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Libros publicados en 2010

Los hijos de las tinieblas

Cotrina se muestra especialmente hábil en los episodios donde afloran los sentimientos, donde vibra la emoción por el combate, donde se desarrolla la imaginación y queda patente su afán por narrar historias. Empleando un lenguaje accesible, que gusta mezclar lo grotesco con lo elegante, lo realista con lo onírico, lo absurdo con lo posible, es capaz de elaborar algunos momentos de sublime inspiración. Una inusual novela juvenil que por tratamiento de personajes, realismo, crudeza y propósito literario, puede considerarse perfectamente “adulta”

Los hijos de las tinieblas

«Los hijos de las tinieblas» es el segundo volumen del Ciclo de la Luna Roja, una única novela dividida en tres tomos con un ritmo de aparición anual y cuya primera parte fue la muy recomendable «La cosecha de Samhein». En esta ocasión la novela se edita en rústica sin solapas, un formato mucho más sencillo que el libro anterior aunque con la misma elegancia e impecable acabado. Pero al margen del continente es obligado reconocer que el contenido no defrauda un ápice las expectativas creadas en la primera entrega y predispone al lector para un apoteósico desenlace pleno de emoción, amenidad y sorpresas. Como nota anecdótica, José Antonio Cotrina dedica su novela a los lugares inexistentes y mágicos que lo han acompañado durante toda su vida y ya larga producción literaria, y que, de una u otra manera, se encuentran también presentes en las calles de Rocavarancolia.

 

A modo de recordatorio, en el volumen anterior doce muchachos de muy diferente origen y condición fueron conducidos al reino mágico de Rocavarancolia por el demiurgo Denéstor Tul. Una vez allí, comprobaron que habían sido engañados y que lo prometido distaba mucho de ser realidad; encontraron una ciudad en ruinas, tétrica e infernal, que cobijaba entre las sombras todo tipo de trampas mortales. Pronto fueron informados de que su objetivo no era otro que mantenerse con vida hasta la salida de la Luna Roja, momento en el que se obrarían ignotos prodigios, y que la ley de aquel maldito lugar prohibía a sus moradores interferir para ayudarles. Pero dos miembros del Consejo Real la quebrantaron: Mistral el cambiante, que asesina y suplanta a uno de los chicos para intentar protegerlos desde dentro; y dama Desgarro, que ayuda mediante telepatía a Héctor, un muchacho que posee un increíble potencial para la magia. La mayoría de los muchachos acuerda unirse en grupo y buscar refugio en el torreón Margalar, pero Darío –un muchacho criado en las calles de Río de Janeiro- prefiere caminar en solitario. No son más que un puñado de muchachos normales enfrentados a peligros desconocidos en una ciudad que ha demostrado su crueldad en repetidas ocasiones; ya se ha cobrado dos víctimas y uno de los jóvenes se encuentra gravemente herido, por lo que su vida corre peligro.

 

Esta segunda parte se inicia cinco semanas después de los acontecimientos narrados en el primer volumen. Poco a poco los muchachos comienzan a explorar los rincones de la ciudad y delimitar sus confines: el cementerio donde los muertos parlotean sin cesar, la torre de hechicería en la que buscar libros de magia, el traicionero Faro que atrae a los barcos incautos hacia los rompientes, el acantilado donde se acumulan los restos de un centenar de navíos, el barrio en llamas que alberga a sus gemebundos inquilinos, la plaza que guarda los restos petrificados de una espectacular batalla, las galerías subterráneas, el interior de la Cicatriz de Arax, el yermo desierto… y, al oeste, la ominosa presencia de la catedral roja de Rocavaragálago, que según la leyenda fue construida con piedra extraída de la mismísima Luna Roja.

 

Constatada la imposibilidad física de huida, no tardan en descubrir que la desolada ciudad se encuentra habitada no sólo por sus últimos descendientes, aletargados a la espera de la Luna Roja, sino por toda una caterva de criaturas fantasmagóricas que aguardan cualquier desliz para cobrarse una nueva víctima: monstruos, espectros, bestias, sombras, espíritus, sirenas, engendros, demonios de las profundidades, muertos, vampiros, quimeras, trasgos, espantos, alimañas… cientos de aberraciones, malignas en su mayoría, indiferentes otras, surgidas de la rica imaginería del escritor vitoriano. Y por si esto fuera poco, una nueva figura viene a sumarse al caos de tinieblas y oscuridad, un mal más antiguo que el propio reino y que tiene sus propios planes respecto a Rocavarancolia y los chicos.

 

Cada día que pasa la esfera del reloj del torreón Margalar se acerca un poco más a la hora en que todo cambiará para siempre. Para intentarán afrontar lo mejor posible ese aciago momento los muchachos se entrenan para desarrollar sus capacidades, pero nada les puede preparar para la terrible revelación de que hay destinos peores que la muerte.

 

 

 

En esta segunda entrega del Ciclo se despejan la mayoría de dudas surgidas alrededor del secuestro de los chicos, en especial por qué fueron elegidos y qué tienen de especial, cuántos consiguen llegar vivos a la salida de la Luna Roja, qué ocurrirá entonces y cómo se verán afectados por ello. Se cuenta la historia de la fundación de Rocavarancolia por los hermanos hechiceros Harex y Hurza, los planes de conquista del ambicioso rey Saurdarlar y la épica batalla que tuvo lugar treinta años atrás y que culminó con la devastación del reino y la destrucción de las esperanzas de grandeza de sus crueles moradores. Igualmente, comprendemos mejor la psicología de los monstruosos protagonistas y la red de conspiraciones y traiciones tejidas alrededor del Consejo Real.

 

Por su parte, los chicos no han tenido más remedio que madurar por la vía más difícil. Sus personalidades adquieren mayor profundidad, surgen diversas oportunidades para cultivar la amistad y el compañerismo y, en consecuencia, cada uno adopta el papel que por potencial y circunstancias mejor se adapta a sus características. Y, para su sorpresa, no tardan en descubrir que aunque Rocavarancolia es un reino construido sobre un montón de cadáveres, los de la multitud de niños muertos que les precedieron, en él también hay espacio para la maravilla y la grandeza: palacios flotantes de perspectivas imposibles, salas de baile con autómatas musicales, edificios encantados, una pasado espectacular… una belleza fascinante y decadente, que surge cuando menos se la espera entre la suciedad y las sombras. Porque las criaturas que habitaron y aún habitan esta perversa ciudad aman lo que Rocavarancolia representa y harán lo imposible por que retorne su antiguo esplendor.

 

Ciertamente la novela tarda un tanto en adquirir ritmo, al centrarse en sus inicios en recuperar para el lector a los personajes principales, pero paulatinamente van surgiendo más y más escenas plenas de emoción y adrenalina hasta desembocar en un final frenético, preámbulo de lo que aún está por llegar. Un desenlace “parcial” que no reserva de manera cicatera entusiasmo, sorpresas y revelación de misterios para el tercer y último volumen, porque el argumento es tan sumamente rico que se lo puede permitir.

 

Respecto a estilo, Cotrina se muestra especialmente hábil en los episodios donde afloran los sentimientos, donde vibra la emoción por el combate, donde se desarrolla la imaginación y queda patente su afán por narrar historias –como la batalla épica de Fin de Varago que acabó con el demiurgo traidor-. Empleando un lenguaje accesible, que gusta mezclar lo grotesco con lo elegante, lo realista con lo onírico, lo absurdo con lo posible, es capaz de elaborar algunos momentos de sublime inspiración, como cuando a un primer plano en el que dos iracundos muchachos se baten en dramático duelo a espada coloca un fondo con el resto de muchachos relajándose al son de una música embriagadora (una imagen que podríamos calificar como perfectamente cinematográfica).

 

«Los hijos de las tinieblas», y por tanto el Ciclo de la Luna Roja, es una inusual novela juvenil que por tratamiento de personajes, realismo, crudeza y propósito literario, puede considerarse perfectamente “adulta”. Lejos de ofrecer un mensaje moralista, tan característico de la producción juvenil contemporánea, la obra persigue otro tipo de objetivos, principalmente enfrentar a sus lectores (jóvenes, en su mayoría) con la realidad y, en cierta medida, prepararles para los desafíos de la vida. De igual modo que los muchachos abandonados en esta ciudad de ficción se ven obligados valerse por sí mismos y afrontar situaciones difíciles que exigen dar el máximo, así deberán obrar nuestros hijos tarde o temprano, tomando sus propias decisiones y cargando con las consecuencias, cometiendo errores pero sobreponiéndose a ello, cultivando la amistad, sincerándose y perdonando cuando sea necesario y, en definitiva, madurando e intentando siempre ser mejores personas. En este sentido, Rocavarancolia actúa como una deformada imagen especular de nuestra sociedad y la transformación que se obra durante la noche de la Luna Roja adquiere entonces connotaciones de rito de paso de la época adolescente a la edad adulta (transformaciones físicas y mentales incluidas).

 

Para finalizar, en el texto se intuyen algunos homenajes a varias obras clásicas del género (en secundarios como el trasgo Roallen, un personaje atormentado que se expresa igual que Gollum; en combates contra criaturas que habitan los túneles en tinieblas, que recuerdan a la escena de persecución de Minas Tirith en «El Señor de los Anillos»; o en detalles específicos, como que cierto protagonista pierda su mano derecha al igual que Luke Skywalker en la saga Star Wars; por citar sólo unos pocos ejemplos). Un libro francamente recomendable, de interés no sólo para el mercado juvenil y que a mi juicio merecería gozar de mejor suerte de la que actualmente está teniendo. Esperemos, además, que el último volumen incluya un mapa del espectacular reino.

 

 

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