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Libros publicados en 2012

Última misión: Margolia

La novela se ambienta en el mismo universo que «Un talento para la guerra» y «Polaris». En esta ocasión Alex Benedict, nuestro marchante de antigüedades favorito, y su ayudante, piloto y secretaria personal Chase Kolpath encaminan sus pasos hacia la búsqueda de la mítica colonia de Margolia, desaparecida miles de años atrás en muy extrañas circunstancias. El libro centra su atención en las pesquisas detectivescas de la pareja protagonista, un largo periplo repleto de aventuras y deducciones que aumentan varios grados la intensidad de la acción, emoción, adrenalina y sorpresa respecto a las obras predecesoras.

 

No es una novela merecedora de ser incluida dentro del canon de las mejores obras del género por sus logros especulativos y estilísticos, pero sí es uno de los libros más amenos y adictivos que recuerdo de los últimos años

Última misión Margolia

Jack McDevitt es, sin lugar a dudas, uno de los escritores que mejor ha recuperado la tradición aventurera en la moderna Space Opera. Su estilo ameno, ágil, divertido y centrado en la peripecia de unos personajes con los que es fácil empatizar, le ha granjeado el favor de los lectores, el aplauso de la crítica y el respaldo de numerosos premios y galardones.

 

«Última misión Margolia» es una novela ambientada en el mismo universo que «Un talento para la guerra» y «Polaris», que no «Deepsix» como aparece en cubierta del libro y que corresponde a la saga de Las Máquinas de Dios; una obra galardonada con el prestigioso premio Nebula de la que ya fuera finalista el segundo volumen de esta serie.

 

El título original, “Seeker”, hace referencia a la nave desaparecida que los protagonistas buscan por razones pecuniarias, históricas y sentimentales, y que se ha convertido en el verdadero “leit motiv” de esta popular serie: si en «Un talento para la guerra» correspondía localizar a la CSS Tenandrome, y en «Polaris» a la nave homónima, ahora es el turno de la Buscadora.

 

En esta ocasión Alex Benedict, nuestro marchante de antigüedades favorito, y su ayudante, piloto y secretaria personal Chase Kolpath encaminan sus pasos hacia la búsqueda de la mítica colonia de Margolia, desaparecida miles de años atrás en muy extrañas circunstancias. Recordemos que Alex es dueño de Empresas Rainbow y se gana la vida buscando, intercambiando y vendiendo valiosos objetos antiguos a coleccionistas privados millonarios. Ha alcanzado el grado de celebridad gracias al descubrimiento de algunos importantes yacimientos arqueológicos -es particularmente brillante aplicando sus dotes deductivas en textos históricos- aunque los expertos oficiales desaprueban sus métodos y le acusan de ser poco menos que un saqueador de tumbas con un afán puramente lucrativo… lo cual es cierto solo en parte, puesto que Alex es un auténtico caballero y su generosidad le obliga a donar la mayor parte de objetos que por derecho le pertenecen a museos y a la comunidad científica, aumentando así su atractivo personal particularmente entre el colectivo femenino.

 

La trama se inicia de una forma harto cotidiana y podríamos decir que, incluso, anodina: una posible cliente muestra a Alex un objeto para autenticación y tasación, una taza con el logotipo de la nave Exploradora de la Flota Interestelar en un excepcional estado de conservación a pesar de sus aproximadamente nueve mil años de antigüedad. La nave se dirigía a Margolia, y su descubrimiento podría suponer el mayor acontecimiento científico del siglo puesto que muchos piensan que la colonia perdida no es más que un mito del remoto pasado.

 

La novela centra su atención en las pesquisas detectivescas de la pareja protagonista, un largo periplo repleto de aventuras y deducciones mucho más atractivo de lo que a priori pudiera parecer, y que empujan, por ejemplo, a Chase a viajar a la vieja Tierra o internarse en uno de los mundos de los Ashiyyur, la única especie alienígena que la humanidad ha encontrado en el universo; telépatas prácticamente incomprensibles y que en el pasado protagonizaron varias guerras por la supremacía del espacio. Como en anteriores entregas, no todo es investigación de salón sino que los personajes deben afrontar multitud de peligros que ponen en serio riesgo sus vidas –competidores, atentados, la crudeza del espacio-, que aumentan varios grados la intensidad de la acción, emoción, adrenalina y sorpresa respecto a las novelas predecesoras.

 

Ciertamente, no estamos ante una narrativa brillante pero sí muy amena y extraordinariamente cercana, cotidiana pese a transcurrir en un remoto futuro. Corre el año 1398 según el nuevo calendario de Rimway -un mundo situado cerca del brazo de Orión, dentro del espacio de la Confederación Humana- y la humanidad apenas ha alterado su forma de vida; sigue expresándose, comportándose y conduciéndose por las mismas razones egoístas que en la actualidad, gozando prácticamente de las mismas comodidades y reivindicando idénticos modelos de belleza. Simplemente, ha sustituido los yates de lujo por potentes naves espaciales personales, los actuales transportes públicos por otros más avanzados técnicamente, los establecimientos de comida rápida por sus equivalentes robotizados.

 

La alta tecnología y los avances científicos son omnipresentes pero no resultan invasivos sino que facilitan el día a día: IAs domésticas, avatares virtuales que ocupan puestos de conserjes y recepcionistas, dispensadores automáticos de comida, llaves personales empleadas en micropagos, simulaciones de personas muertas recreadas a partir de información pública, borrado selectivo de memoria para criminales, veloces naves interestelares capaces de viajar entre mundos en apenas días… una utopía material -como en La Cultura, de Iain Banks- donde las necesidades básicas se encuentran cubiertas para todos y el dinero se emplea únicamente en satisfacer determinados caprichos.

 

Pero son los personajes, sin lugar a dudas, quienes aportan el mayor atractivo de la novela. Ambos protagonistas gozan de una existencia relativamente tranquila hasta que en sus vidas irrumpe la aventura y el riesgo. Su caracterización permite, además, enfrentar dos personalidades fuertemente contrapuestas: por una parte, Alex –reservado, elegante, inteligente, cultivado, íntegro, un modelo de cortesía- y por otra Chase -extrovertida, promiscua e intrépida-; la química de pareja funciona, un divertido tira y afloja que enriquece la trama sin llegar a arruinar la aventura en favor de un tórrido romance. Es, además, el segundo libro narrado desde la perspectiva de Chase, quien se erige en una especie de cronista oficial de las andanzas deductivas de su jefe, al estilo del doctor Watson para Sherlock Holmes.

 

Por otra parte, el autor exalta la imagen de la Vía Láctea como un territorio exótico repleto de sorpresas que aguardan ser desveladas; una visión romántica que despierta el sentido de la maravilla y un placentero escapismo. Ganchos que, junto a otros como la naturalidad de las escenas -no todas las acciones conducen a un resultado positivo, sino que se aprecian avances y retrocesos, incluso callejones sin salida- y diversos guiños frikis, persiguen el consiguiente efecto identificador en el lector; razones que han podido influir en que esta obra menor, aunque terriblemente adictiva, se alzara finalmente con el ambicionado premio Nebula.

 

No faltan las habituales fallas argumentales, menores en cualquier caso: en un determinado momento, Chase pierde todo el día en largos desplazamientos planetarios para terminar alquilando un deslizador local cuando posee una aeronave propia que le podría haber llevado a destino en apenas minutos; se niega el acceso de su nave al espacio alienígena para evitar que la tecnología de propulsión cuántica caiga en sus manos, pero el transporte que la conduce emplea dicha tecnología; o se indica que el alcance máximo de un salto son seis mil años luz y los personajes emplean únicamente dos saltos en cubrir una distancia de 16.000 años luz.

 

«Última misión Margolia» no es una novela merecedora de ser incluida dentro del canon de las mejores obras del género por sus logros especulativos y estilísticos, pero sí es uno de los libros más amenos y adictivos que recuerdo de los últimos años. La edición a cargo de La Factoría de Ideas es más que correcta, tanto a nivel de edición como traducción –salvo algún lapsus del tipo “religión exclusiva” por “excluyente”-; un libro muy manejable, con un tipo de letra agradable aunque un tanto apretada y con escaso margen, que se acompaña del habitual apéndice que incluye nota biográfica y bibliográfica del autor.

 

 

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