Una novela de ambientación oscura y trama compleja, alejada de los parámetros aventureros que en el autor eran habituales. El estilo es mucho más comedido que en ocasiones anteriores, abandonando su ostensible barroquismo por exigencias del argumento y sustituyendo los elementos más surrealistas por otros propios de la imaginería onírica y la realidad más sórdida. Un relato de indudable influencia Kafkiana, aunque en el texto pueden rastrearse también otros referentes igualmente notables: Mervyn Peake, Cortázar… y la ciudad como protagonista absoluta de las tribulaciones de los personajes que en ella habitan.
¿Es una obra fantástica? Sí y no, depende de la interpretación que demos a la alteridad, entendida en clave fantástica o puramente psicológica.
La ciudad y la ciudad
China Miéville es un reputado escritor británico cuyo enorme talento hemos podido disfrutar en obras tan sobresalientes como «La estación de la calle Perdido», «La cicatriz», «El consejo de hierro» o «El rey rata», todas publicadas en España por La Factoría de Ideas; un autor de arraigadas convicciones sociales e interés manifiesto por la política, galardonado en multitud de premios internacionales. Radical, heterodoxo y dueño de una prosa muy rica, su estilo se caracteriza por una peculiar amalgama de influencias tan dispares como la novela de aventuras, la ciencia ficción, la fantasía, el terror, el surrealismo, la tradición oral de narrar historias y su indudable origen británico (londinense, en concreto), que le sirven para conformar universos singulares y terriblemente atractivos, similares al nuestro aunque con algunas leyes naturales alteradas en aras de un mayor sentido de la maravilla.
En la presente «La ciudad y la ciudad», Miéville cambia completamente de registro. O no tanto, puesto que en esta ocasión mezcla buena parte de lo anterior con la novela negra clásica de detectives, para pergeñar una obra en apariencia prototípica pero que al final resulta no serlo tanto. De hecho, la historia comienza de una manera absolutamente canónica: el descubrimiento del cadáver de una mujer semidesnuda en un barrio marginal y con evidentes signos de violencia. El inspector de policía asignado al caso es el veterano Tyador Borlú de la Brigada de Crímenes Violentos de la ciudad de Beszel, aunque la investigación le obliga a trasladarse a la vecina Ul Qoma donde, al parecer, tuvieron lugar los hechos.
La particularidad fantástica de esta historia radica en que ambas ciudades ocupan el mismo espacio físico y son, en realidad, la misma urbe. O como prefieren justificarlo sus habitantes, en las dos ciudades-estado se suceden los “espacios de alteridad” o “zonas entramadas”; es decir, áreas de una localidad que en realidad pertenecen a la otra, llegando al extremo de que lados contrarios de una misma calle, casas y hasta árboles diferentes de un mismo parque pertenecen a países distintos. La contemplación directa de estos espacios es tabú, un delito flagrante que saben evitar a la perfección los entrenados ojos locales condicionados desde niños a pasar por alto determinados edificios, personas, vehículos, olores… y para ello es necesario inventar nuevos vocablos adaptados a esa realidad compleja, como “desver”, “desoir”, “desoler”.
Ambos territorios cuentan con una muy diferente composición social y orientación política, y aunque existen contactos oficiales restringidos y una única frontera común, la negación del vecino es norma de vida para estas gentes; una situación kafkiana fruto de una imprecisa Escisión acontecida en el brumoso pasado y dos breves y desastrosas guerras, aunque en la actualidad se respira un clima de mayor distensión. Al margen de ambos estados existe, además, un siniestro poder policial denominado la Brecha, que con su enorme red de confidentes e infiltrados vela por el mantenimiento del estatu quo y actúa sólo ante incumplimientos puntuales (“brechas”) y catástrofes.
Borlú descubre que la mujer asesinada era una estudiante de doctorado en Arqueología e Historia Antigua de Ul Qoma, una norteamericana interesada en artefactos de la era pre-Escision y en la leyenda de Orciny, la mítica tercera urbe situada en las zonas disputadas de ambas ciudades que, según la creencia popular, rige en secreto sus destinos. Una estudiante inconformista que había mantenido contactos con círculos unionistas (extremistas que abogan por la reunificación de ambos estados) y nacionalistas (todo lo contrario), y que probablemente realizó un descubrimiento de relevancia por el que alguien decidió asesinarla. Un caso aparentemente claro de “brecha” que, contra todo pronóstico, el comité bilateral de supervisión rechaza adjudicar a la Brecha y debe ser investigado por el perplejo inspector Borlú.
«La ciudad y la ciudad» es un relato de indudable influencia Kafkiana, aunque en el texto pueden rastrearse también otros referentes igualmente notables: Mervyn Peake, Cortázar… y la ciudad como protagonista absoluta de las tribulaciones de los personajes que en ella habitan. Una región imaginaria que poco tiene que ver con el Londres travestido de goticismo que el autor retratara de manera magistral en su serie de Nueva Crobuzón («La estación de la calle Perdido», «La cicatriz», «El consejo de hierro»), sino deudora de un pasado histórico centroeuropeo, concretamente balcánico (1); un trasunto de Budapest con elementos de Praga y Berlín, atravesado por un río que separa dos márgenes caracterizados por una muy diferente arquitectura, cultura, idioma, religión y régimen político: Beszel, un estado en franca y lenta decadencia, y la más populosa Ul Qoma, que experimenta un florecimiento comercial aunque lejos de la apertura política.
Cabe señalar que no estamos ante una ucronía ni una historia oculta de la humanidad, sino un curso histórico paralelo al actual en el cual la única diferencia apreciable es la existencia de una nueva protociudad que, en cierto momento anterior a 1926, se escindió en dos mitades. El origen de esa ciudad primigenia se remonta a un tiempo nebuloso en el que no figuran registros escritos, aunque sí existen yacimientos arqueológicos donde los científicos se afanan por arrojar alguna luz. La acción se sitúa en nuestro presente, con referentes históricos y tecnología reconocibles (Guerra Fría, política de bloques, Internet, móviles, automóviles, ordenadores, Google, Amazon, Harry Potter), y ya desde las primeras páginas Miéville se limita a explicar el qué pero no el cómo, provocando el extrañamiento en el lector y dejando que su imaginación rellene los huecos (aunque deje algunos flecos sin resolver).
¿Es una obra fantástica? Sí y no, depende de la interpretación que demos a la alteridad, entendida en clave fantástica o puramente psicológica. En una reciente entrevista, el propio autor prefiere no decantarse abiertamente y adscribe su obra a la “tradición de lo fantástico”; incluso no pone reparos en que sea considerada “antifantástica” por su descarado giro final hacia el realismo. No obstante, restan a mi juicio algunos aspectos imprecisos que bien podrían tener una justificación fantástica, léase por ejemplo el origen de los artefactos o determinados detalles de la fuerza policial de la Brecha, cuya leyenda -magnificada por su enorme poder de sugestión- no puede explicar que sus agentes se muevan a una velocidad endiabladamente rápida a través de los intersticios de ambas ciudades.
El británico escribe una novela de ambientación oscura y trama compleja, alejada de los parámetros aventureros que en él eran habituales. El estilo es mucho más comedido que en ocasiones anteriores, abandonando su ostensible barroquismo por exigencias del argumento y sustituyendo los elementos más surrealistas por otros propios de la imaginería onírica y la realidad más sórdida. Su respeto por las convenciones del género policial es evidente, la voz narrativa se corresponde con el pensamiento del personaje volcado en las páginas de su diario, y el lenguaje –verdadero motor que sustenta la alteridad- ocupa un espacio primordial donde no faltan indicaciones acerca de las particularidades del alfabeto besz (similar al cirílico) e ilitano (latino) de Ul Qoma.
Como se ha indicado, el protagonista destacado es el citado inspector Borlú, un viejo lobo solitario que gusta rodearse de colaboradores femeninos y amantes ocasionales como forma de mantener su independencia. Un policía respetado por superiores y compañeros, que suele dejarse arrastrar por la intuición y seguir pistas a priori poco sólidas obedeciendo a su olfato detectivesco, con resultados a veces brillantes y otras todo lo contrario. Un hombre racional a la vez que escéptico, y lo bastante romántico como para dejarse seducir por el misterio y poner en grave riesgo su propia carrera profesional; en definitiva, el personaje perfecto para esta novela. Junto a él, su fiel ayudante circunstancial Corwi y el detective jefe de Ul Qoma, Qussim Dhatt, le acompañan en su quijotesca empresa.
Pero, pese a todos los galardones cosechados (Hugo, Locus, Arthur C. Clarke, World Fantasy, Grand Prix de l’Imaginaire…), «La ciudad y la ciudad» contiene a mi juicio algunas zonas grises que la impiden ser considerada una obra redonda. La trama policial es respetuosa pero un tanto convencional, la conspiración añade interés y cumple su cometido pero está lejos de ser brillante, la novela se permite dejar importantes cabos sueltos sin resolver y, por el contrario, no quedan suficientemente justificadas las excesivas molestias, riesgos y tropiezos del asesino para con su víctima, ni falta la típica escena melodramática en la que éste ensalza sus crímenes, o el trepidante y pirotécnico doble final propio de los largometrajes de acción de Hollywood. Además, la metáfora de La Ciudad respecto a otras urbes del planeta se queda en un improductivo punto intermedio y juega en demasía con las expectativas del lector, a quien frustra una y otra vez.
Aun así, que nadie se llame a engaño: «La ciudad y la ciudad» es una novela fascinante, en gran parte debido a la maestría de Miéville a la hora de proponer y hacer verosímil una premisa argumental que a duras penas se sostiene a la luz de la racionalidad. La edición es impecable y sobresale el trabajo soterrado de traducción de Silvia Schettin, sin olvidar la muy interesante (y sumamente esclarecedora) entrevista final con el autor. Estoy deseando leer las aun inéditas en español «Kraken», «Railsea» y, muy especialmente, «Embassytown», que han despertado enormes elogios entre público y crítica. Si hay algo seguro es que China Mieville es un escritor que depara siempre grandes sorpresas.