Quinta novela del más inquieto y menos convencional de los escritores españoles de terror, un autor llamado a revolucionar el género a través de sus provocativas e irreverentes tramas. Bueso parte del retrato de una durísima situación real para introducir poco a poco y sin solución de continuidad una subtrama fantástica que acaba por dominar la narración, una historia de terror de tintes lovecraftianos. El autor recupera la visión multiperspectiva en la que cada capítulo pone el foco en un protagonista diferente y prosigue con su habitual tono descarnado en donde se suceden los capítulos dominados por el más completo horror
Extraños eones
Quinta novela del más inquieto y menos convencional de los escritores españoles de terror, un autor llamado a revolucionar el género a través de sus provocativas e irreverentes tramas.
Bueso comenzó su andadura literaria con una historia de fantasmas de corte clásico, «Noche cerrada» (Verbigracia, 2007) a la que siguieron dos sorprendentes y magníficas novelas que le encumbraron al Olimpo de los Elegidos: «Diástole» (Salto de Página, 2011), una moderna revisitación del mito del vampiro, y muy particularmente «Cenital» (Salto de Página, 2012), una perturbadora mirada a un futuro próximo en el que se han agotado los combustibles fósiles; ambas galardonadas con el premio Celsius de la Semana Negra de Gijón. Al año siguiente publicó «Esta noche arderá el cielo», de nuevo en Salto de Página, un singular “biothriller” que aúna terror y western a ritmo de rock’n’roll. La novela de la presente temporada es «Extraños eones», cuarto título de la colección Insomnia de Valdemar -primero de autoría española-, que se está convirtiendo por derecho propio en uno de los principales referentes del fantástico de calidad en nuestro país.
Este escritor castellonense es dueño de un estilo radicalmente propio, exclusivo y distintivo, caracterizado por la crudeza del lenguaje, la inusitada fuerza de sus planteamientos, su vibrante pulso narrativo. Un fabulador valiente que acostumbra a arriesgar en sus tramas, planteando cada novela como si de un nuevo reto se tratara, siempre con intención de aflorar el lado más siniestro del alma humana y dinamitar con ello nuestras conciencias adocenadas por los mass media.
En su narrativa hallamos paisajes de desolación provocados por la estulticia humana, escenarios extraordinariamente realistas impregnados de un toque fantástico, como surgidos de un cruce bastardo entre el mejor Ballard, Houellebecq y Palahniuk. Pese a ello, resulta curioso que en contextos de Apocalipsis total –sea éste a nivel personal o planetario- el autor se las ingenie para ofrecer un desconcertante y agridulce desenlace catártico y… ¿feliz?
Sus máximas son la brevedad y la intensidad: novelas de no más de trescientas páginas y relatos que no suelen exceder las cinco mil palabras, que le bastan y sobran para dibujar universos complejos en los que moran seres otrora inadaptados, perdedores a los que la vida parece depararles una última oportunidad debido a circunstancias singulares.
Este nuevo libro no es excepción. Su título evoca las famosas palabras de H. P. Lovecraft: "No está muerto lo que puede yacer eternamente; y con el paso de los extraños eones, incluso la Muerte puede morir." Una obra que, según reza en contraportada, plantea “una audaz vuelta de tuerca al núcleo de los Mitos de Cthulhu”.
En efecto, “La ciudad de los muertos” de El Cairo, ubicada en el distrito de El’Arafa, es el cementerio más grande del mundo, una infinita sucesión de mausoleos, tumbas y panteones habitado por doscientas cincuenta mil empobrecidas almas. En él se hacinan en condiciones infrahumanas centenares de niños de la calle, cuya esperanza de vida no alcanza siquiera los veinticinco años. Miserables como el limpiabotas Benipé, el ladronzuelo Ibrahim, el árabe Khaldun que se gana la vida en los baños turcos, Islam que recicla cartones, botellas y desechos orgánicos en el vertedero y niños mendigos como el copto Ideodaniach, que perdió a sus padres en el zoco en un infortunado descuido.
Benipé es el líder del grupo, el único que cuenta con un trabajo “estable”. Se siente orgulloso de su papel de hermano mayor y se responsabiliza del bienestar general; además, pronto va a ser padre, pues Tata –la única chica de la panda, que recoge monedas olvidadas en los carros del supermercado- está embarazada de muchos meses. Todos, salvo el pequeño Ideodaniach, son adolescentes que han crecido rápido obligados por las peores condiciones del arrabal; críos que se dejan llevar por sus instintos sin sopesar demasiado las consecuencias, cuya meta es vivir al límite cada momento y apurar al máximo sus escasas opciones. Y aunque las peleas entre ellos son cosa habitual, cooperan más allá de la necesidad, se protegen mutuamente y se reúnen al anochecer para compartir sus magros tesoros: restos de comida en deficiente estado, algo de tabaco, cola de carpintero para esnifar…
Frente al mausoleo en donde se refugian se alza un antiguo panteón nubio que nadie osa profanar pese a su aparente buen estado de conservación. Una noche llega al lugar un orondo centroafricano montado en un Mercedes desvencijado y sin puertas, un sacerdote con chilaba que rompe los sellos que lo protegen y se interna en la oscuridad acompañado de una cabra; poco después se escuchan extrañas voces en una antiquísima lengua desaparecida de la que apenas se conocen un puñado de palabras y surgen de la nada dos delgados individuos que portan una especie de flauta. Es el emisario de unas fuerzas más antiguas que el hombre, oficiante de Nyarlathotep, el caos reptante, que planea arrasar el mundo hasta convertirlo en un páramo yerto de volcanes y océanos de roca fundida.
En esta novela, Bueso parte del retrato de una durísima situación real para introducir poco a poco y sin solución de continuidad una subtrama fantástica que acaba por dominar la narración, una historia de terror de tintes lovecraftianos. Como en «Cenital», recupera la visión multiperspectiva, y así, tras la inicial presentación de personajes y situación, cada capítulo pone el foco en un protagonista diferente para reflejar con voz propia su origen y circunstancias; una técnica muy útil y práctica para el terreno que pisa.
El autor prosigue con su habitual tono descarnado y frases contundentes, casi lapidarias, aunque en esta ocasión no caben los aforismos. El narrador (narradores) es omnisciente, y se suceden los capítulos dominados por el más completo horror: hombres polilla, sacerdotes impíos, osteomantes, muertos que retornan a la vida, antiguas pirámides olvidadas, templos subterráneos donde miles de niños aguardan el sacrificio ritual, no-lugares ajenos al espacio y el tiempo donde moran dioses locos, y hasta el flautista de Hamelín; de todas ellas, las escenas más escalofriantes son, por lo general, las protagonizadas por terrores realistas (tiemblo al pensar en el capítulo auto-censurado de «Cenital», el correspondiente a la partera de la ecoaldea).
Bueso, como Lovecraft, como tantos otros significativos escritores de terror/horror, sitúa sus escenarios en lugares remotos donde aún es posible la sorpresa; espacios no cartografiados al completo, tan aislados y extremos como la transtaiga siberiana, un apartado chalet a las afueras de una pequeña localidad de los Pirineos franceses, una ecoaldea en el fin del mundo, o el Sudán en guerra durante el último medio siglo. El mítico reino de Kush, una de las primeras civilizaciones que se asentaron en el valle del Nilo y llegó a dominar un imperio que se extendió hasta Alejandría, un lugar que guarda ignotos misterios que podrían rivalizar con los del antiguo Egipto. Puntualmente, la acción se traslada también a Barcelona, en una línea explicativa que amplía el carácter global del texto, y a la sala del trono de los mismísimos Dioses Exteriores, pináculo del panteón del autor de Providence.
Pese a todo, para quienes seguimos desde sus comienzos a Emilio Bueso, tal vez no sea ésta su novela más satisfactoria. Sin lugar a dudas contiene suficientes elementos de interés como para encontrarla meritoria, pero hay aspectos que en mi opinión no funcionan como debieran, como la ambientación local (mejorable), el panteón blasfemo (escasamente ominoso), los diversos “deus ex machina” (ahora la música afecta a unos personajes y a otros no, lo increíblemente libres que circulan algunos protagonistas durante la escena final, lo tramposo de la ceremonia), que los personajes empleen entre sí el coloquial “homie” (detalle que me sacaba constantemente de la historia), el demasiado extenso desenlace rodado a cámara lenta, y muy particularmente la suspensión de la incredulidad encarnada por un grupo de pequeños héroes llamados a salvar el mundo (a todas luces, forzado). No pongo en duda su valor como experimento literario, pero personalmente me quedo con capítulos aislados como “Derviches”, en donde recupera todo su brío, o “La danza de las dunas”, pura inspiración Lovecraft; no en vano, Bueso es un excelente creador de relatos.
El libro está editado con la calidad y gusto por el detalle que caracterizan a este sello, con ilustración de cubierta -obra del habitual Santiago Caruso- que reproduce una de las escenas clave de la novela. Por último, el epílogo propone un juego a modo de sencillo jeroglífico, que informa al lector acerca del destino de los dioses oscuros; merece la pena invertir unos minutos descubriéndolo.