Oceánico
Título Original: Oceánico
Autor: Greg Egan
Editorial: Cuasar
Colección:
Tipo de libro: 3 novelas cortas inéditas
Fecha de publicación: Abril 2005
Precio: 13,95 €
Páginas: 188
Formato: 14 X 20 cm. Rústica con solapas
ISBN: 987-22090-0-6
Premios: "Oceánico” ("Oceanic", 1998), premios Hugo, Locus y Asimov’s Science Fiction; “Oráculo” (Oracle", 2000) premio Asimov’s Science Fiction y finalista del Hugo y el Locus; y “Singleton” ("Singleton", 2002) finalista de los premios Locus, Sturgeon y British SF
Comentario:
A lo largo de su dilatada existencia, la prestigiosa revista argentina «Cuasar» dirigida por Luis Pestarini ha publicado algunos libros: a finales de los ‘80 editó una novela corta de Clifford Simak dentro de la colección “El Espejo Oscuro”, aunque el proyecto más ambicioso fue «Aurora» en el 2000, antología con cuentos de J. G. Ballard, Nancy Kress, Geoffrey A. Landis, Paul McAuley y James Patrick Kelly, entre otros. Años más tarde, el incombustible editor vuelve a la carga con este «Oceánico», volumen original que integra tres novelas cortas del aclamado escritor australiano.
Junto a Ted Chiang, Egan es, a mi juicio, el gran renovador de la ciencia ficción de finales de los ‘90. Su estilo se caracteriza por la brillantez y extrema profundidad de sus revolucionarios planteamientos, auténticas propuestas filosóficas que entran de lleno en el terreno de la metafísica. No es extraño que un escritor de tan sólida base científica, dominador de disciplinas tan diversas como matemáticas, física, genética, biología, computación, etc. sea igualmente exigente con el lector; de hecho, suele expresar tantas ideas, de tal complejidad y en tan corto espacio que, sencillamente, abruma. Este hecho le ha llevado con frecuencia a ser acusado de incapacidad para desarrollar personajes y tramas realistas, de preocuparse más por la fría racionalidad que por los sentimientos de sus creaciones o la narración en sí.
«Teranesia» marcó sin duda un punto de inflexión. Aunque al final encontremos en ella sus habituales ideas provocativas, la primera parte de la novela se dedica casi por entero a “insuflar vida” a los personajes. Imagino que el autor pretendía con ello acallar las voces críticas y, de paso, intentar acceder a un público más amplio, aunque fuera a costa de perder parte de su particular estilo. Esta tendencia se repite en las tres novelas cortas incluidas en el presente volumen, tres historias alejadas de la apabullante densidad de sus excelentes cuentos cortos (1) y novelas (2) más emblemáticas. Sin embargo, es notoria la progresión de la primera (más cercana a su primera época) a la última, donde elabora un texto dotado de una sensibilidad y profundidad de personajes realmente estimable.
En cualquier caso, un poco de Egan es mucho, como comprobarán aquellos que se acerquen a esta muy recomendable antología. Una edición atractiva, no exenta de algunos modismos, que se completa con una extensa presentación del autor y una exhaustiva bibliografía. Dado que el libro cuenta con distribución en la península sobran las excusas para disfrutar de la producción más reciente de uno de los mejores autores contemporáneos de ciencia ficción.
Incluye:
(2) «Cuarentena», «Ciudad Permutación» y «El instante Aleph».
Valoración: Notable alto
El planeta Promisión fue colonizado por una nave seminal terrestre. Los “Ángeles” primigenios se reencarnaron en hombres que diseminaron su semilla por tierra firme (firmelandeses) y océano (librelandeses), alterando su fisiología original para adecuarla a una singular sexualidad. 20.000 años después, esta división geográfica ha engendrado dos iglesias de corte racionalista: la Transaccional, que profetiza el futuro hermanamiento con los “Ángeles” desde una óptica pragmática, y la Profunda, que aborrece de ello y predica que el único mandamiento verdadero es el amor a la Diosa del génesis.
Como cualquier librelandés, al joven Martín le ha llegado la hora de su ceremonia de iniciación: una inmersión ritual a pulmón en la que se espera que la cercanía de la muerte aliente la presencia de la Diosa. Sin embargo, lejos de reconfortarle en su fe, la experiencia mística le impulsa a ahondar en su discernimiento, primero uniéndose a un grupo de discusión teológico-científico y más tarde consagrando su vida a la investigación científica.
Egan realiza un excepcional ejercicio de introspección en la psique de un personaje profundamente religioso que, sin embargo, se cuestiona el mundo e intenta encontrar respuestas racionales compatibles con la fe; primero usando la lógica deductiva al modo de Tomás de Aquino, más tarde desde la perspectiva del científico creyente. Su búsqueda de la verdad le conduce por derroteros llenos de dolor y sin posibilidad de retorno; un camino que reconstruye otros seguidos por la humanidad de otras épocas.
El texto presenta varios niveles de oposición: además de la superficial dicotomía entre librelandeses y firmelandeses, Iglesia Profunda y Transicional, asistimos al enfrentamiento dialéctico entre racionalismo científico y fe, estableciendo de paso un evidente paralelismo con el creacionismo cristiano, sus dogmas y ceremonias. Un universo fascinante, más sugerido que revelado y con abundantes cuestiones sujetas a debate e interpretación; como, por ejemplo, las implicaciones de que detrás del hecho religioso pueda encontrarse una explicación absolutamente racional, escenario que le aproxima -aunque desde una óptima contraria- al excepcional relato de Chiang “El infierno es la ausencia de dios”.
Valoración: Notable alto
Robert Stoney es un investigador de alta graduación que durante la Gran Guerra trabajó para la inteligencia militar. A la conclusión, su condición de homosexual le convierte en objetivo de un potencial chantaje, por lo que es retenido por el servicio secreto británico bajo la acusación de constituir una amenaza para la seguridad nacional. Sin embargo, es liberado por una misteriosa mujer procedente de otra línea espacio-temporal, que le facilita las claves para desarrollar artefactos increíbles en su asilo de la Universidad de Cambridge: avanzados computadores, vacunas, cultivos transgénicos, visión artificial, cerebros electrónicos, y un largo etcétera.
Egan encara un tema clásico en la ciencia ficción como es el del viaje en el tiempo y la teoría de los mundos múltiples (también conocida como universos paralelos, que ya explorase en “El asesino infinito”), aunque desde una perspectiva ciertamente original: enfrentando nada menos que al genio de la computación y padre de la inteligencia artificial Alan Turing (encarnado en Robert Stoney) con el escritor católico C. S. Lewis (profesor John Hamilton), autor de las famosas «Crónicas de Narnia». El escenario es extremadamente riguroso en los detalles históricos, pues obedece a un intento por reproducir el enfrentamiento dialéctico que a principios del pasado siglo mantuvieron el citado pensador cristiano con H. G. Wells a raíz del materialismo científico. En el texto, ambos personajes filosofan acerca de si una máquina puede llegar a ser inteligente; Egan procura ser imparcial en el debate, pero algunos detalles dejan a las claras hacia qué lado caen sus simpatías.
Partiendo de una premisa inicial algo forzada, la narración avanza por cauces un tanto erráticos, con un planteamiento que intenta sorprender y quizá termina por descolocar demasiado al lector. La humanización de personajes parte fundamentalmente de los diálogos, auténticos alegatos plenos de lógica, con algún pasaje melodramático perfectamente superfluo. Por otra parte, las matemáticas sobre gravedad cuántica y el razonamiento científico implícito son de una complejidad y dificultad de comprensión demasiado elevada para el profano (el propio Egan se ríe de sí mismo al poner en palabras de un atribulado Hamilton: “Aun cuando no podía seguir completamente al hombre, había algo hipnotizante en sus divagaciones”). Aún así, contiene un par de escenas memorables, como la idea del Oráculo (más desarrollada en «Cuarentena») o el indudable atractivo de un Hamilton/Lewis enfrentado a su propio yo procedente de otro universo paralelo.
Valoración: Notable
Un estudiante interviene en una pelea callejera en la que dos hombres golpean a un tercero indefenso. Este hecho aparentemente trivial cambiará por completo su vida: aumentará su autoestima y con ello la seguridad en sí mismo a la hora de abordar a la que llegará a ser su mujer, encarar nuevos empleos, etc. Sin embargo, recurrentemente se pregunta qué tipo de vida hubiera tenido de no mediar esa espontánea decisión, lo que le lleva a explorar científicamente ese campo de estudio.
Egan construye la historia basándose en la siguiente suposición: dado un computador cuántico en el que corre una inteligencia artificial autoconsciente, con un dispositivo de control capaz de colapsar todas las realidades que se crean a partir de cada decisión potencial (1) ¿qué diferenciaría esta apariencia probabilística o “determinismo” cuántico de la realidad? Un planteamiento al filo, de los que gustan al autor, pero que merece la pena explorar para hacernos preguntas tan comprometidas como ¿Dónde reside físicamente la conciencia? ¿Podría llamarse humano al fruto de ese experimento? ¿Qué nuevas incertidumbres y problemas crearía el nuevo paradigma?.
Pese a lo que pudiera desprenderse del párrafo anterior, la parte científica es accesible y está inextricablemente unida al destino de los personajes de forma natural. Al fin, Egan evoluciona como un escritor completo capaz de desarrollar no sólo un argumento brillante sino también una narración literariamente mucho más satisfactoria, con personajes creíbles, una trama emotiva y un maduro final; en ello quizá contribuya una estructura y desarrollo más clásico, y el empleo del diálogo que esta vez no sirve en exclusiva como vehículo de sus extraordinarias especulaciones. Este relato se relaciona con el anterior no sólo en la especulación sobre las posibilidades de la inteligencia artificial, sino en que comparte un personaje femenino clave. Descubrir su identidad es tarea del lector, si le apetece claro.
Valoración: Excelente