La eufónica Rocavarancolia se convierte, por derecho propio, no sólo en uno de los principales atractivos de la novela sino en prácticamente un personaje más. La trama es más oscura y compleja que su anterior «La Casa de la Colina Negra»; en consecuencia, el público objetivo es más adulto y la obra mucho más realista y comprometida de lo habitual en este tipo de obras de fantasía. Con todos estos mimbres Cotrina construye un argumento muy sólido y a ratos emocionante, un mundo oscuro y mágico tan consistente como rico en diversidad. Todo ello da como resultado una obra completamente original y singularmente atractiva que, sin duda, está llamada a ser una de las mejores aportaciones de la literatura juvenil de los últimos tiempos
La cosecha de Samhein
José Antonio Cotrina es un joven escritor que ha cultivado con éxito diversos géneros literarios, siempre dentro del ámbito fantástico: de la ciencia ficción al terror, pasando por la fantasía oscura, la onírica y, en el presente caso, el juvenil. En su particular palmarés figuran los galardones más importantes del circuito especializado de premios, entre otros el UPC de la Universitat Politécnica de Catalunya, el Alberto Magno en tres ocasiones, el Domingo Santos, el Ignotus en categoría de cuento y novela, etc. En 2006, la prestigiosa editorial Alfaguara decidió incorporar escritores nacionales a su colección Infantil y Juvenil, y eligió en primer lugar una novela de José Antonio Cotrina: «La Casa de la Colina Negra», que desde entonces ha gozado de una reimpresión y una nueva edición en tapa blanda dentro del popular sello Etiqueta Roja. Alfaguara publica ahora la nueva obra del vitoriano, El Ciclo de la Luna Roja, dividida en tres volúmenes de la que el presente libro, «La cosecha de Samhein», supone la primera entrega. Dos títulos ideales para figurar dentro de los planes de lectura de cualquier centro de educación secundaria.
La novela da comienzo en la noche de Halloween (1). Hector, un muchacho de quince años que vive en una pequeña población estadounidense, recibe la visita de un estrafalario y misterioso hombrecillo de color gris ceniza que le revela que habita en su interior un poder especial, y a cambio de su ayuda le ofrece la oportunidad de viajar a un reino mágico repleto de milagros y portentos: Rocavarancolia. Este mago es Denéstor Tul, un demiurgo capaz de dotar de vida a cualquier objeto inanimado, y responsable de atraer al mayor número de muchachos posible hacia el reino feérico durante las escasas horas que permanecen abiertas sus puertas. Hector sospecha que sus palabras enmascaran la verdad, pero los vapores oníricos que desprende su pipa actúan como un poderoso narcótico que aturde sus sentidos. A la mañana siguiente despierta en lo que se antoja una ciudad monstruosa, donde la desolación y la ruina campan a sus anchas y, lo que es peor, con el rastro de su existencia borrado completamente de la faz de la Tierra.
Pero Hector no fue el único muchacho engañado esa noche. Denéstor obtuvo la mayor cosecha jamás lograda en sus treinta años de esfuerzos: nada menos que doce chicos procedentes de los más diversos puntos del planeta y con edades comprendidas entre los trece y quince años. A todos ellos engatusó con la promesa de desarrollar su potencial y contribuir a la reconstrucción de la gloria perdida de Rocavarancolia. Los chicos, abandonados a su suerte, lo desconocen todo acerca de la ciudad en la que se encuentran, un lugar maligno repleto de trampas mortales, habitado por una corte de seres fantásticos que esperan la llegada de la Luna Roja: el anhelado tiempo de las pesadillas y los milagros.
Pero es una esperanza frágil, pues ninguno de los jóvenes traídos de otros mundos ha logrado sobrevivir lo suficiente como para resultar de utilidad. La respuesta a por qué son tan especiales, y qué se supone deben hacer mientras esperan a que la puerta que conduce a su mundo vuelva a abrirse, se encuentra en alguna parte de esta pantagruélica ciudad, y deben encontrarla rápidamente o prepararse a morir. Porque el tiempo de la cosecha ha terminado y es el momento de la criba.
José Antonio Cotrina es un escritor fascinado por el poder seductor de las ciudades imaginarias. Ahí tenemos el ejemplo de su excelsa Soberbia –protagonista de sus cuentos de fantasía onírica más logrados, en los que brilla, si cabe aún con más fuerza, su impronta más personal- ó Lilith, la ciudad de maravilla construida en la cara oculta de la luna en “Lilith, el juicio de la Gorgona y la sonrisa de Salgari”. La eufónica Rocavarancolia se convierte, por derecho propio, no sólo en uno de los principales atractivos de la novela sino en prácticamente un personaje más. Una ciudad ruinosa, abigarrada y siniestra, de calles tortuosas y edificios desarbolados, plazas desiertas y absurdos arquitectónicos; un espectáculo dantesco de desolación que refleja una antigua magnificencia destruida por la guerra, en donde reina la sorpresa, las oportunidades y los peligros. Un territorio habitado por monstruos y demonios, engendros y fantasmas, pero donde también hay lugar para la fantasía en forma de pájaros de trapo, bañeras volantes pilotadas por espantapájaros cantarines, murciélagos flamígeros y todo tipo de bestias mortíferas. Un mundo de maravillas y horror a partes iguales donde aparentemente nada tiene sentido salvo, quizás, servir de prueba de valor para los muchachos allí retenidos.
Junto al icono de esta monstruosa ciudad, otro foco de interés son los personajes. El Consejo Real de Rocavarancolia está formado por una caterva de siniestros integrantes, ilógicamente singulares en su especie, como Dama Desgarro, el ángel negro Esmael, el vampiro Enoch, Dama Araña, el anciano Belisario, Dama Sueño, el alquimista invisible Rorcual, Dama Serena, el guerrero Ulthan, el cambiante Mistral, el trasgo Roallen, o los antagónicos gemelos Lexel, entre otros. Personajes divididos en dos facciones enfrentadas que mantienen un precario equilibrio de poder, hasta el instante en que expire el moribundo regente y dé comienzo una encarnizada lucha por la sucesión.
Respecto al bando humano, Hector es, quizás, el personaje en el que más se centra la acción, el destinado, por tanto, a gozar de la empatía del lector aunque en modo alguno puede ser considerado como principal protagonista. Es gordito y torpe, por lo que acepta de buen grado que el papel de líder sea asumido por otros muchachos más capacitados, como el sensato y responsable Marcos, o el vigoroso Ricardo.
La trama de esta novela es más oscura y compleja que su anterior «La Casa de la Colina Negra». En consecuencia, el público objetivo es más adulto, los capítulos más extensos y con espacio para una mejor descripción de ambientes y caracteres, y mayor la riqueza de vocabulario y las posibilidades literarias del texto. Por supuesto, siguen existiendo escenas en las que los adolescentes pueden sentirse plenamente identificados –sin ir más lejos, el libro comienza con una regañina de los padres de Hector por llegar tarde a casa-, pero no estamos ante una obra estereotipada en la que representar la enésima lucha entre el Bien y el Mal; de hecho, aparecen fuerzas de dudosa adscripción benigna o maligna, el Bien no tiene necesariamente por qué prevalecer, y no se ofrecen enseñanzas morales más allá de valores como la responsabilidad, el compañerismo, la unión y el sacrificio.
El libro refleja igualmente problemas que pueden afectar a los jóvenes, como la esquizofrenia o la acrofobia, porque no todos los chicos provienen de entornos felices, sanos y acomodados. No esconde la crudeza pero tampoco se regodea en ella, asume que el lector es lo suficientemente adulto e inteligente como para comprender ciertas cosas si se tratan de la manera adecuada. En este sentido, es una obra mucho más realista y comprometida de lo habitual en este tipo de obras de fantasía, puesto que los personajes no siempre pueden ponderar sus decisiones acuciados por las circunstancias.
Con todos estos mimbres Cotrina construye un argumento muy sólido y a ratos emocionante, un mundo oscuro y mágico tan consistente como rico en diversidad. El ritmo no decae en ningún momento y la rica imaginería del vitoriano va dando paso a nuevos escenarios, personajes, situaciones. Cada escena es una sorpresa continua, que atrapa la atención del lector sin solución de continuidad. Evidentemente, al tratarse del primer volumen de una novela dividida en tres partes, éste no es auto-conclusivo, pero en todo momento es sincero y ofrece lo que promete: una introducción a un vasto universo literario de nueva creación.
Pero, ante todo, José Antonio Cotrina es un estilista. Una estrella que brilla con luz propia en la saturada constelación de los escritores de literatura juvenil. Su estilo, personalidad y manejo del idioma lo elevan por encima de tantos y tantos deslavazados epígonos y aduladores de Tolkien. No necesita recurrir a manidas fórmulas de éxito, imitar personajes famosos, ni escribir sobre lugares comunes o ideas tomadas de otras sagas. En su universo personal coexisten arquetipos propios de la fantasía tradicional –como la magia, el elegido o el eterno conflicto entre luz y oscuridad-, junto a elementos de su invención y detalles infantiles, grotescos y sorprendentes al más puro estilo Terry Gilliam o Tim Burton; es, por así decirlo, una mezcla singular de la ingenua fantasía de Peter Pan, el surrealismo de la factoría Burton, la crudeza de El Señor de las Moscas, la simbología (en este caso, celta) y, por supuesto, su propia y característica creatividad. Todo ello da como resultado una obra completamente original y singularmente atractiva que, sin duda, está llamada a ser una de las mejores aportaciones de la literatura juvenil de los últimos tiempos.