Una novela de factura amateur con una trama, sino novedosa, al menos entretenida y llevada a cabo con moderada convicción. Parte de unos inicios ciertamente arquetípicos en cuanto al empleo de la astronáutica, para así obtener mayores visos de verosimilitud, pero el resultado es bastante desequilibrado, alternando partes mejorables con otras más logradas, como el mensaje de optimismo que transmite hacia la exploración espacial, el espíritu científico y el afán de superación humano
La sombra de la luz
«La sombra de la luz» es la novela ganadora de la primera edición del Premio Internacional de Narrativa “Astro” de Ficción Científica, convocado por la Universidad Autónoma de Madrid y la editorial Equipo Sirius. Su autor, Enrique Cortés, es profesor de literatura en Lucena (Córdoba) y cuenta en su haber con otra novela publicada, «La Torre» (2007), que al parecer ha sido traducida al alemán. Cortés obtuvo el galardón compitiendo con otras 45 obras presentadas a concurso procedentes de diferentes puntos de España e Iberoamérica.
La trama da comienzo en lo que podríamos denominar un marco astronáutico realista, o cuando menos reconocible, dentro de una ambientación de futuro no demasiado lejano: el lanzamiento de una misión tripulada de la Agencia Espacial Europea desde una base aeroespacial alemana. El cosmonauta Daniel -Buzz- Seldon (nótese el guiño a Buzz Aldrin, la segunda persona en pisar la Luna en la legendaria misión del Apolo 11, y a Hari Seldon, personaje literario creado por Isaac Asimov, inventor de la psicohistoria) es el hombre elegido para ella, un piloto experimentado en vuelos de explotación minera en el cinturón de asteroides. Se trata de la misión Salto Dos, cuyo propósito es relevar al primer cosmonauta que viajó a la Estación Lejana situada a un cuarto de año luz de la Tierra y que ha permanecido en ella durante los últimos doce meses llevando a cabo diversos experimentos para un ulterior viaje exploratorio a la estrella extrasolar más próxima: Alpha Centauri.
Horas antes del despegue el coronel al mando informa a Seldon de la existencia de dificultades; es probable que su predecesor, pese a su excelente preparación psicológica, esté sufriendo una crisis de ansiedad debido a la prolongada estancia en aislamiento, en sus últimos mensajes advertía de diversos malfuncionamientos en los sistemas y, tras un último y críptico mensaje, las comunicaciones con la Estación Lejana se interrumpieron definitivamente ocho semanas atrás. Una situación muy comprometida que podría desembocar en desastre y poner en grave riesgo el futuro de la exploración espacial. Aprendiendo de los errores, Seldon se hace acompañar de una unidad de Inteligencia Artificial y razonamiento abstracto, bautizada groseramente como “el robot”, y poco después del salto recibe una nueva transmisión, una desesperanzada llamada de auxilio en forma de texto oscuro y en apariencia absurdo: un poema de William Blake. Sin lugar a dudas, su compañero se ha vuelto completamente loco.
«La sombra de la luz» es una novela de factura amateur con una trama, sino novedosa, al menos entretenida y llevada a cabo con moderada convicción. Parte de unos inicios ciertamente arquetípicos en cuanto al empleo de la astronáutica, para así obtener mayores visos de verosimilitud, que se complementan con el desarrollo del novedoso motor de salto que cambia radicalmente el concepto de viaje espacial; esto permite a la narración internarse más y más en el terreno especulativo y, sobre todo, en el campo abonado del thriller, colmando la historia de pasajes un tanto forzados pero sobre todo faltos del necesario realismo y hasta sostén racional. Ciertamente, la construcción de escenas es pobre y estereotipada, los personajes faltos de definición, y la voz narrativa eficaz únicamente para encauzar un texto de aspiración básicamente argumental aunque con algún esporádico ramalazo épico referido a la conquista del espacio por parte del hombre.
El resultado es, pues, bastante desequilibrado, alternando partes mejorables, como la multitud de incoherencias y fallas argumentales que encontramos en el texto (1), con otras más logradas, como el mensaje de optimismo que transmite hacia la exploración espacial, el espíritu científico y el afán de superación humano. La historia cuenta, además, con aparentes homenajes fílmicos, entre otros a «2001 Una odisea en el espacio» con la presencia de una IA capaz de razonar y actuar proactivamente, y escenas de misterio y terror en el espacio profundo que recuerdan poderosamente a «Alien», aunque la influencia más clara a mi juicio proviene de «Horizonte de sucesos» y «Pandorum» por razones argumentales evidentes.
Enrique Cortés escribe una novela breve no exenta de elementos superfluos que nada añaden al conjunto (los sueños de Buzz, algunos almibarados momentos melodramáticos), con un discurso narrativo discreto y un desenlace poco claro, cuya bisoñez empaña en cierta forma su voluntarismo cientifista y da como resultado una obra que decepciona las altas expectativas creadas en un galardón tan interesante como el incipiente premio “Astro”. La edición corre a cargo de la editorial Equipo Sirius, que suma a una más que correcta labor editorial una atractiva y conceptual portada bicolor. Esperamos que el premio se consolide en futuras ediciones y ofrezca una mayor calidad especulativa y literaria. No será en su segunda edición que, desgraciadamente, ha quedado desierta; una nueva oportunidad perdida para la literatura de ciencia ficción.
Seldon tiene orden expresa de informar inmediatamente después de realizado el salto, pero una vez finalizado ¡decide actuar por su cuenta y dejarlo para otro momento!
La IA que viaja con él es demasiado perfecta, sobre todo teniendo en cuenta que en la misión anterior viajaba un simple robot; un enorme salto tecnológico (poco creíble) en el breve lapso de apenas unos meses.
La citada IA es capaz de analizar y descubrir el significado del último críptico mensaje enviado por la Estación Lejana apenas horas después de su “nacimiento”, algo que en la Tierra con más tiempo y mucha mayor potencia de cálculo fue tarea imposible.
La IA puede mover personas inconscientes “sirviéndose de la gravedad y las corrientes de ventilación” (sic).
Buzz arriesga su vida buscando a ciegas al primer cosmonauta cuando lo más sencillo es que la IA monitorice la base (antropocentrismo evidente).
Por no hablar de lo frío que es el fuselaje al tacto (¿puede sentirlo con guantes de astronauta?), indicar la existencia de turbulencias en el espacio, o incluir detalles notoriamente pulps, como pulsar botones ocultos que dan acceso a habitáculos privados, salas con paredes ocupadas por paneles plagados de botones y “tableros de computadora”, que denotan una visión un tanto añeja de la ciencia ficción.
Por último, si bien es cierto que el tiempo es relativo y depende de la velocidad y el espacio, que cuanto más próximo estemos del centro de la galaxia el tiempo podría transcurrir más rápido, no creo que hallemos grandes diferencias a un tercio de año luz de la Tierra, que es donde se encuentra la nave.