Una novela coral plagada de situaciones divertidamente ridículas que pretenden arrancar nuestra hilaridad, bien armada y con numerosos golpes de efecto, en la que los diversos y enloquecidos cursos de acción confluyen en un previsible “happy end”. Pero bajo esa fachada delirante Laura Fernández trata algunos temas importantes como el difícil paso de la adolescencia, las relaciones entre padres e hijos, la búsqueda del amor, la manipulación de la opinión pública, la trastienda del famoseo o la búsqueda del lugar que cada uno ocupa en el mundo. Una doble lectura para una novela que transcurre en el lapso de apenas unas horas
El show de Grossman
Aristas Martínez es un pequeño sello independiente fundado en 2010 y caracterizado por publicar una literatura fronteriza: “libros al límite de los géneros, que hurgan en la linde entre la ficción y el documento, trazan líneas bastardas y plantean retos difíciles de clasificar”. Una editorial al margen de modas, que gusta publicar obras en donde conviven nuevos discursos narrativos –con frecuencia “underground”- con una estética atrevidamente pulp, buscando un tipo de lector a contracorriente, amante del papel y su plasticidad.
Entre sus textos, singulares, híbridos y profusamente ilustrados, destaca para el aficionado a la literatura fantástica su colección Pulpas, consagrada a la narrativa extraña o “weird”, en donde han publicado una veintena de títulos entre novelas, antologías y varios números de su muy interesante revista Presencia Humana.
«El show de Grossman» es buena prueba de todo lo anterior. Una obra de mediana extensión, ilustrada por Martín López, y cuya autoría corresponde a Laura Fernández, responsable de las novelas «Bienvenidos a Welcome» (Elipsis, 2008), «Wendolin Kramer» (Seix Barral, 2011) y «La chica zombie» (Seix Barral, 2013), tal vez su obra más conocida, además de diversos relatos ambientados en el universo de la presente novela publicados en la prestigiosa revista Quimera.
En esta delirante fantasía intergaláctica, que la autora define con acierto como “un cruce entre la película «Mi novia es una extraterrestre» y una versión alienígena de «Los Goonies»”, el protagonista principal es Matson Kastner, un adolescente de catorce años que vive con su padre en Rethrick, el planeta fan de la Tierra. Su mayor anhelo es conocer a su madre, una camarera terrícola de la que su padre se enamoró quince años atrás cuando trabajaba como espía intergaláctico, por lo que un buen día decide poner en práctica un plan para viajar a la Tierra acompañado de su hipocondríaco amigo Dandy y de dos fieles seguidoras de una anodina escritora de ciencia ficción cuyas novelas son auténticos best sellers en Rethrick.
Además de Matson y sus amigos, en la novela aparecen otros personajes estrafalarios como la simpática nave espacial Wendy, disfrazada de vieja furgoneta para pasar desapercibida; Austin Grossman, presentador del programa de mayor audiencia del planeta, denominado precisamente “El show de Grossman”; su fiel ayudante Wilder Kastner, guionista, productor y encargado de satisfacer todos los ridículos caprichos de su gruñón y orondo jefe; un irreverente mayordomo robot repleto de tatuajes; un tratante de antigüedades –léase contrabandista- de objetos de la Tierra para ricos coleccionistas llamado Philipp Gostard; una agente del fisco, y un largo etcétera.
Matson desea conocer a su madre; su mejor amigo Dandy está perdidamente enamorado de Bebban Sanders; ésta está colada por Matson y pretende aprovechar la escapada a la Tierra para conocer a su escritora favorita; la ex de Matson ordena a una animadora del equipo femenino de rocketbol acompañarles y vigilarles de cerca; Wilder es el padre de Matson; el mayordomo robot quiere ir un concierto de rock; Gostard estafar al poderoso Grossman; la agente Darlene Klaus enchironar a Phil; y Phil llevarse a la cama a Darlene. En resumen, un lío de proporciones galácticas.
La trama de «El show de Grossman» es tan divertida como deliberadamente absurda, por lo que, sencillamente, es mejor dejarse llevar. En la novela se dan cita naves parlantes, alienígenas prototípicos, cafeteras inteligentes, impertinentes intercomunicadores galácticos, dinosaurios exiliados, maquillaje instantáneo, agentes infiltrados, camareras de café, batidos de chocolate, He-Mans, paquetes de palomitas, programas de televisión, una banda de rock marciano, enamoramientos, celos, traiciones y un puñado de preadolescentes en busca de su propia identidad. Una auténtica chifladura.
Ciertamente, las cosas en Rethrick funcionan de manera diferente: es un mundo de roles alternados, donde los varones son quienes se quedan embarazados y engordan después de tener hijos mientras que las mujeres mantienen su escultural figura; un planeta pequeño e insignificante, de cielos, mares y tierra de color rosado, habitado por unos alienígenas de piel verde oscura, tres ojos, dientes cuadrados y dos antenas en la cabeza, aunque Matson es mestizo y posee únicamente dos horribles ojos azules, piel verde pálido y una sola antena.
El estilo de la novela es grueso, descarado y desmedidamente freak, como queda de manifiesto en el propio título de la obra (Grossman significa, literalmente, hombre gordo en alemán). Existe una sobreabundancia de diálogo, de frases breves, giros cómicos, elementos grotescos y mordacidad cáustica (Austin es un tipo insoportable al que le gusta llevar las uñas pintadas, los labios azules y vive en una mansión con aspecto de patito de goma). Proliferan los clichés de género añejos, los nombres de inspiración anglosajona, las referencias a la cultura pop y al American Way of Life, así como los guiños a series de culto como Expediente X. Los cambios de escenario son continuos, los acontecimientos se suceden a ritmo endiablado, la trama se torna más y más enrevesada, el léxico es limitado, los personajes estereotipados y escasean los recursos de estilo; todo en favor de crear una atmósfera adecuada en la que desarrollar esta alocada comedia de situación donde el juego de relaciones entre personajes (descubrirlas, para luego retorcerlas) constituye uno de sus mayores atractivos. Un planteamiento retro y posmoderno, en línea con otros productos como la televisiva «Plutón BRBnero» de Álex de la Iglesia.
«El show de Grossman» es una novela coral plagada de situaciones divertidamente ridículas que pretenden arrancar nuestra hilaridad, bien armada y con numerosos golpes de efecto, en la que los diversos y enloquecidos cursos de acción confluyen en un previsible “happy end”. Pero bajo esa fachada delirante Laura Fernández trata algunos temas importantes como el difícil paso de la adolescencia, las relaciones entre padres e hijos, la búsqueda del amor, la manipulación de la opinión pública, la trastienda del famoseo o la búsqueda del lugar que cada uno ocupa en el mundo. Una doble lectura para una novela que transcurre en el lapso de apenas unas horas.