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Libros publicados en 2009

Judas desencadenado

Peter F. Hamilton es una de las mentes más imaginativas de la moderna ciencia ficción, al menos del subgénero conocido como Space Opera o aventura espacial. En la Saga de la Federación, Hamilton crea un universo coherente con el nivel de detalle, complejidad y escala necesarios para resultar verosímil: múltiples personajes y cursos de acción; diferentes escenarios, tecnologías y razas en conflicto; innumerables civilizaciones, sociedades y regímenes políticos; planetas en diversos grados de terraformación; intereses, ideas, intrigas y formas enfrentadas de pensamiento…

Judas desencadenado

«Judas desencadenado» supone la conclusión de la Saga de la Federación, una única novela dividida en dos entregas de tamaño descomunal que se inició con la ambiciosa «La estrella de Pandora». El libro retoma las diferentes líneas de acción desarrolladas en el tomo anterior en el punto álgido en el que quedaron suspendidas, y aunque apenas incorpora nuevos argumentos a la trama principal, sí aparecen algunos personajes secundarios adicionales y, sobre todo, alguno de ellos –Mellanie Rescorais, Justine Burnelli- adquieren un cariz absolutamente protagonista.

 

Así, el volumen anterior terminaba con la filtración interesada de que la presidenta de la Federación Intersolar, Elaine Doi, era un agente del aviador estelar, el alienígena que a juicio del grupo extremista de los Guardianes del Ser está manejando en secreto el curso de la civilización humana; al frente de los Guardianes, Bradley Johanson estrecha su alianza con el antiguo terrorista Adam Elvin, para perfilar una estrategia de venganza planetaria. Paula Myo, ahora en su papel de investigadora jefe de seguridad del Senado, intenta desmantelar ese grupúsculo radical mientras prosigue su discreta investigación personal para aclarar sus sospechas acerca de las cada vez más numerosas evidencias de la existencia real del citado alienígena.

 

El asesinato del joven guardián Kazimir (por muerte auténtica, no por pérdida temporal de cuerpo), induce a la desconsolada senadora Justine Burnelli a entrar en juego, y con ella todo el poder político de una de las más poderosas e influyentes dinastías solares. Por su parte, Nigel Sheldon, el hombre más poderoso de la Federación y co-inventor, junto a Ozzie Isaacs, de la tecnología de agujeros de gusano que dio lugar a la sociedad federativa, crea una red de resistencia política para contrarrestar la creciente influencia del aviador. En paralelo, la periodista y agente de la IS (Inteligencia artificial Sintiente) Mellanie Rescorais inicia su propia investigación al margen de los estamentos oficiales, con la intención de dar a conocer los resultados a toda la población. Por último, Ozzie, un muchacho llamado Orión y un extravagante alienígena sordomudo apodado Tochee, siguen buscando la forma de retornar al espacio humano a través de los senderos abiertos por los místicos silfen.

 

Mientras todo esto acontece, se produce el primer ataque de los belicosos alienígenas primos de Dyson Alfa al espacio de La Federación. Con superioridad aplastante, la maquinaria bélica prima arrolla cuanto foco de resistencia se interpone a su paso, invade una veintena de planetas y masacra a su población civil. A partir de ese momento, el caos se desata: la Marina lucha desesperadamente por contener la avalancha de incursiones de naves enemigas, el Gabinete de Guerra humano busca la Puerta Estelar por donde éstas se introducen en el sistema, y la guerra parece abocada cada vez más a una lucha sin cuartel por la supervivencia como especie. Porque MontañadelaLuzdelaMañana, el alienígena primo que ordenó el ataque, es una mente colmena que sólo concibe su propia perpetuación y considera al resto de formas de vida como competidores por los recursos del universo, adversarios a quienes debe exterminar. Así las cosas, la humanidad se enfrenta al dilema de huir en naves arca hacia algún remoto paraje de la galaxia o desarrollar en tiempo record nuevas y devastadoras armas con las que intentar el genocidio del enemigo.

 

Peter F. Hamilton es una de las mentes más imaginativas de la moderna ciencia ficción, al menos del subgénero conocido como Space Opera o aventura espacial. Si bien es cierto que ha sido reiteradamente comparado con otros escritores británicos como Alastair Reynolds o Iain M. Banks, a mi juicio supera a todos sus contemporáneos tanto en calidad literaria como en capacidad especulativa. En la Saga de la Federación, Hamilton crea un universo coherente con el nivel de detalle, complejidad y escala necesarios para resultar verosímil: múltiples personajes y cursos de acción; diferentes escenarios, tecnologías y razas en conflicto; innumerables civilizaciones, sociedades y regímenes políticos; planetas en diversos grados de terraformación; intereses, ideas, intrigas y formas enfrentadas de pensamiento… un catálogo de elementos extremadamente prolijo, perfectamente racional y adaptado a cada entorno particular, sin la menor concesión a un antropomorfismo reduccionista.

 

Hamilton basa su éxito en una calidad narrativa fuera de lo común en el terreno de la ciencia ficción, en la grandiosidad y coherencia del universo creado, en la inteligencia de sus tramas y planteamientos, en el excelente dibujo de personajes -incluso secundarios-, y en la emocionante épica de sus conflictos bélicos; sin olvidar recursos como el excelente manejo del tempo narrativo, la dosificación de la información y el equilibrio entre escenas de acción y descripción. El resultado es el dibujo de un futuro plausible para la humanidad, una narración plenamente satisfactoria para un tipo de lector cada vez más exigente aunque, tal vez, el escenario sea demasiado tecnológico para alguien ajeno al género.

 

El libro mantiene el nivel del primer volumen aunque sin llegar a superarlo en ningún momento. Pese a todo, los inicios se hacen exasperantemente lentos y algunos cursos de acción son manifiestamente superfluos, en especial las líneas de investigación policial paralelas a las de Paula Myo que, si bien añaden gotas de realismo, lo hacen a costa de largos y aburridos periplos que podrían haberse resuelto mediante elipsis. Igualmente, carece de sentido el desangelado interludio exótico de Ozzie por los senderos de los silfen y, por si esto fuera poco, el desenlace se alarga hasta nada menos que ¡trescientas páginas! que en otras manos darían para una novela completa. Al menos, el autor ofrece respuestas satisfactorias a los grandes interrogantes planteados: ¿existe realmente el aviador estelar, quién es y qué es lo que pretende? ¿quien levantó la barrera que aislaba el sistema primo y donde están ahora sus constructores? ¿qué sucedió en la nave exploradora humana para que levantara la barrera? ¿qué papel juegan los élficos alienígenas silfen? ¿qué destino espera a la humanidad si finalmente es derrotada?

 

A lo largo de casi dos mil páginas, Hamilton explora los efectos sociales derivados de la práctica eliminación de la muerte mediante las técnicas de rejuvenecimiento; los cambios en la sociedad y las estructuras de poder que provocan la amenaza de los alienígenas primos; se recrea en el exotismo de mundos completamente industrializados como los 15 Grandes, atrasados pero turísticos como Tierra Lejana, al límite del estatus de congruentes con la vida humana como Medio Camino o Boongate, atestados de lujos como Daroca o Vieja Tierra, o incluso planetas de uso privado como el de la familia de Nigel o el asteroide de Ozzie; mundos que se comunican entre sí a través de una red de agujeros de gusano interconectados mediante gigantescos trenes, verdadero símbolo de la sociedad federativa; plantea emocionantes batallas espaciales en las que se emplean armas que alcanzan órdenes astronómicos; describe tecnologías para aumentar la capacidad del cuerpo humano; muestra inteligencias de muy diverso signo: alienígenas como los primos, silfen ó raiel, y no biológicas como la IS ó el ángel supremo (una gigantesca nave estelar que alberga en su interior diferentes ecosistemas); juega con alianzas, equilibrios de poder e intrigas de alta política en el seno de poderosas y antiguas dinastías familiares; y un interminable etcétera.

 

Una enorme complejidad que, pese a todo, no saldría demasiado bien parada si la sometemos a un análisis marxista. Porque la inmensa mayoría de personajes pertenecen a la elite federativa, una nueva aristocracia formada por políticos, magnates, altos cargos de la administración, los medios de comunicación, la policía y el ejército, gente con poder real para quienes las preocupaciones del pueblo no se encuentran entre las prioridades de su agenda -o que, al menos, manifiestan un indudable despotismo ilustrado: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”; no puede decirse que técnicos como Mark Vernon y figuras mediáticas como Mellanie Rescorai pertenezcan a los estratos más bajos de la sociedad, tras ser aupados a posiciones de privilegio en virtud del papel relevante que juegan en la contienda. Sí que aparece un marine llamado Morton, auténtica carne de cañón, pero ningún civil para exponer en primera persona todo el horror de la guerra, el sufrimiento y penurias, la pérdida de seres queridos. Ciertamente se los cita, pero no se les ve-. Igualmente, la elite federativa se mueve por el más puro materialismo: una mayor cuota de poder, influencia o privilegios, para medrar en la carrera profesional o imponer sus planteamientos al contrario, etc.; todos actúan de manera lógica y racional, son seres fríos, calculadores e inteligentes, y saben controlar los sentimientos en su propio beneficio. Una visión de la sociedad humana, y de su futuro, descorazonadoramente clasista y deshumanizada…

 

…aunque tremendamente emocionante, épica, imaginativa, divertida e, incluso, polémica. Demasiados buenos ingredientes como para dejar pasar un libro así. Muy recomendable.

 

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