Una novela tan satisfactoria como las anteriores del autor, cuya acción se traslada de los ya habituales alrededores urbanos y agrestes de su Pamplona natal a Madrid (además de Ucrania), su nueva ciudad de adopción. Una obra cuyo estilo está algo menos presente que en sus narraciones previas y la trama es más previsible y débil, pero que iguala en calidad literaria, trascendencia, atmósfera, intensidad, manejo de personajes y detalles de cotidianeidad que dotan a este relato con alma fantástica de un verismo rayano en el naturalismo
El escondite de Grisha
Esperada cuarta novela del escritor navarro Ismael Martinez Biurrun, y tercer título de su particular singladura como reputado estilista, tras títulos tan sobresalientes como «Rojo alma, negro sombra» (451 Editores, premio Celsius de la Semana Negra de Gijón y NOCTE de la Asociación Española de Escritores de Terror en 2009) y «Mujer abrazada a un cuervo» (Salto de Pagina, 2010, premio Celsius 2011).
«El escondite de Grisha» es una novela tan satisfactoria como las anteriores, cuya acción se traslada de los ya habituales alrededores urbanos y agrestes de su Pamplona natal a Madrid (además de Ucrania), su nueva ciudad de adopción. Una obra cuyo estilo está algo menos presente que en sus narraciones previas y la trama es más previsible y débil, pero que iguala en calidad literaria, trascendencia, atmósfera, intensidad, manejo de personajes y detalles de cotidianeidad que dotan a este relato con alma fantástica de un verismo rayano en el naturalismo.
Los protagonistas de esta historia de amor, pesadilla y paternidad tardía son Grisha y Olmo. Grisha es un niño rubio, delgado y fuerte de diez años de edad, un chico muy especial aunque sin suerte en la vida: sus acaudalados padres adoptivos murieron en accidente de tráfico y su única abuela se desentendió de su cuidado, por lo que habita en la soledad del chalet familiar con la única compañía de una empleada de hogar contratada por horas. Es un adulto en el cuerpo de un niño, un superviviente nato que ha sufrido y madurado en el lapso de apenas unos pocos años, y que tiene como protector no solicitado a Ricard Amer, un mafioso que fue íntimo amigo de su fallecido padre.
Por su parte, Olmo es el nuevo bibliotecario del Centro Cultural Pablo Ruiz Picasso, sito en el corazón de un barrio trabajador de Madrid. Un hombretón imponente que huye de un pasado que lo oprime, cuyo insomnio crónico empuja a leer poesía y correr por las calles a la caída del sol, y que mantiene una esporádica relación de alcoba con Patricia, una inspectora de policía comprometida con otro hombre. Olmo adora su trabajo, el silencio, orden, sencillez y limpieza que implican, la rutina que calma su afligido ánimo.
Cada tarde, Grisha acude a la biblioteca a realizar sus tareas escolares. Es su refugio, su oasis de perenne tranquilidad antes de emprender el regreso a la gelidez de su casa. Es el lugar donde entabla comunicación con su otro yo. Porque Grisha, sentado en una esquina aislada del resto de compañeros, cierra los ojos en un momento dado y se abandona a la escritura automática, emborronando cuartilla tras cuartilla de su cuaderno de tapas azules con caracteres en cirílico, un idioma que desconoce. Es el diario del otro Grisha, aquel que quedó en Ucrania padeciendo tremendas malformaciones congénitas fruto de la exposición a la radiación de la accidentada central nuclear de Chernóbil; un niño capaz de realizar “milagros”.
Olmo no contaba con volver a verse reflejado en los ojos de un niño malherido, comprobar cuan importante era proteger su desamparo y compartir su soledad. Cuando ambos se vean impelidos a huir del lugar del crimen que cometieron juntos, dará comienzo un periplo en busca de respuestas y redención, de exonerar los fantasmas del pasado y, quizás, satisfacer algunas de sus más íntimas esperanzas, como lograr el encuentro de dos niños con idéntico nombre separados por un continente de distancia.
Ismael Martinez Biurrun es un gran observador de la realidad cotidiana. Sus personajes son seres de carne y hueso trasplantados al papel con un cuidado exquisito. Su lenguaje resulta cercano. Su mirada emana una familiaridad profundamente inquietante, como si quisiera mostrar aquellos miedos que siempre han estado presentes pero que muy pocos son capaces de apreciar: los temores ancestrales, la soledad, los sentimientos propios y ajenos, los errores del pasado, la aceptación del yo. Sus tramas reflejan estas inquietudes desde una perspectiva personalísima y significativamente fantástica, creando la atmósfera propicia para el suspense creciente más que el terror/horror explícito.
Es un autor que procura extraer siempre lo mejor de sí mismo y de su entorno (lugares, historia, tradiciones) para imprimir una profunda huella en el lector, con descripciones extraordinariamente precisas, escenas dotadas de gran dramatismo, momentos climáticos y, siempre, siempre, una sobrecogedora historia que contar, hermosa y terrible a la vez. Una narrativa de clara influencia cinematográfica (se nota su labor como guionista) que un cineasta de prestigio podría aprovechar para plasmar en celuloide con notables resultados.
En esta ocasión Martínez Biurrun firma un texto formalmente impecable -pese a alguna errata e incongruencia menor, como que los bibliotecarios fumen despreocupadamente en la cafetería del centro cultural en febrero de 2010, olvidando la normativa que prohíbe el consumo de tabaco en lugares públicos, o que un hombre solo en compañía de un niño que no es familia pueda obtener fácilmente un visado y cruzar los controles de aduana-, una narración cuya acción transcurre en un perpetuo presente repleto de metáforas insólitas y singularmente bellas: “su rostro es como un cuenco de arcilla roja en el que bailan dos guijarros grises e inexpresivos”, “ojos grandes y encenagados como dos charcos de tormenta”, “un hombre de movimientos de galápago”, “la sombra de la polución forma ojeras en la cornisa del edificio”, “la oscuridad ha enfurruñado el semblante de las calles”. Tómese el siguiente ejemplo: “en la marquesina principal las banderas cuelgan descreídas, como coroneles ancianos”; un simple epíteto basta para describir una impresión subjetiva, un estado de ánimo, una situación compleja: todo un prodigio de precisión clínica.
La novela sugiere mucho más que describe –lo cual permite al lector completar los huecos con su imaginación-, emplea un estilo muy atractivo a la hora de desarrollar personajes y situaciones, no rehuye la mezcla de ingenuidad y sordidez (“la pureza fascinada por el horror”) y se permite encadenar sucesivos clímax -el intento de suicidio de un bibliotecario, el grito de Grisha al ser interrumpido en fase de escritura mecánica, la aparición de los liquidadores en la biblioteca, la catarsis del crimen…- que Olmo examina con mirada de entomólogo, es decir, desde un enfoque absolutamente racional desprovisto del más mínimo atisbo de emoción (luego conoceremos que padece alexitimia, o incapacidad para identificar las emociones propias y verbalizarlas).
Pueblan las páginas del libro profundas disquisiciones filosóficas sobre la soledad, el ego y la muerte (“no sabemos nada ni acerca de nosotros mismos más allá de hechos desnudos que responden a un cuando y a un donde”, “todos somos huérfanos que provenimos de muy lejos y somos adoptados temporalmente”). Los personajes ciertamente interaccionan entre sí, pero en su más profunda intimidad se revelan como lo que son: seres solitarios y a contracorriente, frágiles, con un profundo trauma que superar y con una tendencia innata para experimentar fenómenos fuera de lo común.
Sin embargo, cabe advertir que los elementos de carácter fantástico que aparecen en el volumen son sutiles, y su presencia decrece con cada novela; son detalles climáticos de índole generalmente sobrenatural (fantasmas en «Rojo alma, negro sombra»; traslación espaciotemporal en «Mujer abrazada a un cuervo»; escritura automática en un idioma desconocido, espectros, mensajes enigmáticos en una pizarra, voces procedentes “del otro lado”, en la presente novela) que actúan como desencadenantes y que el escritor navarro utiliza con naturalidad en un contexto favorable.
Aún se podrían decir muchas cosas más acerca de la novela: su estructura (parcial) de diario dirigido a una tercera persona, la importancia de la irracionalidad frente a la lógica que pensamos preside nuestras vidas, y que ejerce una influencia soterrada pero continua en los personajes, y un largo etcétera. Queda, no obstante, elogiar la excelente labor editorial llevada a cabo por Salto de Página, un sello que desde su nacimiento ha apostado siempre por la literatura de género –no solo fantástico, también negro- publicando un ramillete de autores con el denominador común de su enorme calidad literaria, rabiosa originalidad, proyección de futuro y ambición de trascendencia. Todos originales en castellano, sin ninguna traducción; una completa declaración de principios. Un esfuerzo editor que hubiera merecido, a mi juicio y como poco, compartir el premio a la mejor labor editorial en 2011 junto con ediciones Salamandra y Libros del Zorro Rojo. Quizás el año 2012 sea el de su definitiva consagración.