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Libros publicados en 2011

Diástole

Una novela negra de perdedores y sentimientos a flor de piel, de empatía por unos personajes condenados a una existencia desesperada. Es también una trágica historia de amor (y odio terrible), y un relato de redención personal por parte de dos personas muy diferentes que lo han perdido todo y que no temen por tanto a la muerte, a la que desean en cierta manera como expiación de la monstruosidad en que han convertido sus vidas.

Diástole

La trayectoria literaria de Emilio Bueso se ha caracterizado hasta la fecha por su íntima relación con la narrativa de terror. Del realismo sucio de sus inicios pasó pronto al terror realista de su primera novela, «Noche cerrada» (Verbigracia, 2007) y a escribir cuentos y novelas fantásticas que han incursionado siempre en el lado oscuro del alma humana. Así, este activo miembro de la asociación de escritores de terror NOCTE, que dice sentirse influido por autores como Palahniuk, Lovecraft, Ajvide Lindquist y Clive Barrer, ha publicado relatos en antologías temáticas como «Taberna Espectral» (23 Escalones, 2010) y «Antología Z. Volumen 2» (Dolmen, 2010), y ganado premios como el Domingo Santos de 2010 por el cuento “El hombre revenido”. Tiene escrita, además, una estimable novela juvenil oscura: «Sewer», anunciada para publicación por Equipo Sirius desde hace más de un año, y una distopía titulada «Cenital», que será probable novedad del año próximo.

 

«Diástole» es, posiblemente, su mejor obra publicada hasta el momento. En ella, un pintor caído en desgracia llamado Jérôme Fournier recibe el encargo de retratar a un misterioso personaje, un extranjero extravagante y rico que atiende al nombre de Iván y a quien persiguen agentes del servicio secreto ruso. Jérôme fue en otro tiempo un pintor prometedor asentado en la vanguardia del nuevo expresionismo, antes de que la inspiración le abandonara, un amor equivocado le rompiera el corazón y las malas influencias le empujaran al infierno de la heroína. Sin dinero ni esperanzas, se ve abocado a aceptar la proposición y durante cuatro únicas noches, siempre en una estancia diferente de una decrépita mansión a las afueras de una pequeña ciudad de los Pirineos franceses, retratará al óleo a su singular mecenas. En cada nueva sesión de posado, Iván abrirá un poco más su crudo corazón a Jérôme para que éste pueda plasmar en tela su auténtico yo; comienza así el relato de un hombre acosado durante décadas, perseguido por un crimen pasional que cometió en su juventud y que le llevó a sortear guerras y diferentes regímenes políticos a lo largo de toda Europa para encontrar refugio en los paisajes desolados y radioactivos de la central nuclear de Chernobyl. Una persona atormentada sobre la que recae una antigua y espantosa maldición.

 

«Diástole» es una historia narrada en un preludio y cuatro noches (más un amanecer). Una novela negra de perdedores y sentimientos a flor de piel, de empatía por unos personajes condenados a una existencia desesperada. Es también una trágica historia de amor (y odio terrible), y un relato de redención personal por parte de dos personas muy diferentes que lo han perdido todo y que no temen por tanto a la muerte, a la que desean en cierta manera como expiación de la monstruosidad en que han convertido sus vidas. Desde un punto de vista temático, es una mezcla de varios géneros -thriller sobrenatural, novela negra, de terror, realista- que resiste a una clasificación más precisa.

 

La narración posee un ritmo calmo y un marcado tono poético de naturaleza fatalista. Recrea además una atmósfera ominosa que paulatinamente se adueña de las páginas del libro para conducirlo a un desenlace no por más intuido menos inevitable y catártico. En la trama se entremezclan una muy verosímil historia de yonkis con las vivencias de un superviviente del asedio nazi a la ciudad de Leningrado, de la persecución estalinista y de la contaminación por el tristemente famoso accidente nuclear de Ucrania. El relato se enriquece con hilos que tratan sobre el malditismo en el mundo del arte, sobre el amor transmutado en odio, sobre el destino cierto de la muerte.

 

Ambos personajes se muestran dispuestos a emprender una huida hacia ninguna parte, a apostar una última baza contra el destino aunque se saben volteados por la fuerza irresistible de los acontecimientos. Jérôme, que no es más que un vulgar drogadicto en sus momentos finales, alguien a quien nadie echaría de menos si un día desapareciera de escena, acepta el encargo de retratar al ruso como probable último trabajo de su vida; y, sin embargo, volver a pintar le devuelve la dignidad y el orgullo de ser persona. Adquiere consciencia de estar pintando su obra cumbre y, con ello, recupera la fuerza de voluntad necesaria para encauzar el rumbo de los postreros instantes de su vida. Por su parte, Iván se revela como una persona a la que la Revolución Socialista privó de un legado que por derecho le pertenecía, logró sobrevivir como proxeneta en San Petersburgo y se enamoró de una muchacha a la que pretendía un jerifalte del partido. Ahora planea desquitarse de todos y de todo perpetrando un último y fatal acto de venganza.

 

La trama coquetea constantemente con la figura del vampiro (de hecho, el libro comienza con una especie de transposición moderna del «Drácula» de Bram Stoker, jardinero rumano y antigua mansión de aspecto abandonado incluidos), sin decantarse claramente hasta el final; tal vez porque, en realidad, su clarificación sea lo menos importante. Emplea con eficacia recursos como el suspense y los elementos del paisaje para reforzar su ambientación oscura (la tormenta de nieve, la mansión aislada y en ruinas, la cueva cava donde se retrata Iván…) y hace uso de un vocabulario afilado y preciso, repleto de improperios que definen a la perfección a los personajes en diálogos y momentos de introspección. Sorprenden, igualmente, detalles como el esmero con el que el autor describe los pormenores que ha solventar un Jérôme afectado por el síndrome de abstinencia en su intento por acudir despejado y puntual a su lejana cita, conduciendo un destartalado vehículo que se ha convertido en metáfora de sí mismo, pero no dedica ni una sola frase a relatar su regreso a casa, el particular descenso a la cotidianeidad. O el tiempo narrativo: un aparente presente de indicativo por parte de un narrador omnisciente, que no es otro que el protagonista que nos habla desde el futuro porque obviamente conoce su propio pasado y narra la acción en retrospectiva.

 

«Diástole» es un título que evoca al corazón y el palpitar de la sangre, una obra madura y mucho más profunda de lo que puede parecer en una lectura superficial, y que en su extenso final da rienda suelta a toda la contención habida hasta el momento. Un texto que renueva mitos clásicos manteniendo su fidelidad al canon, a los arquetipos universales y el respeto a los maestros. Sin llegar al extremo del esteta, Emilio Bueso nos ha dejado su impronta de notable narrador, de creador de historias intensas capaces de transmitir con personalidad propia sentimientos y emociones. Habrá que estar muy atento a su próxima novela.

 

 

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