Valoración en breve:
En esta divertida tragicomedia de tintes pre-apocalípticos, Dios es un venerable anciano que lee cómics y usa gafas de cerca, el Diablo un pobre autónomo dueño de un negocio siempre al borde de la quiebra sito en el extrarradio de Madrid, la Muerte un caradura del que no te puedes fiar y San Pedro un aburrido centenario que quiso correrse una buena juerga en un puticlub de Tijuana y ahora se encuentra encerrado en un hospital de salud mental. Con tales personajes satíricamente humanizados, es lógico que se sucedan las situaciones más chispeantes y absurdas, contadas con desparpajo de manera irreverente.
Una novela muy agradable y entretenida, un tanto gamberra, con algunas observaciones particularmente inteligentes y varios episodios subidos de tono que provocarán, sin duda, la carcajada del lector; un libro ideal, por tanto, para pasar un buen rato de lectura
Cielos clausurados
-Argumento-
¡Caos, desconcierto, confusión! San Pedro ha desaparecido, las llaves del Cielo se han extraviado y Dios se encuentra atrapado dentro de su reino celestial… y, lo que es peor, cuando alguien fallece ya no abandona la Tierra rumbo a su destino final. Por cada mes sin muertos habitarán en el planeta once millones de personas más, ciento treinta y dos millones cada año, y así ad infinitum. Un escenario insostenible que derivará en un rápido agotamiento de los recursos, epidemias y guerras sin muerte, el desorden más absoluto. La situación es tan desesperada que Dios se ve obligado a subcontratar al Diablo (mediante un email…) a cambio de unas vacaciones temporales para con sus agotadoras obligaciones con la Realidad.
Así, el Diablo (encarnado en un desdichado vendedor de artículos promocionales, padre de familia que pasa las de Caín para llegar a fin de mes) no tiene más remedio que firmar una alianza con la Muerte (un profesor de yoga hippie, también en horas bajas debido a las actuales circunstancias) para recorrer juntos el mundo rumbo a la central nuclear de Chernóbil donde, al parecer, se encuentra la clave para intentar revertir este disparate.
-Valoración-
Alberto Rodríguez Andrés es editor de la revista cultural El Mono de Pamplona, gestor de eventos culturales y codirector del Salón del Cómic de Navarra, entre otras actividades. Ganador de varios premios de relato de ámbito local, la presente obra es su primer trabajo largo, por el que obtuvo el premio UPC de novela corta de ciencia ficción en su edición de 2020. Cabe añadir, además, que este autor pertenece a la nueva hornada de jóvenes escritores de narrativa fantástica nacidos en Pamplona, que se iniciara con el gran Ismael Martínez Biurrun y que prosigue con otros interesantes narradores de la cantera, como Pablo Loperena (Ciudad nómada, rebaño miseria) y Miriam Jiméz Iriarte (Ayantek).
Como en las dos últimas ediciones del certamen UPC, el libro ha sido publicado por la ya veterana editorial Apache Libros, que en esta ocasión ofrece una portada colorista del autor de cómics Miguel Ángel Martín, acorde a la trama aunque no demasiado agraciada en mi opinión, y un epílogo de Patxi Irurzun.
En esta divertida tragicomedia de tintes pre-apocalípticos, Dios es un venerable anciano que lee cómics y usa gafas de cerca, el Diablo un pobre autónomo dueño de un negocio siempre al borde de la quiebra sito en el extrarradio de Madrid, la Muerte un caradura del que no te puedes fiar y San Pedro un aburrido centenario que quiso correrse una buena juerga en un puticlub de Tijuana y ahora se encuentra encerrado en un hospital de salud mental. Con tales personajes satíricamente humanizados, es lógico que se sucedan las situaciones más chispeantes y absurdas, contadas con desparpajo de manera irreverente.
El Diablo no es un ser maligno, sino un desgraciado atribulado por los sinsabores de la vida y ninguneado a diario por miles de imitadores de pacotilla. Ciertamente, es un tipo muy humano y casi entrañable, un auténtico perdedor cuya misión siempre ha consistido en contrarrestar el orden y la estabilidad, para así mantener la entropía en constante movimiento y evitar el anquilosamiento de la Realidad. Constituye, por tanto, una fuerza necesaria para el equilibrio del universo, lo que supone un enfoque muy alejado de los torticeros maniqueísmos de algunos de sus detractores, por cuanto la vida equivale a movimiento y la inmovilidad es sinónimo de muerte.
Pero tras esta capa de miseria e infortunio tamizada de humor muy negro, el autor desnuda el alma humana: escena a escena, asistimos a un repertorio de egoísmo, crueldad e inconsciencia aplicable a toda la humanidad; menos mal que siempre hay alguien dispuesto a sacrificarse por el bien común, vete tú a saber por qué. Ante esta tesitura, solo cabe reírse de nuestras propias desgracias y hacerlas frente con estoica determinación.
La novela sigue dos líneas de acción: la (visión macro) protagonizada por el Diablo y la Muerte en su periplo a través de toda Europa siguiendo la misión encomendada por Dios, en lo que podríamos denominar una jocosa road movie apocalíptica, y una segunda (visión micro) protagonizada por dos muertos, Mertxe y Bernardo, que detallan los pormenores de su decrépita situación, perseguidos como apestados y recibiendo palos de todos los vivos como parte más débil de la ecuación.
Cielos clausurados es un texto ligero aunque bien escrito y estructurado, deudor de una manera de escribir obras sarcásticas al estilo de Christopher Moore (El ángel más tonto, Un trabajo muy sucio, Chúpate esa). Una novela muy agradable y entretenida, un tanto gamberra, con algunas observaciones particularmente inteligentes y varios episodios subidos de tono que provocarán, sin duda, la carcajada del lector; un libro ideal, por tanto, para pasar un buen rato de lectura y al que solo se le puede achacar un desenlace demasiado forzado. Ciertamente, no estamos ante una obra de ciencia ficción pese a haber ganado el citado premio UPC –alabo la valentía de los jurados que la premiaron y que nos ha permitido leerla– aunque, ¿a quién le importa, si lo estás pasando tan bien?
