Valoración en breve:
Nos encontramos ante una atípica historia de crecimiento personal, de descubrimiento de los límites del mundo y de las reglas que lo gobiernan, protagonizada por un adolescente cínico y egoísta que intenta sobrevivir en una sociedad que no le ofrece esperanzas. Una comunidad claustrofóbica que en ocasiones recuerda a los cinturones industriales de las grandes urbes donde se hacina la pobreza y la falta de oportunidades, o se convierte en metáfora de nuestra suicida civilización consumista, dispuesta a seguir ciegamente hacia adelante sin mirar nunca atrás.
Una sociedad caracterizada por trabajadores ciborg, un culto híbrido a la tecnología, familias desestructuradas y jóvenes que se entregan a un futuro incierto, como las polillas del título: chicas de la calle que roban cuanto cae en sus manos para sobrevivir. Un pozo de podredumbre, real y metafórico, que subsiste reciclando continuamente sus propios desechos
La polilla en la casa del humo
-Argumento-
Veintiuno vive en el pozo, una húmeda y maloliente ciudad subterránea que se extiende como un cáncer a través de mil galerías y oscuros túneles excavados en la roca. Una sociedad brutal y despiadada, sin contacto con el exterior, cuyos orígenes se han perdido en la noche de los tiempos y que rinde un extraño culto a un dios mecánico. Cada día, sus alienados habitantes se desviven por horadar nuevos pasadizos con los que expandir su territorio, sustituyendo partes de su cuerpo por otras más funcionales de carácter biomecánico. Nadie parece conocer el propósito de toda esta locura, pero así funcionan las cosas en este microcosmos donde no existe otra luz que la de los hornos de fundición ni más sonido que el repicar de los martillos neumáticos.
En este crudo escenario se desenvuelve como pez en el agua el joven Veintiuno. Huérfano de madre, pendenciero, sin trabajo ni recursos, observa pasar la vida a través de una nube de bok en la casa del humo, drogado y soñando con un golpe de suerte que lo aleje de la miseria. Pero Veintiuno está dispuesto a medrar cueste lo que cueste y hará lo imposible por lograrlo.
-Valoración-
Tras dos novelas de fantasía épica de corte tradicional, «La guerra por el norte» (2010) y su secuela «Dueños del destino» (2011), ambas en la extinta editorial AJEC, Guillem López se erigió en referente nacional en cuanto a narrativa extraña o “weird” con una única obra: «Challenger», un libro singular que bebía directamente de la experimentación y de la buena literatura. Una novela coral donde realismo y fantasía diluían sus fronteras para dibujar un fresco colorista y certero de la sociedad norteamericana de mediados de los ochenta, un texto que describía un infinito abanico de posibilidades entrecruzadas en donde se dejaba constancia que todos los aspectos de la realidad estaban, de una u otra forma, interconectados entre sí. Una obra absolutamente recomendable que fue Libro Revelación del año 2015.
La polilla en la casa del humo es una novela aún más arriesgada si cabe (a la espera de la anunciada Arañas de Marte en Valdemar), publicada de nuevo en la colección Pulpas de Aristas Martínez, un pequeño y dinámico sello independiente caracterizado por una literatura fronteriza de difícil clasificación. El volumen, ricamente ilustrado en blanco y negro, incluye una sugerente cubierta obra del editor Cisco Bellabestia.
Nos encontramos ante una atípica historia de crecimiento personal, de descubrimiento de los límites del mundo y de las reglas que lo gobiernan, protagonizada por un adolescente cínico y egoísta que intenta sobrevivir en una sociedad que no le ofrece esperanzas. Una comunidad claustrofóbica que en ocasiones recuerda a los cinturones industriales de las grandes urbes donde se hacina la pobreza y la falta de oportunidades, o se convierte en metáfora de nuestra suicida civilización consumista, dispuesta a seguir ciegamente hacia adelante sin mirar nunca atrás. Una sociedad caracterizada por trabajadores ciborg, un culto híbrido a la tecnología, familias desestructuradas y jóvenes que se entregan a un futuro incierto, como las polillas del título: chicas de la calle que roban cuanto cae en sus manos para sobrevivir. Un pozo de podredumbre, real y metafórico, que subsiste reciclando continuamente sus propios desechos.
Aunque Veintiuno es el personaje principal, aquel sobre el que gira la trama, el auténtico protagonista es el submundo que este habita y del que se ofrece escasa información. Un universo oscuro y decadente que atrapa al lector desde la primera página merced a una enumeración constante de detalles sórdidos, perfectamente engarzados y con una exquisita coherencia interna.
Sabemos a ciencia cierta de la existencia del mundo exterior, que colapsó en un momento indeterminado del pasado debido a una probable guerra, y que la huida de la contaminación pudo ser el motivo para crear el pozo. Un exterior que sigue existiendo como lo demuestra el mísero intercambio comercial entre ambos extremos: azufre y cristales por útiles y comida, y que uno de los secundarios –Uñas, personaje reconocible por su falta de implantes– proceda de ese lugar, aunque a los habitantes del pozo les esté vedado la huida.
En esta novela breve pero intensa el lenguaje adquiere una importancia capital. En ella, se concatenan múltiples capítulos que describen una realidad de pesadilla, se suceden las frases de impacto con un vocabulario tan crudo que puede resultar incluso ofensivo y las escenas que ponen de relieve el equilibro entre atracción y repulsión por el horror. La voz narrativa es, ciertamente, singular. La atmósfera, pesada y opresiva. La estructura, compleja y no lineal –la narración se inicia tres días después del principio de la historia–.
Habría tantos detalles que comentar, es tanta su riqueza especulativa e imaginación, que resulta verdaderamente difícil detenerse en solo unos pocos. A modo de ejemplo, nótese la forma en que Veintiuno se refiere a su familia empleando el indeterminado: “un” padre, “una” madre y “una” hermana, en vez de “su” padre, “su” madre y “su” hermana, lo que revela su grado de deshumanización y egoísmo. O la forma en que la realidad se deforma, tornándose surreal, onírica y lisérgica, a través de los nombres de los personajes: Uñas, Ancas, Yello, Gorro, Meloso, Tuerto Tres, Maná, Gago, Pocho, Lazo, Tuerca, Ñam, Rosca, Trampas, Tu-Tú, Cuco, Rulo, Bocacharco, Sordo, Clavos… O el microcosmos de la extraña fauna mutante del pozo, integrada por arañagatos, murciélagos lanudos, sapovacas, cazapicos carroñeros, ranas albinas, mochuelos de roca, pirañas de la noche o perros de las cavernas.
Detengámonos, si quiera un momento más, en Veintiuno. Un adolescente fanfarrón, despreciable y pretencioso, aunque con una alta opinión de sí mismo que le lleva a desear ser admirado por sus correligionarios y para ello no duda en engañar y retorcer los hechos a su antojo. Un ser miserable y mezquino que se alegra del sufrimiento de los demás, capaz de traicionar incluso a su mejor amigo por pura envidia y que siente una malsana atracción por su hermana Ancas (de hecho, el despecho por su rechazo puede considerarse el desencadenante de los acontecimientos). Un buscavidas amoral y patético, mucho menos inteligente de lo que pretende pues echa a perder, una y otra vez, las oportunidades que se le presentan. Un personaje retratado en su completa miseria y un narrador no confiable que permite al lector pensar, no sin cierto respiro, que esa sociedad aún no ha alcanzado quizá el grado de degradación que describe.
La polilla en la casa del humo es un libro importante que vuelve a situar a Guillem López como uno de los autores más originales e iconoclastas del fantástico de nuestro tiempo, un escritor que no teme a la experimentación y fija la mirada en una literatura personal y comprometida. La novela narra una historia vibrante y extraña que habla sobre el egoísmo, la soledad, la deshumanización y la caída de la civilización… posee una oscura estética steampunk más próxima a Mad Max que a la luminosidad habitual del subgénero y emplea un brutal neolenguaje que tiene mucho que ver con La naranja mecánica, sin olvidar unos referentes literarios que le acercan a ese gran clásico olvidado que es Plop! de Rafael Pinedo. Un relato, en esencia, moral aunque no lo pretenda el autor, con un capítulo final que supone una coda bastante independiente de la trama principal. Una obra inolvidable.