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Libros publicados en 2008

Rojo alma, negro sombra

Con esta novela, Ismael Martínez Biurrun deja atrás cualquier atisbo de amateurismo para ofrecer la madurez vital y el acabado formal de un auténtico estilista. Su narrativa posee una cadencia lenta, apenas hace uso del diálogo, sus descripciones sugieren más que explicitan, y emplea un vocabulario poco común poblado de originales metáforas. Los personajes resultan creíbles en sus entornos cotidianos, la naturalidad de las escenas es apabullante y, pese a la dosificación que preside el relato, cada capítulo concluye en un fogonazo de emocionante intensidad. El resultado es un cruce de literatura y lenguaje cinematográfico de inusual precisión y belleza

Rojo alma, negro sombra

Ismael Martínez Biurrun es un joven escritor navarro especializado en la elaboración de guiones cinematográficos, aspecto que se revela capital en su estilo caracterizado por una prosa muy visual, la introspección de personajes y la riqueza de matices, con escenas como viñetas o encuadres tomados directamente de un storyboard. Ismael es autor de «Infierno nevado», una fantasía histórica ambientada en la tierra de los vascones e inspirada en el universo de H.P. Lovecraft; “Invasión”, una angustiosa novela corta publicada en la antología «Visiones 2006» en la que plantea un muy particular Apocalipsis; y una colaboración en la antología colectiva «Hombre lobo». Poco más podemos decir acerca de su obra literaria.

 

En «Rojo alma, negro sombra» deja atrás cualquier atisbo de amateurismo para ofrecer la madurez vital y el acabado formal de un auténtico estilista. Con esta novela, lisa y llanamente, Ismael Martínez Biurrun entra a formar parte de la misma categoría que narradores de la talla de José Carlos Somoza, José María Merino, Albert Sánchez-Piñol o Iban Zaldua, por citar sólo algunos nombres que actualmente escriben fantástico con notable éxito de público y crítica. No, no se trata de una exageración fruto de una fascinación momentánea.

 

La novela comienza presentando diversos personajes que participan de una realidad fragmentada: Elías, un hombre sobrio y solitario, encuentra una carta enterrada en un bosque quemado; mientras lee su contenido, una avispa se introduce por su boca y su picadura le provoca un agudo cuadro alérgico que culmina en ataxia (descoordinación motora progresiva). Guillermo, un quinceañero de buena familia, introvertido, inteligente y frágil, no encuentra su lugar en el mundo y pinta graffittis como forma de expresión, obras que firma con el sobrenombre de Génesis. El padre Alvin, un cura de origen mexicano que ayuda a muchachos con problemas. Berta, que intenta rehacer su vida junto a su hijo, lejos del acoso al que se vio sometida por parte de su ex marido. Un Cazador de Tormentas, una muchacha que padece continuas pesadillas, unos seres que se manifiestan para revelar un macabro crimen.

 

Lentamente, las diferentes líneas de acción convergen sobre un mismo punto focal: Elías. Soñador fracasado y sin esperanzas de futuro, carece de la estabilidad emocional necesaria para afrontar anímicamente sus problemas. Quizás por ello decide buscar durante el día a la autora de la carta, una niña que dice llamarse Isla, como forma de encauzar el vacío de su vida, mientras que ocupa las noches como vigilante nocturno en un almacén de vehículos pesados. Sus pesquisas lo conducen hasta Berta, al tiempo que Génesis, el joven grafitero que se ha fugado de casa y camina por la cuerda floja entre el arte y la perdición, se refugia en la misma nave industrial en la que trabaja Elías. Éste adopta el papel de nexo de unión entre Berta -experta en arte popular- y Génesis, comienza a interpretar el significado de los mensajes subliminales que afloran desde lo más recóndito de su subconsciente y sirve de involuntario mensajero entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

 

«Rojo alma, negro sombra» transcurre en un inmutable tiempo presente, con un narrador equiparable a una cámara cinematográfica que acompaña en todo momento al lector y registra el mundo con imparcial y morosa precisión. La narrativa de Martínez Biurrun posee una cadencia lenta, apenas hace uso del diálogo, sus descripciones sugieren más que explicitan, y emplea un vocabulario poco común poblado de originales metáforas. Los personajes resultan creíbles en sus entornos cotidianos, la naturalidad de las escenas es apabullante y, pese a la dosificación que preside el relato, cada capítulo concluye en un fogonazo de emocionante intensidad. El resultado es un cruce de literatura y lenguaje cinematográfico de inusual precisión y belleza, un escenario de claroscuros con música que resuena en espacios irreales, sonido de pasos tal vez inexistentes, un silencio perturbador, objetos que adquieren la pátina del pasado y sombras incorpóreas. Y en segundo plano, una desasosegante sensación de inminencia.

 

La historia comienza con la palabra “huellas”, rastros de pisadas pero también marcas procedentes del pasado. Cicatrices que empujan a los personajes a su actual situación de soledad, desamparo y alienación próxima a la locura, que se acompaña de una espiral de acontecimientos que estallan en un violento clímax, como una tormenta largamente larvada. Y no es éste un símil gratuito: en cierto momento, un guardia civil comenta “¿Qué les pasa a todo el mundo las noches de tormenta?”. En efecto, la meteorología (como la música) es un recurso clave en la generación de la atmósfera precisa para esta novela, y la tormenta constituye el desencadenante último de la maldad que habita en los hombres. De, al menos, tres hombres hermanados en la locura por diferentes motivos aunque sólo uno de ellos desee arrastrar a los suyos al infierno. Exactamente igual que años atrás, pero en esta ocasión el eslabón más débil quizás consiga romper la cadena de acontecimientos para cerrar definitivamente el círculo.

 

«Rojo alma, negro sombra» ofrece, además, muchos otros atractivos para el lector. El autor no siempre especifica el nombre de los personajes sino que suele asignarles un alias en función de las circunstancias por lo que, sólo tiempo después, pueden ser identificados y descubrir entonces el verdadero alcance de sus acciones. Por otra parte, la novela juega con las casualidades y, así, los personajes están íntimamente ligados aunque no siempre sean conscientes de ello. Por último, el texto refleja un pesimismo vital que se ha convertido en sello característico del autor, aunque en honor a la verdad éste queda atrás al final del libro para ofrecer un nuevo y merecido comienzo a los supervivientes.

 

Esta novela supuso para mí un auténtico descubrimiento. Un libro de un alto nivel de riesgo y exigencia -sin ellos no hay innovación en literatura- en el que, no obstante, un detalle parece no encajar del todo: Guillermo (1). Con todo, la mejor historia contemporánea de fantasmas que he tenido oportunidad de leer en mucho tiempo: moderna, verosímil, emocionante, terrible; el guión perfecto para un largometraje de éxito, a la zaga de «El sexto sentido», «Los otros» o «El orfanato».

 

La literatura fantástica posee la virtud de acercar a muchos de sus aficionados a la escritura, pese a que son escasos los privilegiados dotados de auténtico talento. Ismael Martínez Biurrun es uno de ellos.

 

 

(1) Asumida ya la identidad de Génesis, traspasa a mi juicio la línea que separa el bien del mal sin posibilidad de vuelta atrás. Por eso su redención no me resulta coherente o, cuando menos, creíble.

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