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Libros publicados en 2012

El mapa del cielo

El gaditano desarrolla sin complejos una novela de ciencia ficción apta para un público mayoritario, sirviéndose para ello de elementos tan eficaces como incluir grandes dosis de aventura, un entorno fascinante y reconocible, unos personajes atractivos entre los que cabe destacar algunas relevantes personalidades históricas, un lenguaje sencillo dominado por técnicas del BestSeller, la concatenación de continuas sorpresas y, sobre todo, la promesa de la resolución final del misterio en un apoteósico desenlace; sin olvidar, por supuesto, la consabida historia de amor y diversas gratificaciones en forma de guiños al lector de género

El mapa del cielo

«El mapa del cielo» es la segunda novela correspondiente a la Trilogía Victoriana de Félix J. Palma, tras la aclamada «El mapa del tiempo», galardonada con el XL Premio Ateneo de Sevilla en 2008. Una obra amena y divertida que, como la anterior, rinde homenaje a las novelas clásicas de aventuras de H.G. Wells, Julio Verne y Edgar Allan Poe, escrita a modo de folletín decimonónico y recomendable para cualquier tipo de lector.

 

«El mapa del tiempo» cosechó en poco tiempo un notable éxito internacional: los derechos de publicación fueron vendidos a 22 países, entre los que cabe citar Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Italia, Francia, Japón, Holanda…, durante la primera semana de ventas se colocó en la lista de más vendidos del New York Times y quedó finalista en diversos premios literarios mundiales (entre otros, el japonés Seiun). No es de extrañar que esta esperada continuación haya gozado de una gran campaña publicitaria por parte de su nueva editorial, con presentaciones a lo largo y ancho de la geografía nacional, pilas de libros en los principales puntos de venta, acciones de marketing en redes sociales (Facebook, Twitter, blogs) y la incorporación de algunos detalles de estilo que denotan un gusto excelente a cambio de una modesta inversión, como incluir en el volumen varias ilustraciones en blanco y negro y reservar una zona para anotar el nombre del propietario en caligrafía de época, o adjuntar en la caja promocional un ostentoso pergamino y un espectacular tríptico además del omnipresente marcapáginas. Así se fabrica un BestSeller, y éste nace con vocación de permanencia.

 

En cuanto al argumento, la historia comienza con H.G. Wells (de nuevo, hilo conductor de la trama) paseando tranquilamente por Londres en una calurosa mañana de primavera de 1898, poco después de haber publicado «La Guerra de los Mundos». El escritor británico se sentía enormemente molesto porque su novela, una demoledora crítica contra el desmesurado espíritu imperialista británico, no fuera entendida por sus contemporáneos más que en una reduccionista clave fantástica; y más molesto aún porque acudía a entrevistarse con el periodista norteamericano Garrett P. Serviss, autor de una espantosa segunda parte no autorizada de la misma titulada «Edison conquista Marte». Pero antes de que pudiera confesarle lo que pensaba de ella, Serviss ofrece a Wells la oportunidad de ver con sus propios ojos un marciano real, el cadáver de un espécimen humanoide encontrado junto a su platillo volante en los helados páramos de la Antártida y custodiado en un sótano secreto del Museo de Historia Natural.

 

Mientras tanto en Nueva York, la señorita Enma Harlow, una bella y distinguida jovencita de la alta sociedad, se resiste a desposarse con alguno de sus múltiples pretendientes porque sabe que solo podrá enamorarse de alguien capaz de hacer soñar al mundo como lo hizo su bisabuelo, un visionario que sesenta años atrás afirmó que la Luna estaba habitada por todo tipo de seres fantásticos; y aunque pronto se demostró la falacia, hubo quienes prefirieron seguir pensando que los sueños podían hacer más hermosas sus vidas. Ese hombre fue Richard Adams Locke, quien regaló a su única hija de diez años un mapa imaginario del cielo que pobló de mundos imposibles y criaturas exóticas, y que pasó de madres a hijas durante cuatro generaciones hasta llegar a manos de Enma. Por ello la romántica señorita Harlow exige a Montgomery Gilmore, su más infatigable y engreído aspirante, que reproduzca la invasión marciana descrita en «La guerra de los mundos» si desea obtener su mano. Pero para el multimillonario no hay desafío imposible, y si es necesario los marcianos invadirán la Tierra aunque sea por amor.

 

 

Es indudable que Palma conoce las convenciones de la literatura de ciencia ficción tanto como las de la novela de aventuras, el BestSeller o el folletín decimonónico, y de todas ellas se sirve ampliamente en su narración. Si en la primera entrega coqueteaba con el viaje en el tiempo, en ésta abraza abiertamente el género, y así se suceden temas y lugares comunes como el primer contacto, la invisibilidad, los universos alternos, las paradojas temporales, la invasión alienígena, la suplantación de seres humanos, o el ocaso de la humanidad.

 

El gaditano desarrolla sin complejos una novela de ciencia ficción apta para un público mayoritario, sirviéndose para ello de elementos tan eficaces como incluir grandes dosis de aventura, un entorno fascinante y reconocible (la sociedad victoriana, la Antártida en la etapa tardía de los viajes de exploración), unos personajes atractivos entre los que cabe destacar algunas relevantes personalidades históricas (Wells, Locke, Serviss, John Cleeves Symmes, Jeremiah Reynolds…), un lenguaje sencillo dominado por técnicas del BestSeller, la concatenación de continuas sorpresas y, sobre todo, la promesa de la resolución final del misterio en un apoteósico desenlace; sin olvidar, por supuesto, la consabida historia de amor y diversas gratificaciones en forma de guiños al lector de género.

 

Se trata de una novela dividida en tres partes, en las que se rinde un especial y sentido homenaje a clásicos tan relevantes como «La narración de Arthur Gondon Pym» de Edgar Allan Poe y «El enigma de otro mundo» vs «La cosa» de John Carpenter (en la primera), «La guerra de los mundos» y «La invasión de los ultracuerpos» (en la segunda) y a la mejor y más especulativa ciencia ficción y distopía de todos los tiempos (en la tercera). Una primera parte cuyos capítulos dos a trece funcionarían perfectamente en forma de elipsis, ahorrando al lector doscientas interesantísimas aunque innecesarias páginas que adelgazarían el volumen hasta un más asequible medio millar, ganando a mi juicio enteros en homogeneidad y ritmo. Ese texto podría haber sido posteriormente publicado como relato relacionado aunque independiente, exactamente igual que “La princesa del centro de la tierra”.

 

Ciñéndonos a la novela, uno de sus grandes aciertos consiste en haber logrado plasmar una época victoriana que aunaba un enorme optimismo hacia las posibilidades de la ciencia y el progreso humano y, al mismo tiempo, concedía una ingenua credibilidad a las ideas más disparatadas, como la teoría de la Tierra Hueca, la existencia de islas perdidas donde la evolución se detuvo o el conocido como Gran Bulo de la Luna (“The Great Moon Hoax”) del periodista Adams Locke, probablemente porque se vivía el ocaso de la era de los grandes descubrimientos, la Tierra se antojaba un lugar completamente explorado y el inconsciente colectivo se resistía en cierta forma a la tiranía de la razón.

 

El narrador vuelve a ser ese personaje anónimo, omnisciente y entrometido de la novela anterior, un demiurgo que perfectamente podría ser el escritor sanluqueño. En su papel de presentador de feria, ensalza los prodigios que se describen a continuación, ofrece continuos nuevos detalles, se prodiga en circunloquios para crear expectación y ayuda a mantener el interés por la historia reclamando una y otra vez la atención del lector. Igualmente, retornan personajes de la novela anterior, como Wells (esta vez implicado directamente en la trama), Gillian Murray dueño de Viajes Temporales Murray, Claire Haggerty y su esposo John Peachey, o el valeroso capitán Derek Shackleton; juntos elaboran, a instancias del insoportable Charles Winslow, un descabellado plan para derrotar la invasión marciana, sabedores de que el futuro es inmutable y en el año 2000 les espera el desenlace de la cruenta guerra contra la tiranía de los autómatas.

 

El estilo de Palma es sencillo y sin excesivas complicaciones formales, repleto de recursos que pretenden reavivar el interés del lector por la historia pero lejos de la riqueza literaria y de registros, del humor absurdo y desopilante, de la originalidad e inteligencia de su narrativa breve, que muchos añoramos y deseamos pudiera compatibilizar con su atractiva producción novelística. De hecho, la novela podría haber sido un completo pasapáginas de no ser por las numerosas digresiones que interrumpen la narración en aras de imitar el estilo folletinesco de la época, o los -en mi opinión- excesivos detalles biográficos sobre Wells y Poe (el decimosegundo capítulo se dedica en exclusiva a narrar la vida y obra del norteamericano, que poco o nada tienen que ver con el hilo principal de esta historia), que hubieran quedado mejor en un ensayo. No obstante, resulta de agradecer el notable esfuerzo de introspección del gaditano a la hora de proveer de metáforas realistas a sus personajes, el uso de su característica fina ironía o la inclusión de refinados juegos florales propios del galanteo de esta época caballerosa e idealizada.

 

Un texto, por otra parte, muy imaginativo aunque ciertamente menos ágil y satisfactorio que la novela anterior, con algunas situaciones ridículas y/o anticlimáticas (¡asesinatos a sangre fría!), y en el que se sigue echando en falta una descripción más detallada de la sociedad victoriana. Quizás su irregularidad provenga también de un exceso de ambición, del empeño de unir tres partes demasiado disímiles y, por qué no decirlo, por desaprovechar la oportunidad de construir una novela auténticamente steampunk que, confieso, en mi caso esperaba.

 

De la obra destacaría, además del relato de la travesía antártica del ballenero Annawan, el punto de inflexión que supone el último tercio de la novela; una narración sombría y arriesgada que muestra una humanidad derrotada y esclavizada, obligada durante decenios a trabajar en las máquinas alienígenas que acondicionan la Tierra a las necesidades del invasor. Un colofón terrible para las optimistas aspiraciones humanas, y que rompe el tono caballeresco y hasta cierto punto amable que había presidido la narración. En ella aparecen los pasajes más intensos, desoladores y realistas de la novela, ésta adquiere matices más ricos y profundos, y las explicaciones científicas brillan al fin por encima del catastrofismo pirotécnico. Es el fin de la infancia para la humanidad y metáfora de lo que la espera en el nuevo siglo; una apología en toda regla de la moderna ciencia ficción (tras un homenaje al terror primigenio y a las invasiones alienígenas, primeros hitos del género) digna del máximo elogio.

 

Con sus aciertos y fallas, «El mapa del cielo» es una obra muy recomendable escrita por un autor que se ha convertido en un fenómeno dentro del panorama editorial internacional. Aún se desconoce el título de la tercera y última novela que compone la trilogía, aunque se especula con que la trama guarde relación con «El hombre invisible» de Wells y «El sabueso de los Baskerville» de Arthur Conan Doyle, más una buena dosis de espiritismo y ciencias ocultas. Mientras llega, o quizás para un poco más tarde, me tomo la libertad de sugerir al autor la creación de un spin off (serie paralela de relatos) con un personaje tan carismático como el agente especial Cornelius Clayton, especialista en casos paranormales de Scotland Yard. Cuando lean la novela ya me dirán si no les parece una idea atractiva.

 

 

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