Lovecraft es un excelente creador de atmósferas. Su técnica no consiste en alcanzar el clímax final mediante la dosificación sino que desde el principio se decanta por acumular en el texto todo tipo de recursos. Emplea además un estilo muy directo, que es la forma más efectiva de acceder a la mente racional del lector y ponerle en antecedentes acerca de un fenómeno que la lógica y la sensatez no pueden explicar. Un terror inicialmente vago, perdido en la memoria racial de la humanidad, pero que en este caso termina por adoptar una forma física demasiado explícita
En las montañas de la locura
Gracias a la progresiva normalización del género fantástico dentro de la literatura y los lectores en general, la enésima edición de una obra de Howard Phillips Lovecraft –considerado ya, con toda justicia, un autor clásico- apenas debería suscitar especial interés al margen de sus más fieles correligionarios. ¿Qué hace, pues, relevante esta edición a cargo de Libros del Zorro Rojo? En primer lugar, su exquisita edición en cartoné con sobrecubierta, su marcada orientación hacia un público objetivo amplio y fundamentalmente joven, y su carácter de libro ilustrado, por el excelente profesional argentino Enrique Breccia. Además, no falta en solapas la habitual información sobre la biografía y bibliografía del autor de Providence, considerado uno de los grandes renovadores -junto a Poe- del relato de terror y creador del ya mítico horror cósmico.
“En las montañas de la locura” (“At the Mountains of Madness”) es la historia más larga escrita por Lovecraft, una novela corta considerada como una obra cumbre del terror. En ella, el angustiado protagonista relata de forma pormenorizada unos hechos que juró no revelar jamás y que ahora, bajo la amenaza de una nueva expedición que pretende desvelar su secreto, se ve obligado a difundir para alertar a la humanidad acerca de la abominación de la que escapó milagrosamente vivo aunque con graves secuelas psicológicas. Pero sus intentos por desalentar a los más audaces provocan precisamente el efecto contrario, debido a la inmortal curiosidad humana frente al desafío que supone lo desconocido.
El narrador, geólogo de profesión, encabezó años atrás una expedición científica de la Universidad de Miskatonic en tierras de la apenas explorada Antártida. Su cometido era obtener muestras fósiles que aportaran un mayor conocimiento del pasado de la Tierra. En una de las operaciones de extracción hallaron una cueva con una abundancia extraordinaria de fósiles, y entre ellos unos extraños cuerpos fusiformes de ocho pies de altura en un excelente estado de conservación; especimenes biológicos que no pudieron ser catalogados dentro del reino animal ni vegetal y que fueron datados en más de cuarenta millones de años de antigüedad. Un descubrimiento sin precedentes que ponía en entredicho todo el conocimiento científico conocido y parecía conducir a la conclusión de que la Tierra había soportado varios ciclos de vida orgánica antes de la actual.
En paralelo, una partida de avanzada descubrió una gran cadena montañosa de increíble altura, mayor incluso que el Monte Everest. Tras una aparatosa tormenta de nieve se perdió el contacto con ellos y el resto de la expedición decidió acudir en su auxilio. Lo que allí descubrieron -un ciclópeo laberinto de pesadilla que guardaba en su interior un espantoso mundo de horror- quebró para siempre el equilibrio mental de los dos únicos supervivientes.
Lovecraft es un excelente creador de atmósferas. Su técnica no consiste en alcanzar el clímax final mediante la dosificación sino que desde el principio se decanta por acumular en el texto todo tipo de recursos relacionados con ancestrales misterios sobrenaturales, encadenando escenas plenas de tensión y sorpresas saturadas de vocablos ominosos, una adjetivación superlativa y una sobreabundancia de elementos climáticos: parajes yermos y desolados, sonidos inquietantes, figuras entrevistas, silencios insondables, visiones, espejismos, rumores… Una fórmula reiterativa y algo cansina para mantener la atención del lector pero que funciona a la perfección en dosis moderadas, cuentos como éste que no han perdido desde su publicación un ápice de su fuerza y frescura.
Como es habitual en su narrativa, elige varones solitarios como personajes protagonistas, epítome del hombre corriente que cree en la infalibilidad de la ciencia antes de que el azar le conduzca a una remota población que oculta un misterio inmemorial. Emplea además un estilo muy directo, que es la forma más efectiva de acceder a la mente racional del lector y ponerle en antecedentes acerca de un fenómeno que la lógica y la sensatez no pueden explicar. Un terror inicialmente vago, perdido en la memoria racial de la humanidad, pero que en este caso termina por adoptar una forma física demasiado explícita (y mucho menos espantosa que de haber permanecido únicamente en la imaginación del lector). Un Horror Cósmico relacionado con la vuelta de los denominados Primeros o Dioses Antiguos al plano de la realidad, unos seres antiquísimos que esclavizaron a la humanidad en el remoto pasado y cuyos vestigios aún permanecen entre nosotros.
“En las montañas…” es una historia contemporánea al autor (el texto indica que la expedición parte a principios de septiembre de 1930, mientras que el relato está fechado en 1931 aunque finalmente se publicara en la revista Astounding Stories en 1936). Se trata de un cuento aceptablemente ambientado para el conocimiento científico de la época (salvando imposibles, como situar en el Polo una cadena montañosa tan alta), en el que para lograr mayores visos de credibilidad adopta el formato de un diario que describe los avances de una expedición de exploración tan en boga en aquellos tiempos (1). Se enmarca además dentro del periodo de (re)descubrimiento de antiguas civilizaciones olvidadas: Machu Picchu, las Líneas de Nazca… lugares exóticos y remotos donde aún era posible sembrar la duda razonable en el lector.
El aficionado a Lovecraft puede encontrar gran cantidad de guiños y referencias a obras propias y ajenas, como el libro maldito del Necronomicón, los míticos Antiguos, la ficticia universidad de Miskatonic y el periódico de Arkham, el culto a Cthulhu, escritores de su mismo círculo como Clark Ashton Smith, territorios míticos -Hiperbórea o Valusia-, etc. Pero, sin duda, el mayor homenaje es a la novela “La narración de Arthur Gordon Pym” de su admirado Edgar Allan Poe, de la que supone una posible continuación.
Finalmente cabe decir que el texto –en traducción de Patricia Wilson- mantiene una notable calidad literaria, aunque contiene algunos vocablos poco usuales en el castellano español. Un volumen profusamente ilustrado por Breccia con dibujos sumamente expresivos y coloristas.