Estamos ante un relato de supervivencia y transformación mental, cuyo mensaje, cuarenta años después de su publicación original, no ha perdido un ápice de su vigencia. No es, tal vez, una de las obras más líricas de Ballard pero sí de las más crudas y explícitas en relación a la progresiva deshumanización que experimenta nuestra sociedad fuertemente dependiente de la tecnología. Un libro denso y profundo pese a contar con la extensión de una novela corta
La isla de hormigón
La colección Literatura Fantástica de R.B.A. prosigue su apuesta firme y decidida en favor de una literatura de género de calidad. En su muy atractivo catálogo -inició actividades en septiembre de 2012 y mantiene un envidiable ritmo de publicación quincenal- alterna la recuperación de clásicos antiguos y modernos («Grandes novelas» de H.G. Wells, «Mundos de exilio e ilusión» y «Las doce moradas del viento» de Ursula K. Le Guin, «La máquina espacial» de Christopher Priest, «Crash» y «El mundo de cristal» de J.G. Ballard) con la publicación de nuevas e interesantes novelas («Entre extraños» de Jo Walton, premio Nebula 2011 y Hugo y British Fantasy 2012, «Las furias de Alera» de Jim Butcher, «El mejor de los mundos posibles» de Karen Lord, «Osama» de Lavie Tidhard), y el anuncio de libros de autores tan prometedores como Lauren Beukes, Aliette de Bodard y Daniel Abraham, o comerciales como Lois McMaster Bujold en un nuevo capítulo de su archiconocida saga de Miles Vorkosigan (1).
La presente novela es obra de James Graham Ballard, un escritor inteligente y sumamente personal que desde sus comienzos en los años 60’ se ha erigido en uno de los máximos exponentes de la denominada Nueva Ola de la ciencia ficción británica; un narrador capaz de trasmitir todo el desasosiego que despierta en el hombre moderno la ubicua presencia de la tecnología.
(Tomado de la contraportada): “Publicada en 1974, un año después de «Crash», Ballard vuelve a presentar el automóvil como metáfora de la vida moderna, deshumanizada y alienante. Una reflexión sobre la sociedad contemporánea y sobre el uso de la tecnología que ha situado a Ballard como uno de los autores británicos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX”. Desde luego, pocos escritores pueden presumir de haber contribuido al lenguaje con un adjetivo para especificar su propia obra: el Collins English Dictionary define “ballardiano” como: “Resembling or suggestive of the conditions described in Ballard’s novels & stories, esp. dystopian modernity, bleak man-made landscapes & the psychological effects of technological, social or environmental developments”.
La traducción de Manuel Manzano es más precisa, moderna y literaria que la que Manuel Figueroa hiciera para Minotauro en 1984 (tómese como ejemplo el mucho más acertado título). La ilustración de portada de Colucci, si no tan espectacular como en anteriores ocasiones, resulta adecuada y suficientemente atractiva. Y la edición de RBA es absolutamente perfecta, sin una sola errata que mencionar.
El libro se inicia con una breve introducción que destroza todo el romanticismo que pudiera subsistir en el hecho de vivir al margen de las comodidades que brinda la sociedad moderna y nos hace caer de lleno en el terreno de la pesadilla: “El sueño de permanecer aislado en una isla desierta todavía posee un enorme atractivo. Sin embargo, las posibilidades de encontrarnos varados en un atolón del Pacífico son realmente pocas… pero hay otras islas mucho más cerca de casa. No están rodeadas de mar, sino de hormigón, circundadas por verjas de alambre y paredes de cristal… ¿Qué pasaría si, por algún desafortunado acontecimiento, sufriéramos un reventón y nos precipitáramos a través del guardarraíl de protección hacia una isla olvidada de escombros y maleza, fuera de la vista de las cámaras de vigilancia?... ¿Cómo sobreviviríamos (heridos) hasta ser rescatados? ¿Y qué pasaría si ese rescate nunca llegara?... Además de las dificultades físicas que deberíamos superar, aparecerían también las psicológicas. ¿Seríamos lo suficientemente resolutivos? ¿Hasta qué punto podríamos confiar en nosotros mismos y en nuestros propios motivos? Tal vez esperábamos en secreto ser abandonados para poder así escapar de nuestras familias, amantes y responsabilidades”. Solo por esta sorprendentemente lúcida reflexión merece la pena leer este libro.
En cuanto al argumento, el arquitecto Robert Maitland sufre un aparatoso accidente cuando circula con su Jaguar por el carril rápido de la autopista este de salida de Londres. El vehículo, fuera de control, atraviesa la valla de protección y se precipita ladera abajo a un terraplén de hierba. Apenas recuperado de la conmoción y diversas contusiones, Maitland asciende el empinado parapeto para hacer señales de socorro a otros conductores pero nadie se detiene, y cuando intenta cruzar la mediana para acceder a un teléfono de emergencia, un coche que circula a gran velocidad le golpea brutalmente y pierde el conocimiento.
A la mañana siguiente despierta al pie del terraplén, con una más que probable rotura de cadera que le imposibilita andar y a duras penas arrastrarse. Varado en mitad de la nada, en una zona de escasa visibilidad a la salida de un túnel, y con una familia acostumbrada a sus largas ausencias, Maitland debe sobreponerse a la adversidad y explorar con su movilidad reducida la peculiar topografía de la isla, un triángulo de tierra baldía que oculta en sus valles de alta hierba vehículos destrozados, gran cantidad de basura, los cimientos de una antigua casa de estilo eduardiano, los restos de un antiguo cementerio abandonado y hasta un viejo refugio antiaéreo de la Segunda Guerra Mundial.
Hora tras hora, día tras día, el hambre, el agotamiento y la soledad hacen mella en su entereza hasta sumirle en un deplorable estado físico y mental. Comienza a padecer delirios causados por la fiebre, a comportarse de manera excéntrica, hablar consigo mismo, tergiversar sus relaciones familiares y sociales, y gritar su nombre a modo de autoafirmación. En su lucha por la supervivencia cualquier pequeño logro -un sótano en ruinas a modo de refugio, un sándwich arrojado por un conductor incívico, la lluvia que sacia su sed- reaviva la confianza en sus posibilidades, modestos avances seguidos de grandes fracasos, aunque para salvaguardar su cordura continuamente se obligue a idear nuevas opciones de escape.
Con su horizonte de realidad reducido al espacio de unos pocos metros de terreno yermo, Maitland se convierte en un moderno Robinson Crusoe obligado a sobrevivir con los escasos recursos a su disposición, sobreponiéndose a su progresiva debilidad y reflexionando sobre el proceso que le ha llevado a esta isla de deshumanización y alienación tan cerca de la civilización que él ha contribuido a forjar (2).
«La isla de hormigón» describe una odisea personal que a priori puede parecer un tanto exagerada pero a medida que se suceden los acontecimientos resulta notoria su terrible factibilidad. Estamos ante un relato de supervivencia y transformación mental, cuyo mensaje, cuarenta años después de su publicación original, no ha perdido un ápice de su vigencia… y lo más terrible es que podría sucedernos a cualquiera de nosotros en un infortunado momento de nuestras vidas: afrontar el infierno de quedarnos atrapados en una moderna encrucijada, prácticamente a la vista de todo el mundo y sin que nadie nos preste la ayuda necesaria, como en aquel famoso cortometraje protagonizado por José Luis López Vázquez: «La cabina».
Pero la reflexión de Ballard va mucho más allá de la dura sentencia que pronuncia uno de los personajes: “Hoy día no nos damos cuenta del egoísmo de los demás hasta que solo contamos con nuestra propia ayuda”. En efecto, la deshumanización de Maitland atraviesa varias etapas progresivas: si al principio el sujeto concentra toda su atención en reflexionar acerca del accidente y la forma de escapar por sus propios medios de la isla –arrostrando fases de enfado, dolor, agotamiento, furia, desesperación, histeria, resignación, autocompasión…-, cuando se recupera lo suficiente comprende que para sobrevivir debe adoptar un rol de calculada agresividad, y reproducir a minúscula escala una sociedad en la que el poderoso aplasta al débil. Finalmente, Maitland supera su dependencia social (o cae en una espiral autodestructiva de locura) en la cual cree haber dominado el entorno y no necesita, por tanto, escapar a su anterior forma de vida.
Ballard establece un complejo triángulo de intereses entre los escasos protagonistas de la novela. El escenario es reducido, las escenas cuentan con una alta carga dramática, la caracterización de personajes, relaciones y sentimientos contrapuestos es sobresaliente y el texto más dramático que literario, por lo que perfectamente podría ser adaptado en forma de obra de teatro o largometraje sin apenas cambios de relevancia.
«La isla de hormigón» no es, tal vez, una de las obras más líricas de Ballard pero sí de las más crudas y explícitas en relación a la progresiva deshumanización que experimenta nuestra sociedad fuertemente dependiente de la tecnología. Un libro denso y profundo pese a contar con la extensión de una novela corta.
(1) No faltan, sin embargo, algunas decisiones sorprendentes, como la reedición de una obra bastante menor de Robert Sheckley como es «Trueque mental», la publicación de la ficción histórica «Los caballos celestiales» de Guy Gavriel Kay, o la incierta comercialidad de los ómnibus en formato rústica.
(2) Su profesión, arquitecto, supone todo un símbolo.