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Libros publicados en 2010

El cebo

La premisa argumental de esta novela se sustenta en una idea sumamente original y fascinante de Somoza, en consonancia con la mejor ciencia ficción especulativa: la ficticia “teoría del psinoma”. En cuanto a estilo, Somoza fusiona los elementos tradicionales del thriller con el empleo de herramientas propias del BestSeller; el resultado es una narración vibrante asentada en la más cruda realidad, que deriva hacia postulados de ciencia ficción pero abandona en el camino buena parte de la belleza formal y la sensualidad de sus mejores obras

El cebo

José Carlos Somoza es uno de los máximos exponentes de la literatura fantástica contemporánea en castellano. Considerado un renovador por su tendencia a romper la barrera entre géneros con argumentos mestizos de suspense, policial, fantasía, terror y ciencia ficción, es un escritor trasgresor acostumbrado a describir ambientes perturbadores y malsanos empleando para ello una mirada sutil, inteligente y cautivadora. Si ya en sus primeras obras se apreciaba una profunda atracción por la metaliteratura y el uso de recursos propios del thriller, es en novelas como «Dafne desaparecida» (Destino, 2000, finalista del premio Nadal), «Clara y la penumbra» (Planeta, 2001, premio Fernando Lara y Hammet de novela negra), «La dama número trece» (Mondadori, 2003, que contará con una próxima adaptación cinematográfica), «El detalle (tres novelas breves)» (Mondadori, 2005), «ZigZag» (Plaza y Janés, 2006, finalista del premio John W. Campbell) o «La llave del abismo» (Plaza y Janés, 2007, VI premio de novela Ciudad de Torrevieja y Mención especial del jurado en el Premio Celsius 232 de la Semana Negra de Gijón) donde la trama gira más claramente en torno a propuestas específicas de la literatura de terror y ciencia ficción. Y sobre estos mismos parámetros se centra la historia de su última novela: «El cebo».

 

En ella, Diana Blanco es uno de los mejores cebos de la policía española, una especie de agente experto en conducta humana especialmente entrenado para dar caza a psicópatas y asesinos en serie, y que actúa en secreto en el estrecho margen que le brinda el vacío legal del sistema. Como profesional guarda secretos terribles y su entrada en el cuerpo fue debida al trauma que le supuso la contemplación, a la edad de doce años, de la tortura y asesinato de sus progenitores a manos de un violento grupo de asaltantes; un recuerdo que mantiene siempre presente a pesar de padecer amnesia sobre los detalles más cruentos. Desde entonces arrastra un profundo complejo de culpabilidad que la obliga a sobreproteger a su hermana menor, Vera, también cebo.

 

En el Madrid de veinte años en el futuro la policía centra sus esfuerzos en la captura de El Espectador, un brutal psicópata que ha asesinado a una veintena de mujeres en apenas ocho meses. Un caso que ha saltado a la primera plana de todos los periódicos y noticieros, y creado una enorme alarma social. Muchos cebos son asignados al caso, algunos tan jóvenes e inexpertos como Vera, que ve en ello la oportunidad de demostrar su valía. El Espectador supone un enigma desconcertante, pues no sólo es extremadamente inteligente, y sin duda conoce técnicas forenses para borrar completamente su rastro, sino que existen evidencias de que conoce el modus operandi de los cebos y emplea una técnica desconocida para impedir ser identificado por los analistas (perfiladores) de la policía.

 

Diana está cansada de convivir con el odio tras diez largos años en activo; lleva tiempo barajando la idea de abandonar, de dejar atrás el juego de falsas apariencias que representa y reencontrarse consigo misma para vivir una vida tranquila junto a su compañero sentimental e instructor de cebos. Pero cuando averigua que su hermana ha sido secuestrada por el monstruo no le queda más remedio que tomar parte en una carrera contrarreloj para intentar salvar su vida, y no se detendrá ni aunque descubra una antigua conspiración relacionada con el cuerpo y con el profesor Víctor Gens, su fenecido mentor, quien, mediante dolorosas técnicas de autocontrol, hizo aflorar en ella lo mejor y lo peor de sí misma.

 

La premisa argumental de esta novela se sustenta en una idea sumamente original y fascinante de Somoza, en consonancia con la mejor ciencia ficción especulativa: la ficticia “teoría del psinoma”, que, a grandes rasgos, viene a decir que lo que somos, pensamos y hacemos depende exclusivamente de nuestro deseo y todo nuestro comportamiento y lenguaje corporal expresan ese deseo; quien lo domine podrá controlar a cualquier persona que sea propensa (“fílica”, en el argot de la novela) a ese deseo en particular. Esta expresión, además, es cuantificable matemáticamente y por tanto analizable mediante ordenadores cuánticos específicamente diseñados para computar los billones de datos sobre fisonomía, entorno, gestos, tonos de voz, conducta, etc. ante un sin fin de estímulos y sus variaciones a intervalos discretos de tiempo; variables que se agrupan según cualidades comunes denominadas “filias”. El psinoma sería, por tanto, algo así como el código genético de nuestro deseo, el “genoma psicológico”.

 

Los cebos saben que las personas actúan para complacer a su psinoma, es decir, su anhelo o temor más profundo (sexo, éxito, dolor, poder, amor, odio…) y éste no se puede fingir ni ocultar. Por tanto, son adiestrados para actuar en ambientes de riesgo (“decorados”) en los que aprenden a satisfacer y manipular la filia del sujeto (“presa”) cuya voluntad pretenden doblegar. Son, por tanto, como actores que ofrecen un espectáculo que “engancha” a sus víctimas mediante el empleo de un atrezzo, unos gestos, una modulación especial de la voz, un vestuario, una frase concreta… (“máscaras”) convenientemente adaptados para cada filia. Para resultar convincentes, el cebo juega con sus propias emociones y su propio placer haciendo caer la frontera que separa la “máscara” de sus verdades más íntimas, estableciendo una especie de relación sadomasoquista con el presunto psicópata al tiempo que analiza con frialdad extrema cualquier detalle que pudiera ser relevante para la investigación; y, como una droga, dominar les provoca un placer inmenso. Un trabajo excitante y terrible, vocacional, secreto y muy peligroso.

 

Somoza refuerza su tesis del psinoma por medio de la reiteración constante. Dado lo insólito de la propuesta, precisa explicarla una y otra vez para que el lector termine por aceptar su lógica interna aunque sólo sea por simple familiaridad; el pacto de ficción funciona gracias a la consistencia del universo creado, aunque realmente nunca llegue a sembrar la duda racional. Pero, pese a su brillantez, la argumentación especulativa no carece de puntos flacos: si “enganchar” a una presa utilizando simples gestos corporales se antoja un absurdo (“sin importar si eres ciego, sordomudo, retrasado mental o genio”), carece de toda lógica pensar que las personas que comparten la misma filia deban reaccionar inexorablemente de la misma manera ante un mismo estímulo (algo así como reducir toda la variabilidad humana a apenas 50 tipos diferentes de comportamiento, con algunas variantes); y ni qué decir el hecho de que un fílico pueda detectar la máscara interpretada exclusivamente para él por un cebo a decenas de kilómetros de distancia. Tampoco resulta verosímil que la existencia de los cebos siga siendo un secreto después de tantos años demostrando su eficacia ante la policía y agencias gubernamentales de todo el mundo, una técnica que exige, además, la connivencia de cientos si no miles de personas entre cebos, instructores, perfiladores y funcionarios de alto rango. Y no es de recibo que durante toda la novela se especifique que un cebo “engancha” para siempre y en el desenlace ese vínculo se establezca sólo temporalmente, según conveniencia.

 

Incoherencias y licencias al margen, Somoza da un genial paso adelante en su fascinación por la metaliteratura y en este libro rinde un particular homenaje a William Shakespeare, al relacionar cada una de las filias y máscaras con una de sus inmortales obras (en la novela se afirma que el bardo inglés era singularmente perverso, y por ello muy útil en psicología criminal). Así, cada pieza teatral oculta un conocimiento gnóstico sólo al alcance del iniciado, o al menos esa era la teoría mantenida por el citado profesor Víctor Gens, quien tomó además la idea de las “máscaras” de John Dee, un supuesto mago y astrólogo de la corte de la reina Elizabeth cuyo teatro pretendía cambiar la sociedad victoriana de su época.

 

En cuanto a estilo, Somoza fusiona los elementos tradicionales del thriller: el suspense, la tensión psicológica, un argumento oscuro, la atmósfera desasosegante, esporádicas imágenes de fascinación por el horror y lo grotesco… con el empleo de herramientas propias del BestSeller: el discurso claro y lineal, el lenguaje accesible, el ritmo trepidante, el diálogo abundante, los personajes perfilados aprovechando el arquetipo (excepto la protagonista, muy bien retratada psicológicamente y con una personalidad compleja y contradictoria; sin duda, a Somoza se le dan bien los personajes femeninos), las escenas de tan visuales que casi parecen cinematográficas, la narración en primera persona para asegurar cercanía, cada capítulo finalizado en una pausa climática, con abundantes giros sorpresivos de la trama, pausas dramáticas, sexo, escenas artificiosas y escenarios llamativos; es decir, recursos de muy diferente tipo para mantener en todo momento en vilo al lector. El resultado, como en el caso de sus últimas novelas «ZigZag» y «La llave del abismo», es una narración vibrante asentada en la más cruda realidad, que deriva hacia postulados de ciencia ficción pero abandona en el camino buena parte de la belleza formal y la sensualidad de, por ejemplo, su obra magna «La dama número trece». El hecho de que este libro no venga arropado por ningún premio literario es, a todas luces, sintomático.

 

Pero qué duda cabe de que Somoza sigue siendo un hábil y experimentado narrador que posee la rara virtud de hacer atractivo un argumento a priori tan complicado y difícil de extractar como éste. Sabe cómo crear el clima necesario para que las escenas reflejen la fuerza e intensidad dramática que precisan, cómo lograr que los personajes se comporten con absoluta naturalidad, y que el lector se sumerja en una nueva e inquietante realidad que cuenta, incluso, con su propio lenguaje. Una novela arriesgada, mucho más si nos atenemos a los parámetros habituales del BestSeller, extremadamente fluida y cuyo medio millar largo de páginas se leen en apenas un suspiro. Un excelente guión para un largometraje de amplio presupuesto.

 

En cuanto a la ambientación de futuro, encontramos un Madrid reconocible al que se le han sumado algunos sorprendentes avances tecnológicos en terrenos como la domótica, la electrónica de consumo o la fabricación de nuevos tejidos. La novela se ambienta quince años después del brutal atentado en el que una célula terrorista hizo explosionar una bomba atómica de fabricación casera que dejó diez mil muertos, el doble de heridos y afectados por radiación y una zona arrasada de tres kilómetros cuadrados, un hecho brutal que obligó a cambiar los métodos policiales y desconfiar de la tecnología a favor de los cebos humanos.

 

 

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