A los once años de edad, Aurora quedó marcada para siempre por el trágico desenlace de una inocente fiesta de pijamas y la posterior muerte de su madre en accidente automovilístico. Desde entonces vive confinada con su abuelo, el antiguo marino Horacio Serra, en un decrépito piso de la calle de Los Nocturnos en Valencia, leyendo historias épicas y fantásticas de día y pasando las noches en vela por el acoso de unas criaturas fantasmagóricas surgidas de lo más profundo de su mente.

 

Abel Barros es un estudiante de medicina de último curso, un joven reservado y afable que abandonó los estudios de Arte en su ciudad natal huyendo del temor al fracaso y de una familia en proceso de desestructuración. Abel se gana la vida realizando tatuajes en fiestas “Rave” clandestinas, y comparte un pequeño piso de estudiantes con sus amigos Rafa, Patricia y Lorena, las dos últimas secretamente enamoradas de él; pero no olvida su pasión por la pintura y decide probar fortuna como dibujante en un periódico local. La búsqueda del autor de una de las historias a ilustrar hace que Abel y Aurora se conozcan, y juntos consumen una relación atípica que traerá consigo consecuencias terribles para las personas que más aman.

 

Porque, en apariencia, Aurora es una muchacha frágil, introvertida y algo extravagante, una soñadora con la capacidad de despertar sentimientos en los demás gracias a un don innato para la literatura; alguien que siente una profunda admiración por los clásicos y, en especial, por el grupo de poetas que conformaron la Academia de Los Nocturnos en el siglo XVI. Pero Aurora también esconde secretos terribles, aquejada de un complejo mal que no responde a terapia alguna y que le obliga a padecer horribles pesadillas en las que contempla cómo unos espantosos espectros entonan al pie de su ventana enigmáticas salmodias en una remota lengua semítica.

 

Quince años después, la doctora Muñoz del Instituto Forense tiene el desagradable privilegio de realizar la autopsia a un viejo amigo, un hombre que había sido torturado y mutilado de manera atroz hasta morir. Sus macabros restos despiertan en ella ecos de un pasado lejano que creía superado y olvidado pero que, de alguna manera, se obstina en regresar. El policía de la brigada de homicidios Miguel Manchón informa a la forense de que sus sospechas recaen sobre un sádico asesino en serie apodado Pilatos que hasta el momento se ha cobrado la vida de siete personas, quien gusta crucificar a sus víctimas y no deja pistas que rastrear. La doctora no tarda en recibir una angustiosa llamada que le advierte de que Pilatos sigue sus pasos, y comienza a sufrir extrañas pesadillas en las que un ser monstruoso y demencial, una sombra deforme que recita oscuros versos a un ritmo cadencioso y lastimero, le exige conocer el paradero de “los nocturnos”. La mujer inicia entonces un peligroso recorrido por las calles de Valencia para tratar de salvar la vida de sus amigos y exonerar las deudas de su pasado.

 

En esta su octava novela, el camaleónico David Mateo cambia nuevamente de registro para ofrecernos una novela de terror contemporáneo, una temática hasta la fecha inédita en la bibliografía del autor de la trilogía de «La Tierra del Dragón». Para ello toma como base las calles de la mediterránea ciudad de Valencia y las convierte en el escenario perfecto de una investigación criminal: la búsqueda de un asesino particularmente macabro -en línea con producciones cinematográficas al estilo de C.S.I. o Seven- que deriva en una compleja historia de horror sobrenatural. David realiza un recorrido por algunos de los lugares más singulares de la capital del Turia, una Valencia oscura, nocturna y travestida en gótica que adquiere pronto el marchamo de un relevante personaje más.

 

La acción transita entre dos líneas temporales, presente y pasado que se entrecruzan inextricablemente y sin solución de continuidad. Ciertamente, David Mateo plantea las escenas de un complejo puzle que el lector habrá de recomponer tras muchas páginas y no pocos acontecimientos, giros argumentales, momentos climáticos (escenas de gran intensidad que, literalmente, “ponen los pelos de punta”), imágenes impactantes y personajes con la empatía suficiente como para transmitir sentimientos a través de un lenguaje cercano y accesible; un realismo capaz de transgredir lo puramente fantástico para entrar de lleno en el terreno de los miedos más íntimos, atávicos. Se trata de una novela muy bien armada en cuanto a estructura, elaborada y meditada con esmero, que recrea con especial pericia la atmósfera de suspense y desasosiego que requiere este particular submundo en el que moran asesinos en serie, policías, personajes caídos en desgracia y fantasmas del pasado.

 

En las páginas de «Noches de sal» hay espacio para la ternura, la emoción, el descubrimiento, la amistad, el amor, los celos, la crudeza, incluso para el sadismo más descarnado. Porque «Noches de sal» son muchas novelas en un solo libro, vasto e inabarcable en su totalidad como la vida misma: a criterio del lector, éste puede ser una novela de misterio, de terror/horror, de amor, un thriller policial o una inusual guía turística. En su medio millar de páginas también hay cabida para las dudas y miedos de las personas frente a las decisiones vitales que marcarán su destino, para el amor por la literatura, para aprender lecciones de Historia, conocer la cultura valenciana de su Siglo de Oro, descubrir el lenguaje secreto de las flores, practicar técnicas artesanales de restauración de libros antiguos, asistir a clases magistrales de medicina, horrorizarse ante la contemplación de un atroz catálogo de torturas, o realizar un recorrido turístico por las principales vías y calles secundarias de la ciudad del Turia. Sin duda, una novela para disfrutar durante mucho tiempo.

 

Pese a todo, nos hallamos ante una novela fundamentalmente de personajes. Protagonistas con una personalidad atormentada y fascinante como Aurora y Abel, y secundarios perfilados a la perfección como el insolente policía Miguel Manchón, la inteligente y servicial Lorena o la extrovertida y alocada Patricia, obligada por las circunstancias a encarnar un papel que nunca hubiera deseado. Sin olvidar a Alicia Thai, bailarina de striptease que gusta del misticismo semita y aporta las claves necesarias en el momento oportuno, y el psicólogo clínico Rodolfo Scals que trata a Aurora. Aunque, sin duda, el protagonismo estelar corresponde a Pilatos, un maléfico ente sobrenatural con la facultad de introducirse en los sueños, crear su propio universo onírico e infligir un calvario de tortura insoportable.

 

Sin duda, David Mateo posee la envidiable facultad de mantener la atención del lector inquebrantable a lo largo de toda la narración, dosificando la información a conveniencia y sin que la tensión narrativa se resienta en ningún momento (algo ciertamente difícil en un libro tan voluminoso). Probablemente algunos pasajes podían haber sido menos densos -Patricia capturada por Pilatos y atada a una mecedora-, en otros se coquetea abiertamente con el melodrama, y en su tercio final se echa de menos una revisión de estilo más precisa, pero no es menos cierto que el lenguaje empleado se aleja de la artificiosidad de otras ocasiones, incluye numerosas referencias cultas (incluido un simpático guiño al escritor Rafael Marín) e imprescindibles menciones a la cábala y mística judía (1). Y, sobre todo, nunca los vibrantes versos de sangre de «Las mocedades del Cid», del valenciano (y Nocturno) Guillén de Castro, sonaron más siniestros.

 

El resultado final es una obra mucho más realista, adulta, sólida, versátil, accesible, personal y rica narrativamente hablando que su producción anterior, en modo alguno despreciable. De notable fabulador, este escritor valenciano ha pasado a encarar proyectos más ambiciosos en los que ha sido preciso madurar su estilo para convertirlo en un instrumento más depurado, literario y, a la vez, desprovisto de elementos superfluos que pudieran entorpecer el desarrollo narrativo. En este sentido, las primeras setenta páginas se antojan perfectas aunque de una crudeza y complejidad estructural que no le hacen precisamente plato para todos los gustos.

 

A mi juicio, es ésta una obra de madurez capaz de codearse en plano de igualdad con las mejores firmas de la narrativa fantástica contemporánea estatal. Un thriller sobrenatural, más que literatura fantástica, de ritmo lento y final triste aunque esperanzador, que podría haber sido publicada perfectamente en un gran grupo editorial. En todo caso, la edición en cartoné de AJEC es francamente buena y posiblemente sea el mejor libro editado por el sello hasta la fecha, y a ello ayuda una atractiva ilustración de portada obra de Alejandro Colucci. Una novela de terror con formato de thriller que derrocha talento y resulta perfecta para su traslación al celuloide.

 

 

(1) De hecho, la novela puede considerarse una nueva revisión del mito de Lilith. Para más detalles, recomiendo la entrada “Noches de sal: la historia tras la historia” en el blog de su autor.