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Libros publicados en 2011

Polaris

Jack McDevitt es uno de los escritores más interesantes y mejor cualificados para la Space Opera de cuantos actualmente se encuentran en activo. Como en su novela anterior, el tema principal es la Historia y cómo los principales acontecimientos históricos son deformados y engrandecidos por el paso del tiempo. La reiteración de roles, ideas, espacios y escenas evidencia la intención de repetir pasados éxitos; aún así, hay espacio para la crítica al poder y alguna esporádica reflexión más profunda.

 

«Polaris» es una obra de Space Opera dura con todas sus virtudes (emoción, aventura, sentido de la maravilla) y defectos (inferior calidad literaria, detalles para los que es preciso cierto conocimiento específico, autorreferencialidad); una novela muy amena aunque solo destacable en su tercio final.

Polaris

Quince años después de la publicación de «Un talento para la guerra», Jack McDevitt escribió una nueva aventura basada en el personaje de Alex Benedict: «Polaris», novela que fue nominada al premio Nebula en 2005. La serie se continúa con «Seeker» (anunciada su publicación en España para el año que viene), que sí obtuvo el citado galardón en 2007, «The Devil’s eye» (2008), «Echo» (2010, finalista del Nebula) y «Firebird» (2011); cinco títulos en siete años que muestran la importancia que concede el autor a esta serie, y que alterna con su otra gran saga de éxito, la de Las Máquinas de Dios, de la que ya ha publicado en nuestro país: «Las máquinas de dios», «Deepsix», «Chindi», «Omega», «Odisea», y se anuncia igualmente para el año próximo «Cauldron». Todos estos títulos han sido publicados por la editorial La Factoría de Ideas.

 

La novela da comienzo con un prólogo en el que seis reputados científicos asisten en directo a un raro acontecimiento cósmico: la colisión entre una enana blanca errante y una antigua estrella de clase G. Finalizado el mismo, la piloto de la nave Polaris en la que viajan informa de que se disponen a realizar un salto al “espacio armstrong”, pero desaparecen sin dejar el menor rastro. Días después, la nave fue hallada a la deriva sin tripulación a bordo, con el módulo de aterrizaje operativo y los trajes presurizados al completo pero la Inteligencia Artificial (IA) que gestiona la astronavegación sospechosamente desconectada.

 

Sesenta años después, en el año 1428 de la fundación de los Estados Asociados, el misterio continúa y arrastra un halo de fenómeno paranormal. El Departamento de Investigaciones Planetarias y Astronómicas -una agencia financiada por el gobierno y donaciones privadas- tiene pensado realizar una subasta-exposición de material relacionado con la Polaris, y un coleccionista y marchante de antigüedades como Alex Benedict no puede faltar a la cita. Alex, un simpático caradura que afirma perseguir en sus acciones solo un afán lucrativo (aunque la curiosidad y la pasión por las reliquias antiguas terminen por dominarlo), es especialista en encontrar objetos de valor que pertenecieron a personajes históricos y naves famosas, revisando detalles insólitos y cabos sueltos en los que nadie más ha reparado hasta encontrar lo que busca y venderlo a ricos y ociosos coleccionistas privados. Alex se acompaña siempre de Chase, piloto cualificada de naves espaciales, quien se ocupa de los detalles de la empresa de compra-venta de antigüedades que ha fundado.

 

Durante la inauguración del evento, una bomba -un hecho insólito en un mundo pacífico como Rimway- destruye la colección, a excepción de algunos objetos que Alex pudo adquirir y revender antes del desastre. Alex sospecha que el artefacto ha sido colocado para borrar posibles pistas acerca de lo que aconteció en la Polaris, y decide investigar a los pasajeros desaparecidos: un variopinto grupo de personas para observar un fenómeno astronómico, formado por dos neurocirujanos, un cosmólogo, un divulgador científico, un político y un psiquiatra. En paralelo, los compradores de Alex reciben la visita de personas sospechosamente interesadas en revisar los objetos y su rastro les conduce hasta un instituto elitista que reúne a las mejores mentes de la humanidad en diferentes ramas del saber.

 

Jack McDevitt es, junto a Peter F. Hamilton, Alastair Reynolds, Iain M. Banks, Paul McAuley y Ken MacLeod, uno de los escritores más interesantes y mejor cualificados para la Space Opera (aventura espacial) de cuantos actualmente se encuentran en activo. En esta serie, McDevitt describe un futuro lejano en el que la humanidad se ha extendido por una parte significativa de la galaxia y disfruta de una vida larga y placentera en la inmensa mayoría de planetas habitados, rodeada por todo tipo de servicios y adelantos tecnológicos. La ingeniería genética mejora cada día la especie, apenas existen armas, los robos y asesinatos han sido prácticamente erradicados, las enfermedades son casi inexistentes y la violencia de estado es mínima (existen técnicas de borrado de mente y reconstrucción de personalidad para los criminales). La sociedad humana, si no utópica o ideal porque el hombre sigue sumido en los conflictos y pulsiones que lo caracterizan, sí al menos disfruta del hedonismo resultante de disponer de recursos prácticamente ilimitados: naves espaciales privadas, aerodeslizadores personales, cintas craneales para acceder a la realidad virtual, robots usados en domótica, IAs que gestionan dispositivos avanzados, avatares informáticos que reproducen la personalidad y recuerdos de multitud de celebridades con las que incluso es posible interactuar, y un largo etcétera.

 

Todas estas facilidades y tecnología se integran en la vida cotidiana de los personajes con entera naturalidad, sin necesidad de farragosas explicaciones complementarias, lo que constituye un indudable acierto del escritor norteamericano. Una narrativa caracterizada por un sentido de la maravilla racional pero, sobre todo, dominada por recursos de estilo, giros de la trama y ganchos diversos -detalles de fina ironía o de una gran imaginación, el relato intercalado de emocionantes aventuras, aforismos- capaces de atrapar y mantener la atención del lector en todo momento. Un estilo fluido aunque con algunos altibajos de ritmo y cuya ambición literaria es, por desgracia, notablemente inferior a su predecesora (al menos el texto traducido porque, como se ha indicado anteriormente, el original fue finalista del premio Nebula).

 

En esta ocasión el narrador no es Alex Benedict sino Chase Kolpath (salvo en un capítulo del final), personaje secundario en la novela anterior que alcanza ahora el protagonismo necesario para relatar los sucesos en primera persona. El choque de personalidades contrapuestas entre Alex, un tipo sedentario y gruñón, poco dado a la aventura pero con un instinto innato para cierto tipo de peligrosos negocios, y una mujer tan dinámica e independiente como Chase, capaz de rescatar a su jefe de allí donde su imprudencia le ha conducido, resulta atractiva y provoca no pocos agradables momentos de humor.

 

De nuevo el tema principal es la Historia y cómo los principales acontecimientos históricos son deformados y engrandecidos por el paso del tiempo: “La Historia es un compendio de unos pocos hechos contrastados y un gran número de rumores, mentiras, exageraciones y excusas. Además, a medida que el tiempo pasa, se vuelve cada vez más difícil distinguir entre todas esas categorías”. La reiteración de roles, ideas, espacios y escenas (algunas casi calcadas del volumen anterior, como la intrusión en la casa de Alex donde desaparecen objetos sin valor aparente, o el incidente casi mortal del aerodeslizador al que Chase debe hacer frente contrarreloj) provocan reconocimiento en el lector y pueden servir de gancho de cara a la continuidad de la serie, pero a costa de empobrecer el argumento de conjunto; una fórmula (enigma relacionado con una nave famosa, que trasciende a un gran descubrimiento para la humanidad) con la que se evidencia la intención de repetir pasados éxitos. Aún así, hay espacio para la crítica al poder, su clientelismo para con la política y la economía, su magnetismo servil, y alguna esporádica reflexión más profunda en torno a la existencia de la muerte.

 

Cabe indicar que la trama transcurre, hasta prácticamente el último tercio de novela, por derroteros de la más pura evasión y de una investigación casi irrelevante. La ociosa población humana siente una terrible atracción por los momentos históricos del pasado y por ello existen multitud de museos y coleccionistas privados en la galaxia, pero no de obras de arte o antigüedades de relevancia histórica sino de absurdos objetos cotidianos (platos, tazas, grifos…), recuerdos anodinos convertidos con el paso del tiempo en valiosas reliquias. A satisfacer esa necesidad puramente infantil y materialista (y obtener, a cambio, un suculento margen de beneficios) se dedica la empresa de antigüedades de Alex y Chase, una labor que se describe con un realismo excesivamente prolijo en detalles cotidianos, que no abruma pero que resulta ciertamente intrascendente. Afortunadamente, el desenlace satisface en cierta medida las expectativas y plantea un dilema moral difícil de resolver para el ser humano del futuro.

 

«Polaris» es una novela muy amena aunque solo destacable en su tercio final, una obra de Space Opera dura con todas sus virtudes (emoción, aventura, sentido de la maravilla) y defectos (inferior calidad literaria, detalles para los que es preciso cierto conocimiento específico, autorreferencialidad). A modo de sugerencia, sería interesante contar en futuras entregas de la serie con una Cronología del Futuro que detallara momentos cruciales de la Historia de la Humanidad y evitara posibles errores de interpretación, como ubicar la época dorada de la república Kang, citada en varias ocasiones, en dos periodos aparentemente diferentes.

 

 

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