Una obra que indudablemente se adscribe a la tradición de utopías socialistas de principios de siglo XX, escrita por un personaje histórico cuya relevancia en otros terrenos eclipsó su escasa producción literaria. Aunque nos encontramos ante un texto lineal y parco en recursos estilísticos, gran parte de él resiste relativamente bien el paso del tiempo y avanza aspectos sobre ciencia aplicada, política colonialista, relatividad cultural y en torno a diferencias de interpretación del socialismo; un documento, pues, valioso para entender una época y que todavía puede ofrecer útiles enseñanzas a nuestro presente
Estrella roja
La literatura soviética de ciencia ficción ha estado muy influida por el materialismo dialéctico de Karl Marx, Friedrich Engels, Vladímir Ilich Lenin y otros pensadores revolucionarios hasta prácticamente la caída del muro de Berlín. Parte de esta obra ha sido publicada en España, en los tres volúmenes emblemáticos de «Lo mejor de la ciencia ficción soviética» (Orbis), la antología «Lo mejor de la ciencia ficción rusa» (Bruguera), algunos números especiales de la revista Literatura Soviética, y un puñado de novelas independientes, entre las que cabe citar títulos de los hermanos Arkadi y Boris Strugatsky: «¡Qué difícil es ser dios!», «Picnic junto al camino», «El país de las nubes purpúreas», «La segunda invasión marciana»… y Alexéi Nikoláievich Tolstói: «Aelita» (que, curiosamente, ha gozado de dos recientes reediciones a cargo de Nevsky Prospects y La Biblioteca del Laberinto), «El hiperboloide del ingeniero Garin» y “La rebelión de las máquinas”, entre otros.
«Estrella roja» era un título que permanecía inédito en castellano. La edición corre a cargo de Nevsky Prospects, un nuevo sello editorial independiente y especializado en la publicación de libros traducidos del ruso. En poco más de dos años sus impulsores, Marian y James Womack, han conformado un amplio catálogo de obras que incluye desde clásicos a literatura fantástica, gótica y de ciencia ficción. Así, además de las citadas «Estrella roja» y «Aelita», han publicado las recopilaciones «Rusia gótica» y «El día de año nuevo», volumen que incluye la primera fantasía futurista de las letras rusas. Son libros de formato original, pues cuentan con un tamaño reducido y un exquisito acabado que recuerda a las memorables antologías Artífex, de cómoda lectura y reconocible imagen de marca. Además, los textos van precedidos por prólogos de expertos en la materia de la talla de Luis Alberto de Cuenca ó Félix J. Palma, y se acompañan de completos dossieres de prensa repletos de información relacionada.
Este volumen en particular cuenta con un muy interesante prólogo de Edmund Griffiths, especialista en movimientos utópicos marxistas de la Universidad Oxford y colaborador habitual del suplemento literario del Times en artículos sobre la Rusia soviética, quien, restando valor a algunos detalles anticuados de la novela, propone una lectura actualizada en clave ideológica de izquierdas, que invita a reflexionar sobre los logros conseguidos por nuestro presente y a no cejar en la lucha por la utopía social. Griffiths constata la relevancia histórica del autor, de quien dice: “Alexander Bogdanov fue una de las figuras más relevantes en el desarrollo de la teoría marxista y uno de los primeros colaboradores de Lenin antes de la revolución, aunque sus ideas posteriores sobre el poder de los trabajadores terminarían por apartarlo de él” y, efectivamente, ecos de esa lucha ideológica pueden rastrearse en el libro. Durante los años previos a la Revolución escribió dos novelas de ciencia ficción que expresaban sus esperanzas y deseos para el futuro de su país: «Estrella roja» (1908), “una delirante fantasía utópica en la que un viaje a Marte se convierte en una alegoría sobre la creación de un estado soviético” y su continuación «El ingeniero Menni» (1912), obras “repletas de ingenios mecánicos como el video-teléfono, las góndolas voladoras y el viaje interplanetario, que anteceden en el tiempo a la automatización de la producción e, incluso, a la fusión atómica”. No obstante, discrepo de la apreciación de Marian Womack en el posfacio de considerar esta obra como “un maravilloso ejemplo del fenómeno literario recientemente bautizado como steampunk inconsciente o proto-steampunk”, pues considero que los fines, logros y técnicas narrativas de esta obra (no lo olvidemos) utópica futurista son muy diferentes de las veleidades artísticas de una temática posmoderna centrada en la revisión, a través del tamiz del motor de vapor, de una idolatrada época pasada.
En cuanto al argumento, Lenni (Leonid, trasunto del autor) es un ingeniero que a sus veintisiete años de edad es ya todo un veterano miembro del partido socialista (ruso, aunque no se especifique), un visionario que lucha por que la revolución comunista triunfe en su país. En aquellos convulsos días prerrevolucionarios, de levantamientos populares y luchas fraticidas, llega a la capital y se introduce en los círculos políticos frecuentados por Lenni otro ingeniero llamado Menni. Éste le convence de su origen marciano y le invita a viajar a su mundo en calidad de embajador científico de la Tierra, en un gesto de buena voluntad y de entendimiento entre ambos pueblos. Sin compromisos que le aten a su hogar tras un reciente divorcio por diferencias políticas, acepta el reto y se embarca en la nave eteronef para una expedición a Marte de una duración no inferior a cinco meses.
El vuelo interplanetario es factible gracias a una supuesta sustancia secreta antigravitatoria, antimateria radioactiva que repele la fuerza de gravedad terrestre. Una vez en el planeta rojo, Lenni dedica todos sus esfuerzos al estudio de la cultura, economía y forma de vida marcianas, pero los meses de exceso de trabajo y acumulación de conocimientos causan mella en él y le provocan un cuadro de ansiedad que culmina en colapso nervioso, con alucinaciones visuales y auditivas. Después de una lenta recuperación, Lenni descubre que a pesar de la superioridad material y moral marciana su régimen no está exento de problemas y debe combatir con todas sus fuerzas un plan para invadir la Tierra con el que algunos estadistas marcianos pretenden paliar una previsible crisis alimentaria debido al exceso de población. Frente a la inminente invasión, y subsiguiente aniquilación, sólo resta una salida racional al reparto justo de los recursos de la Tierra: el socialismo.
«Estrella roja» es un título particularmente bien escogido por el autor, pues designa tanto al planeta rojo como al régimen del proletariado allí instaurado y es, además, uno de los símbolos más reconocibles (la estrella roja de cinco puntas) del socialismo y el comunismo mundial. Una novela que hoy día admite una lectura en clave de ciencia ficción, un “qué pasaría si… la ideología soviética conquistara Marte”, pero que indudablemente se adscribe a la tradición de utopías socialistas escritas a principios de siglo XX.
Gran parte del texto resiste relativamente bien el paso del tiempo, entre otras razones porque puede leerse como una utopía social propia de su época pero también porque se muestra neutro, ambiguo y atemporal en determinados referentes y, sobre todo, porque su detallada base científica sigue siendo hoy, salvo excepción, perfectamente válida. Así, por ejemplo, en el viaje interplanetario se tienen en cuenta variables como la falta de oxígeno, el extremo frío interplanetario, las consecuencias de la descompresión explosiva, la medición del tiempo (desaparece el concepto de día y noche), detalles de perspectiva (la Tierra vista desde el espacio como una media luna alejándose), los efectos de la ausencia de gravedad y la aceleración constante sobre el peso de los tripulantes y la aplicación de las leyes de la mecánica durante el despegue, criticando de paso por ridículamente tosco el sistema de “bala de cañón” empleado por Verne en «De la Tierra a la Luna»; igualmente, queda patente la utilización de los descubrimientos científicos de la época, como la radioactividad o las mejoras en aviónica, y ofrece datos astronómicos extraordinariamente precisos (aunque Fobos y Deimos sean denominados Demos y Foibos en las páginas 93-94). Datos que los novelistas de la época generalmente no solían tener en cuenta o contemplaban de forma errónea o imprecisa, y que denotan una preocupación por dotar de verosimilitud científica a la historia... aunque tampoco ésta se encuentra falta de errores graves, como considerar la red de canales de Marte como gigantescas obras de ingeniería (teoría de Schiaparelli), mostrar Venus poblada de dinosaurios o presentar la gravedad como una forma de atracción y repulsión eléctrica.
En cuanto a sus bondades literarias, nos encontramos ante un texto lineal y parco en recursos estilísticos, en el que no faltan los pasajes aburridos y prescindibles, y donde la trama y el ideario político quedan descritos con claridad meridiana. A pesar de la pretensión utópica y los detalles científicos, el relato se centra en la introspección del personaje principal que actúa de puente hacia la utopía futura e, indefectiblemente, recae sobre la figura de un ingeniero, verdadera casta de artífices de la nueva realidad social. La novela mantiene una estructura en capítulos cortos que contribuye a dar sensación de avance, y así, con un gran despliegue de imaginación, el lector asiste maravillado a la exposición continua de maravillas científicas futuras y logros sociales obtenidos por la sociedad comunista marciana, que refleja la visión que posee el autor sobre la división social del trabajo, la educación de los niños, el arte, la organización urbana, la liberación de la mujer, avances en medicina, o temas morales como la aceptación del suicidio.
No podemos olvidar que Bogdánov pertenecía a una organización que elucubraba teorías sobre la sociedad del futuro basadas en las ciencias exactas y, en este sentido, la novela evidencia un materialismo dialéctico en el que su máxima es: “la filosofía será sustituida por la unicidad de la ciencia”. Por consiguiente, el sentido de practicidad y eficacia en la consecución del bien común están siempre presentes en todos los estamentos de su sociedad marciana: en el reparto racional del trabajo, en su aceptación comprometida por parte del proletariado, en la educación de los hijos segregada de sus progenitores, en el compromiso con el arte utilitario y no decorativo, en el empleo de vestimentas cómodas, en el lenguaje simple, reglado y sin excepciones, y hasta en la idiosincrasia marciana, que carece de concesiones a la vana cortesía. Un sistema social enteramente lógico, práctico y universal, que considera el individualismo y la propiedad privada como atavismos del pasado que los niños (egoístas por naturaleza) deben superar, que no necesita del dinero ni de las clases sociales, y donde cada individuo toma aquello que precisa en el momento que lo necesita. Una cultura superior, armoniosa y pacífica, donde ciencia, tecnología, arte y vida cotidiana conviven de manera coherente y sostenible porque una “calculadora estadística” (constructivismo en estado puro) se responsabiliza de procesar todas las necesidades sociales y de producción.
«Estrella roja» es una obra de importancia literaria relativa, escrita por un personaje histórico cuya relevancia en otros terrenos –filosofía, medicina, revolución social- eclipsó su escasa producción literaria. Afirma Griffiths que “Bogdánov elige Marte como escenario de su utopía porque se inscribe dentro de la larga tradición de situar al planeta rojo como una especie de anti-Tierra donde volcar los experimentos político-culturales más delirantes”. Pero la novela va incluso más allá, y avanza aspectos sobre ciencia aplicada, política colonialista, relatividad cultural y en torno a diferencias de interpretación del socialismo; un documento, pues, valioso para entender una época y que todavía puede ofrecer útiles enseñanzas a nuestro presente.