Valoración en breve:
Esta obra es una precuela que transcurre años antes de la acción principal desarrollada en las dos primeras novelas de la serie, y que tiene por objeto detallar las razones de la divergencia histórica respecto a nuestra línea temporal.
Como en ocasiones anteriores, en la novela sobresale su excelente ambientación y el excepcional uso de un castellano arcaizante, que logra la necesaria recreación de época. A ello se suma la reconstrucción de unos hechos alterados –pero muy realistas– que cambiaron la Historia tal y como la conocemos, una gran imaginación al servicio de la trama, buenas líneas de acción y de reflexión, escenas de combate narradas con habilidad, así como una estructura ágil en capítulos breves que alternan el centro de atención. Destacan, igualmente, algunos elementos steampunk en una obra muy notable que derrocha talento
Alba de tinieblas
-Argumento-
El 23 de abril de 1521 Juan Padilla, al mando de las fuerzas comuneras, se alzó con la victoria en la batalla de Villalar, consiguiendo arrancar al rey concesiones y libertades que consolidaron una Castilla industriosa, comercial y tolerante en asuntos de fe, en la que conviven cristianos, judíos y moriscos, y donde ha arraigado con brío el pensamiento humanista.
Cincuenta años más tarde en un Siglo de Oro alternativo, Felipe II muere en accidente de caza y su sucesión provoca una enconada disputa entre el infante don Carlos, legítimo heredero, y su tío bastardo don Juan de Austria, héroe de Lepanto. Del lado del retorno a la tradición absolutista se encuentra la todopoderosa Iglesia y las grandes casas nobiliarias, el ejército regular y los temibles tercios, el pueblo llano más temeroso de Dios, una santa cruzada venida de Francia y Germania, y una fuerza de mercenarios a sueldo del Papa armados con artefactos bélicos diseñados por el mismísimo Leonardo da Vinci y que se dice invencible. En el bando de don Juan suman partidarios sus fieles de campañas contra el turco; casas nobles menores; acaudalados judíos, moriscos y protestantes que pagan las soldadas de los nuevos ejércitos reclutados; así como la Mesta, concejos, alcaldías y la mayor parte del pueblo, en particular las ciudades cuyos fueros peligran, y en donde bullen profesiones liberales como galenos, comerciantes y artesanos.
A pesar de que las fuerzas del emperador triplican a las del contingente juanista en número y práctica de la guerra, la lucha por la corona está abierta. Y la batalla decisiva se librará en Toledo.
-Valoración-
Alba de tinieblas es el cuarto título publicado de la serie Crónica de Tinieblas, compuesta por las novelas Danza de tinieblas (Minotauro, 2005, premios Ignotus, Xatafi-Cyberdark y finalista del Minotauro) y Memoria de tinieblas (Sportula, 2013, premio Ignotus), así como la antología homónima que incluía historias de otros autores que incursionaban en este extraordinario universo alternativo. Además, el escritor madrileño amplió escenarios en varios relatos y novelas cortas, a saber y hasta la fecha: “Negras águilas” (2003, premio Ignotus), “Víctima y verdugo” (2006), “Bajo estrellas feroces” (2008), “Piedras” (2014) y “Las cuitas de los ingenieros” (2015).
En esta ocasión se trata de una precuela, una historia que transcurre años antes de la acción principal desarrollada en las dos primeras novelas, y que tiene por objeto detallar las razones de la divergencia histórica respecto a nuestra línea temporal. El motivo último para la existencia de esta ucronía o historia alternativa no es otro que la peste caballar que extinguió a todos los equinos del mundo, y que tuvo gran influencia en el desenlace de la batalla de Villalar. Este hecho provocó, además, cambios en los usos y costumbres sociales, que obligó al empleo de caballerizas humanas, llamadas “mozos de corretón”, para el transporte de pesos y gentes (dado que los bueyes eran lentos y caros de mantener), al tiempo que propiciaba la gestación de una incipiente industria y comercio que auparon a Castilla a la primera posición del mundo conocido.
El punto Jonbar o de divergencia alternativa no se sitúa, pues, en la gran batalla por Toledo que se narra en esta novela sino que se retrotrae al año 1521 en Villalar, sino antes. Tras aquella guerra fratricida, el emperador Carlos I hubo de capitular de su poder absolutista y aceptar cartas de afuero y decretos de nueva fe que protegían a judíos, moriscos y protestantes, además de acoger a humanistas y reformistas; ello produjo un efecto rebote en Europa, y los príncipes palatinos alemanes y franceses renegaron de las reformas de Lutero y estrecharon de nuevo lazos con Roma.
La nueva contienda que se gesta en esta novela dirimirá, otra vez, no solo el destino de la corona de Castilla sino también el del negocio de la plata y el oro de las Columbias, motivo por el cual intervienen potencias extranjeras, al margen de la citada cuestión religiosa. Si bien don Juan no es, precisamente, un dechado de libertades pues procede de la tradición absolutista, sus partidarios saben que su apoyo se verá recompensado con concesiones y prebendas y, le guste o no, su bando representa el libre pensar. Por su parte, una victoria de don Carlos significaría la revocación de fueros y libertades, la Iglesia y las grandes casas nobles recuperarían sus privilegios, y se combatiría con saña cualquier desvío de la fe católica y de pensamiento. La confrontación de ambos bandos, que en conjunto suman más de doscientos mil soldados entre alabarderos, arcabuceros, artilleros, piqueros y ballesteros, además de gentes de muy diversa profesión que siguen la marcha de los ejércitos, resulta fascinante, y no lo es menos el hecho de que hablen multitud de idiomas: castellano, italiano, holandés, valenciano… Una batalla que podría ser considerada, sin temor a exageración, como la Primera Guerra Mundial.
Como en ocasiones anteriores, en la novela sobresale su excelente ambientación y el excepcional uso de un castellano arcaizante –bello, rico, descriptivo y más viejo que en otros libros– que logra la necesaria recreación de época. A ello se suma la reconstrucción de unos hechos alterados –pero muy realistas– que cambiaron la Historia tal y como la conocemos, una gran imaginación al servicio de la trama, buenas líneas de acción y de reflexión, escenas de combate narradas con habilidad, así como una estructura ágil en capítulos breves que alternan el centro de atención.
Entre los personajes protagonistas, reales y ficticios, los ya citados de don Juan y don Carlos, quien asentó su corte en Toledo y se dice está completamente loco porque, además de una grave enfermedad que le provoca frecuentes ataques, gusta celebrar autos de fe y castigos ejemplares en los que ajusticiar a cientos de judíos, moriscos y sospechosos de tratos con ellos. Sobre el conde de Pasamar y su criado, el buscavidas Herodoto, recae buena parte de la acción; el primero es un noble ilustrado fascinado por los ingenios mecánicos y que actúa como embajador de la causa juanista, y el segundo encarna al típico pícaro que huye del hambre y las penalidades, coetáneo del Lazarillo de Tormes y el Buscón, y que confiesa tuvo un amo en El Toboso que le enseñó a leer y le cambió su nombre (“El anciano (don Quijote), por regalarle el gozo de su locura, le dio en cambio el horror de la sabiduría, que siendo pobre es la peor maldición”).
Entre los secundarios, el valeroso don Froilán, hombre de armas y amigo personal del aspirante, que actúa de adelantado (y, a la postre, dará origen a la Conchabía Conjurada que se cita en Memoria de tinieblas); la condesa de Éboli, que ocupa un papel mucho más relevante que el aparente de amante de don Juan; la bellísima pero mortífera Abendana, una morisca asesina a sueldo que guarda cuentas contra quienes dieron orden de matar a su familia; la condesa de Villapineda, una noble toledana que ve peligrar su independencia por los nuevos vientos de puritanismo que soplan en la ciudad; el anciano Juan Padilla, capaz de desequilibrar de nuevo la contienda; o el fanático Francisco de Borja y Aragón, general de la compañía de Jesús, inquisidor y mano de Roma en el Imperio. La confluencia de todos estos personajes con intereses tan dispares da lugar a un complejo y soterrado juego de apoyos, fidelidades y traiciones que hace progresar la trama hasta límites insospechados.
Por otra parte y si se sabe buscar, abundan los guiños, cameos de personajes reales y referencias internas a la propia serie. Así, por ejemplo, en la batalla de Los Llanos de San Martín, en La Mancha, toma partido un joven oficial holandés que cambia su apellido por el de Salamanca; un claro ancestro del protagonista de Danza de tinieblas. Aunque el más claro de todos es el de Teresa de Cepeda, nuestra santa Teresa de Jesús, pues no solo abraza la reforma luterana sino que se desposa con el propio Lutero cuando éste buscó refugio en tierras de Navarra (una historia preciosa que daría para un estupendo relato ucrónico).
En la novela destacan, igualmente, algunos elementos steampunk. Sin duda, el más asombroso de todos es la gigantesca galera terrestre genovesa movida por galeotes y por la fuerza de un complejo sistema de aprovechamiento y acumulación de energías ideado por Leonardo Da Vinci. También diversos ingenios móviles transformados en terribles armas de guerra –un auténtico despropósito, pero también un derroche de imaginería– o el curioso invento ideado por el conde de Pasamar para contrarrestar a sus enemigos, y que será el germen de los autocoches descritos en Danza de tinieblas.
Las batallas se narran con precisión y gran conocimiento en lo relativo a su preparación: reclutamiento de ejércitos, financiación, acopio de armas y pertrechos, largos desplazamientos hasta el enfrentamiento final, etc. Además, incluyen diferentes puntos de vista, desde las posiciones reales que dirigen la lucha a los hombres en las trincheras que pelean por su vida o los heridos en retaguardia; todo ello para que el protagonismo, comprensión de los lances y sensación de inmersión por parte del lector sea máxima.
Sin embargo, se echa en falta un mayor sentido de la épica, sobre todo en la batalla por Toledo; una mayor intensidad y duración más que espectacularidad, que la tiene. La contienda final se despacha en apenas unos capítulos con varias líneas de acción entrelazadas y no se ven colmadas en su totalidad las enormes expectativas levantadas. Por otra parte, en la trama podemos encontrar atisbos de magia que no cuadran demasiado bien con el racionalismo imperante en la novela; no me refiero al veneno que se aplica Abendana y que solo puede estar activo una luna (eso puede explicarse muy bien por medios naturales), sino a cierta morisca capaz de mimetizarse con el entorno y hacerse invisible a los soldados, una escena que nada aporta al conjunto.
Alba de tinieblas es una obra muy notable por muchas razones, que derrocha talento e imaginación en una trama histórica ficcional que atrapa y apasiona, aunque quizá no tanto como en su primera entrega. La edición de Cyberdark en rústica sin solapas y con una portada que se dobla con facilidad es, ciertamente, mejorable pero afortunadamente existe una versión en cartoné por apenas 3€ más, que salió poco después.
Si Danza de tinieblas coloca al imperio español como potencia hegemónica mundial en pleno siglo XX y Memoria de tinieblas expande su mirada a América (y parte del resto del mundo), esta novela cierra el círculo con una precuela muy esperada. Quién sabe, quizá Vaquerizo nos sorprenda en breve no ya con una nueva ucronía sino con una historia del futuro en donde los herederos del imperio español se expanden por el universo; si Aliette de Bodard (Vietnam), Lavie Tidhar (Israel) y otros autores no anglosajones han sido capaces de hacerlo con resultados sorprendentes, ¿por qué no nosotros?