Valoración en breve:
González Mesa propone una ucronía fascinante ambientada en las postrimerías del siglo XX, que dibuja un nuevo orden mundial sometido al terror del vudú.
Una estupenda novela de aventuras fantásticas que aúna acción, épica, alta política, espías, zombis, espíritus loa, batallas navales y terrestres, criaturas sobrenaturales, personajes carismáticos y mucho, mucho más; una narración trepidante que, pese a algunas lagunas, constituye uno de los libros más originales, atractivos y ambiciosos del año
Hijo blanco de la noche
-Argumento-
A finales del siglo XVIII los esclavos de Haití utilizaron el vudú para alzarse contra sus amos blancos y alcanzar la libertad. Se creó entonces un gigantesco ejército zombi al servicio de poderosos hechiceros, cuyo enorme ímpetu logró alterar el orden mundial.
Dos siglos después, el Papa Fidel II decide organizar una misión secreta para intentar acabar con la hegemonía religiosa y política que ejerce el vudú sobre una gran parte del planeta y para ello pone al mando de un grupo heterogéneo de mercenarios, espías y aliados de circunstancias al capitán Augusto Vidocq, soldado español natural de Cádiz, diestro espadachín y responsable de la vaticana Guardia Noble. Tras múltiples y azarosas peripecias, su destino le conducirá a la pequeña isla de Manu, perdida en el Pacífico Sur, donde deberá sortear las artimañas de los temidos brujos bokor, servidores del poderoso loa de la vida y de la muerte: Papá Ghedé.
-Valoración-
Juan González Mesa es autor de algunas novelas notables, en particular de terror como Gente muerta (2013, aContracorriente), La montaña (2013, Bubok), Los gritos (2018, Sportula), Aquí la tierra es mala (2018, Dolmen) y mi preferida: La noche de las panteras (2018, Premium), un intenso thriller de tintes macabros protagonizado por tres mujeres de muy diferente condición, que ganó el V Premio de Novela de Terror Ciudad de Utrera. También ha escrito dos interesantes novelas cortas de ciencia ficción: Rubicón (2017, Cerbero) y su continuación Gaugamela (2021, Cerbero), amén de diversos relatos.
En esta ocasión González Mesa propone una ucronía fascinante ambientada en las postrimerías del siglo XX, que dibuja un nuevo orden mundial sometido al terror del vudú. Y este es, sin lugar a dudas, el gran punto fuerte de la novela: su poderosa imaginación al servicio de una sorprendente geoestrategia global, en donde todas las naciones deben reposicionarse para intentar mantener sus ámbitos de influencia y poder, y en donde se juega con la información, la desinformación, la tecnología y la magia oscura como armas políticas.
En efecto, tras la sublevación haitiana, el Ministerio de Abolición de la Esclavitud (MAE) exportó su revolución a otros países y ahora domina una gran franja del mundo. Naciones títere como la República Independiente de Haití, Puerto Rico, Jamaica, Texas, La Gran Luisiana o Guinea Libre responden al único gobierno de los ministros del vudú, hechiceros bokor ocultos en lóbregos templos que se comunican entre sí por medios sobrenaturales. Además, el MAE intervino en la Guerra Civil Norteamericana, que acabó en tablas, con los estados industriales del este por un lado y los del Sur por otro, que lograron así mantener su modo de vida cambiando esclavos vivos por muertos y nunca se produjo la gran diáspora a las praderas, por lo que el rey de los indios lidera en la actualidad la central Nación de la Pradera y el Río.
Hoy por hoy, ningún país es capaz de oponer resistencia a la masiva invasión de hordas de muertos vivientes, aunque el poder el MAE no reside únicamente en esta hegemonía militar sino también en su capacidad para inducir plagas y muertes de mandatarios rivales a distancia. El mundo se mantiene en un frágil statu quo regido por un inestable equilibrio de fuerzas y solo el Vaticano, muy mermado como estado independiente por su sangriento pasado, está decidido a combatir al satánico vudú con todas sus fuerzas, pues considera que cada pacto con sus ministros es una ofensa ante los ojos de Dios.
Una importante consecuencia de todo lo anterior es que el mundo sufre un enorme retraso tecnológico respecto a nuestro presente. Por una parte, la magia ofrece alternativas mucho más rápidas y eficientes que la incipiente ciencia; por otra parte, aunque la máquina de vapor surge en Gran Bretaña, los estados industriales de Norteamérica no ganaron la guerra y, por tanto, la industrialización y la producción en cadena no se desarrollaron como tales. Toda manufactura es artesanal, los gremios acaparan gran poder y el ludismo cuenta con un extraordinario apoyo social, animado por un MAE que mantiene agentes infiltrados en labores de asesinato y sabotaje ante cualquier atisbo de avance que pudiera romper su equilibrio de fuerzas con el mundo occidental.
No obstante lo anterior, la acción se sitúa en torno al año 2000, una fecha demasiado cercana a la actualidad para contemplar un retraso tan abismal, lo que resulta incluso anacrónico: así, los militares siguen empleando sables y las armas de fuego son de tipo arcabuz (alguna con tres cañones); los indios exploradores de las Marcas del Sur portan hachas, arcos y machetes; no existe luz eléctrica y la iluminación artificial es generada por dinamos manuales de corta duración; apenas hay barcos o trenes a vapor, etc. A mi juicio, hubiera sido mucho más verosímil situar la trama un siglo antes. Pese a todo, brillan algunos detalles steampunk, como los dirigibles de helio gestionados por el gremio de calafates (una tecnología solo al alcance de Inglaterra y Holanda) o los carruajes que emplean balizas de helio para aligerar la carga.
Afortunadamente, toda esta compleja información se ofrece al lector de una manera natural e integrada en la trama gracias a la maestría narrativa del autor, evitando el peligroso “infodump” (textos explicativos que interrumpen el ritmo de la narración).
Ciertamente, la novela nos traslada un argumento bastante lineal, pese a algunos arcos paralelos que se fusionan en el apoteósico desenlace. El estilo es fluido y repleto de detalles que refuerzan el citado congelamiento de la Historia, de la manera de pensar, las costumbres sociales, el lenguaje, etc. durante dos largos siglos. Así, por ejemplo, González Mesa emplea un castellano arcaizante y con guiños al Siglo de Oro español, entremezclado con vocablos creole relativos a los rituales de los houngan (sacerdotes) haitianos al principio del relato. También retrata muy bien la fuerte personalidad, labrado orgullo y sentido del honor, fortalezas y debilidades de estos personajes, en su mayoría militares o mandatarios del más alto nivel.
De todos ellos destaca el grotesco Papa Fidel II, un hombre de cuerpo mutilado pero mente preclara que alberga insospechados planes, y, sobre todo, el capitán Augusto Vidocq, un noble de rancio abolengo y ninguna experiencia militar, nombrado recientemente capitán de la Guardia Noble del Vaticano. Un individuo impaciente, temerario y algo bocazas, que cada vez es más consciente de que las circunstancias le superan y no merece el mando del nuevo Ejército de San Pedro. No es de extrañar, entonces, que cometa numerosos errores –desde vestir a los suyos de uniforme en público cuando deberían ir de incógnito, a comentar el objetivo de su empresa a un soldado extranjero o entablar batalla desde un dirigible contra un navío militar del MAE, poniendo en serio riesgo la misión–. Por tanto, resulta claro que el Papa cometió un tremendo error al concederle el liderazgo operativo en detrimento, por ejemplo, de su veterano fiel de armas... salvo que se nos hurten oscuras maquinaciones entre bambalinas.
Al menos, la irresponsabilidad de Vidocq es contrarrestada con la inteligencia y amplios recursos de la espía Cristina Bey, o la experiencia en combate de los cazadores de la Nación India, entre otros muchos secundarios que sería prolijo enumerar.
Cabe añadir que una parte importante de la trama se desarrolla en Tenerife, un protectorado del MAE considerado territorio neutral donde las potencias europeas –España, Francia, Inglaterra, Portugal– y el citado MAE dirimen sus diferencias alejados del foco mediático. Una isla que, aunque gobernada por una reina que aspira a recuperar la autonomía para los suyos, se encuentra dividida en diferentes zonas de influencia: europea, haitiano-guineana y guanche, vigiladas por patrullas mixtas de soldados pertenecientes a esos cinco países.
En resumidas cuentas, Hijo Blanco de la noche es una estupenda novela de aventuras fantásticas que aúna acción, épica, alta política, espías, zombis, espíritus loa, batallas navales y terrestres, criaturas sobrenaturales, personajes carismáticos y mucho más; una narración trepidante que, pese a algunas lagunas –resulta decepcionante que se obvie el inicial rito de alzamiento de los haitianos, los hechiceros bokor capaces de transformarse en bestias resultan más pretenciosos que verosímiles, ¿de dónde salen los miles y miles de muertos que se alzan en la diminuta isla de Manu? Además, sería deseable una mayor ambientación histórica–, constituye uno de los libros más originales, atractivos y ambiciosos del año.
Por otra parte, al final de este relato sobrenatural que toma el Vaticano como centro de las intrigas –al igual que en otras historias de fantasía oscura, como Chiaroscuro de Elio Quiroga o la saga Ora Pro Nobis de Rafael Marín–, se desvela que existen jugadores más poderosos en el tablero que el mismo Papa o el citado Vidocq, quien, a la postre, no es más que un simple peón. Entre ellos su hermana Octavia, gobernadora de la ciudad libre de París y eje de numerosas tramas políticas, receptora de las cartas que el capitán le envía informando sobre su situación. Además, se indica que existe una Liga Magiar que juega un importante papel en centro Europa, diversas ciudades libres que sería interesante visitar –París, Cádiz, Dublín–, e, igualmente, convendría conocer de primera mano algún lugar dominado por el MAE. Todo ello podría ser material que alimentara a nuevos volúmenes de este rico escenario que, ojalá, sean pronto publicados.
