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Libros publicados en 2010

DSK3

La novela se inicia con el despertar a la “vida” de lo que hasta ese momento no era más que un nanoprocesador cuántico insertado en una lata de galletas. DSK3 empieza a explorar el mundo con ayuda de su conexión a la Red y un par de sencillas cámaras visuales, y su inquieta mente analítica comienza a formular preguntas.

El estilo de Paulorena es limitado pero demuestra inteligencia e inventiva en los planteamientos, y es notorio que ha reflexionado y madurado los contenidos antes de comenzar a escribir. La especulación científica suena plausible, sabe utilizar el tempo narrativo para conducir la trama a los puntos climáticos y es especialmente bueno en los diálogos, desnudos de cualquier ropaje literario pero sorprendentemente vivos, casando bien con la personalidad de una mente artificial.

DSK3

Joseba Paulorena es autor de la saga de fantasía épica El Imperio de las Sombras, cuya única novela publicada hasta la fecha es «Rosa Negra» (Ediciones Beta III Milenio, 2004); obra sin duda primeriza y que abunda en lugares comunes y personajes estereotipados, pero aún así no exenta de detalles de originalidad e interés. Le siguió Muerte en blanco, aún inédita, una novela negra de ciencia ficción que plantea “un juego de realidades donde el sueño y la muerte se confunden”, un texto con amplias posibilidades de convertirse en algo sólido. “Paciente 101”, también inédita, es tal vez su obra más elaborada, un relato corto en el que una niña guarda en su interior el secreto de la inmortalidad. En la actualidad trabaja en «Pelotón de castigo», una historia nada complaciente sobre la era espacial. Joseba, habitual de la TerBi (Tertulia literaria fantástica de Bilbao) es un escritor prometedor que merecía apoyo, y lo ha obtenido de Espiral Ciencia Ficción, un sello especializado precisamente en publicar nuevos valores (Juan Antonio Fernández Madrigal, Daniel Mares, Eduardo Vaquerizo, Eduardo Gallego y Guillem Sánchez, Luis Ángel Cofiño, Carlos Fernández Castrosín…) y cuyo editor, el conocido Juan José Aroz, es miembro fundador de la citada tertulia (ahora convertida en asociación cultural).

 

«DSK3» es su último trabajo, bastante más que la cronología de un organismo artificial autoconsciente. La novela se inicia con el despertar a la “vida” de lo que hasta ese momento no era más que un nanoprocesador cuántico insertado en una lata de galletas. DSK3 empieza a explorar el mundo con ayuda de su conexión a la Red y un par de sencillas cámaras visuales, y su inquieta mente analítica comienza a formular preguntas. En ningún momento se explica su salto evolutivo, es irrelevante a efectos dramáticos; tampoco para qué fue construido, trivial cuando conocemos que su creador, Charley (1), es un niño de diez años, rico y dotado de una inteligencia excepcional, un pequeño genio que sufre la incomprensión familiar y el acoso de su hermano mayor cuando desarrolla en solitario sus creaciones. No obstante, se antoja básico conocer cómo obtuvo Charley el procesador (¿tecnología de avanzada abandonada en el desguace que suele frecuentar? Improbable) y por qué no se construyeron más unidades DSK.

 

Lo único que sabemos a ciencia cierta es que una concatenación de sucesos improbables dio como resultado una mente artificial única en su especie, incapaz de sentir emociones pero –insólitamente- sí de percibirlas y actuar en consecuencia. Surge entonces una especie de empatía entre creador y criatura, que no les abandonará jamás. Charley crece y deja de ser un niño para convertirse en un joven profesor universitario que compite por la consecución del premio Nobel. DSK3 adopta el nombre de Descartes, adquiere un cuerpo físico y continúa aprendiendo en busca de su lugar en el mundo cuando, de forma inesperada, llega a la Tierra la primera comunicación procedente de un mundo alienígena.

 

La invención del motor de retroalimentación gravitacional (antigravedad) por parte de Charley permite el desarrollo de deslizadores movidos por energía limpia y renovable. A éste le siguen todo tipo de desarrollos tecnológicos: ciudades subterráneas y submarinas, deslizadores estelares, una estación espacial, una colonia lunar, satélites repetidores que transfieren la energía de los agujeros negros, la colonización del sistema solar, el proyecto de terraformación de Marte… conformando de facto una Historia del Futuro al estilo de las ideadas por Robert A. Heinlein o Arthur C. Clarke; un devenir histórico que, a mi juicio, peca como los anteriores de una excesiva confianza en las posibilidades y ritmos del desarrollo tecnológico y refleja una visión demasiado simplista respecto a los cambios sociales, aunque satisfactoria a efectos de la trama.

 

Es evidente que Charley, el mayor genio de toda la historia de la humanidad, termina por adoptar un rol de “Emperador de todas las cosas”. Es un auténtico filántropo y la trascendencia de sus invenciones propicia el establecimiento de un cierto orden social en la Tierra basado en la racionalidad científica y el inicio de la conquista de las estrellas. Pero Charley Almond no está sólo en su empeño de una humanidad mejor y, aunque no lo desee, rápidamente se convierte en patriarca de una dinastía, una nueva aristocracia basada en el poder de la tecnología -con Charley y sus aventajados colaboradores en la cúspide, su hermano en el plano político mundial y su mujer Cassandra a su sombra; incluso su hija posee un papel destacado- que desplaza al poder político de las naciones. Un personaje demasiado perfecto y sin fisuras como para resultar creíble.

 

Pero el verdadero protagonista es Descartes. Sus disquisiciones filosóficas son, en todo momento, lógicas y consistentes con el supuesto razonamiento de una inteligencia inorgánica autoconsciente. Descartes describe y analiza los sentimientos humanos utilizando un lenguaje y un tono neutro funcionalmente impecable, falto de emoción pero que no puede ocultar un atisbo de ternura, pensamientos que en ocasiones denotan gran profundidad y que manifiesta mediante frases breves y sencillas. En la segunda parte de la novela Descartes se permite ir un paso más allá, y en ciertos momentos actúa como una especie de conciencia global de la humanidad para con ciertas situaciones de irracionalidad ante las que no puede mantenerse pasivo. Un poco al estilo -y salvando las distancias- de R. Daneel Olivaw en el universo de la Fundación de Isaac Asimov, siempre vigilante e influyendo discretamente en el destino de la humanidad; pero Descartes es netamente diferente: no es un robot, rechaza la oportunidad de ser humano y siente orgullo de considerarse un individuo único en su especie. Pese a ello, ha de asumir que cuanto mayor es su conocimiento del Hombre mayor es la distancia que lo separa, que debe trazar su propio camino.

 

El estilo de Paulorena es limitado y, mucho me temo, no estamos ante una obra con calidad literaria: es extremadamente parca en recursos descriptivos y figuras estilísticas, pero cumple su función narrativa con precisión, claridad y brevedad, justo las bases del lenguaje científico. El autor demuestra inteligencia e inventiva en los planteamientos y es notorio que ha reflexionado y madurado los contenidos antes de comenzar a escribir. La especulación científica suena plausible, al menos para el profano, y a buen seguro satisfará al aficionado a la “ciencia ficción de ideas”. Desde luego, sabe utilizar el tempo narrativo para conducir la trama a los puntos climáticos, ofreciendo giros argumentales en los momentos precisos para atrapar la atención del lector (¿quién dice que un personaje relevante no pueda morir?). Y es especialmente bueno en los diálogos, desnudos de cualquier ropaje literario pero sorprendentemente vivos, casando bien con la personalidad de una mente artificial. Por comparación, el resto de personajes -salvo Charley y, quizás, Cassandra- quedan a su lado como meros comparsas, necesarios para el desarrollo de la trama.

 

La segunda parte baja algunos enteros, que se intentan compensar multiplicando las líneas argumentales y el sentido de la maravilla debido a la expansión humana por el espacio. La escritura adopta entonces un carácter más “pulp”, lo que redunda en el aumento de los lugares comunes, los personajes estereotipados y los planteamientos previsibles; un problema, quizás, de excesiva ambición al intentar abarcar demasiado material en un único volumen. En cualquier caso, el libro transmite un mensaje final optimista acerca del futuro de la humanidad, que pese a sus problemas y pasos atrás siempre perdura la esperanza, y la tecnología –que puede ser usada tanto para fines justos como perversos- puede ayudar en el proceso.

 

«DSK3» es uno de los títulos de mayor interés publicados por Espiral en los últimos tiempos. Una novela notable en algunos aspectos y con un amplio margen de mejora en otros, pero sin duda atractiva para un amplio sector de aficionados. Un título con el que Espiral retorna a la senda de las obras importantes de la ciencia ficción española.

 

 

(1) Acaso un homenaje al protagonista, Charlie Gordon, del inolvidable relato de Daniel Keyes «Flores para Algernon».

 

 

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