrás y cuyo fulgor apagó la luz en sus ojos. El capitán, ciego y enloquecido, juró venganza y ese momento se acerca porque, en su mente febril, piensa que el coloso se dirige de nuevo a la Tierra para destruirla. Sólo un oficial parece dispuesto a impedir la locura del capitán, aunque no cuente más que con la ayuda de un alienígena multiforme y telépata al que nadie toma en serio.
Bradbury realiza una transposición, a mi juicio demasiado literal, del clásico de Herman Melville, calcando escenas y empecinándose en equiparar un ser vivo e instintivo como la gran ballena blanca Moby Dick con un objeto inanimado que describe trayectorias siempre precisas y predecibles, y al que absurdamente asigna el papel de encarnación del mal. Igualmente, se esfuerza en dotar de poética a un texto francamente aburrido, repleto de diálogos absurdos y pensamientos caóticos del desquiciado capitán. Tampoco logra transmitir la inminencia del fin en la conclusión de la novela, ni el agotamiento por la larga búsqueda infructuosa; a cambio, el escritor norteamericano ofrece un repertorio inagotable de frases pretenciosas que exudan trasnochados ideales filosóficos sobre la humanidad en el espacio, repleto además de referentes bíblicos. Un relato, en definitiva, muy deudor de lo peor de la New Wave.
Siempre he pensado que los viejos sueños de conquista espacial de Bradbury, tan cargados de ingenuidad y optimismo, eran la antítesis perfecta a la visión distópica que Ballard poseía sobre lo que denominaba era post-tecnológica. En este caso, Ballard gana por goleada.
Valoración: Regular