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Libros publicados en 2011

El método

«El método» es una distopía moderna que habla de nuestro presente y circunstancias. Nos encontramos ante un sistema en apariencia bienintencionado, pero a poco que se arañe su superficie hallamos evidencias de su verdadera esencia: una prisión para el pensamiento libre. No obstante, en la novela fondo y forma discurren disparejos y se sugiere un perverso enfrentamiento entre filosofía y ciencia. Tiene mucho de obra teatral y queda para la posteridad el profundo, íntimo y sentido alegato de la protagonista hacia un mundo al que ha dejado de pertenecer y en el que la única opción posible es el alejamiento

El método

Mondadori es un sello caracterizado por su rigor editorial, variado espectro literario, dinamismo e impecable acabado de todas sus publicaciones, sobrias aunque poseedoras de un marcado estilo propio. Cualidades que le han permitido ampliar su extenso catálogo de títulos a nuevas formas de expresión protagonizadas por narradores jóvenes, y que se ha traducido en los últimos tiempos en libros tan interesantes para el aficionado a la ciencia ficción como «El fondo del cielo» de Rodrigo Fresán, «Asesino cósmico» de Robert Juan-Cantavella, «Los muertos» de Jorge Carrión o «Varadero y Habana maravillosa» de Hernán Vanoli; sin perder de vista, por supuesto, al triunvirato de pequeños clásicos norteamericanos que forman «La carretera» de Cormac McCarthy, «La conjura contra América» de Philip Roth y El sindicato de policía Yiddish» de Michael Chabon.

 

«El método» es una novela que sigue precisamente esta estela especulativa. Una obra inquietante en la tradición distópica de «1984», «Un mundo feliz», «Nosotros» o «Fahrenheit 451», que presenta una sociedad avanzada en la que la ciencia ha sustituido a la religión, la ideología política y las leyes de mercado, y en el que una sola mujer sumida en el dolor por la reciente pérdida de un ser querido es capaz de poner en evidencia las fisuras de un sistema considerado hasta ese momento como perfecto.

 

La trama se sitúa en el año 2057, fecha en la que el mundo ha culminado su evolución social y obedece únicamente a los postulados de la razón. La ciencia es el nuevo credo y el MÉTODO (citado siempre en mayúscula) el nuevo orden global basado en la salud de los individuos; un sistema considerado infalible cuyo fin último consiste en compatibilizar el bienestar particular con los intereses legítimos de la colectividad. Desde su implantación tras las grandes guerras que asolaron el planeta durante el siglo XX, los hombres viven felices, sanos y en paz, la sociedad es más justa y tolerante, el hombre ha experimentado un bucólico retorno a la naturaleza, la inmensa mayoría de enfermedades ha sido erradicada e, incluso, ha desaparecido cualquier forma de dolor físico. El MÉTODO es el responsable de este estado generalizado de prosperidad; por tanto, quien atenta contra el MÉTODO es, por definición, un reaccionario que desea el retorno del caos y la inestabilidad.

 

Todos los ciudadanos llevan implantado un chip que controla sus constantes vitales y niveles de consumo de sustancias tóxicas –cafeína, nicotina, alcohol-, y están obligados a presentar un informe médico mensual en el que se detallan las horas de sueño, hábitos alimenticios y entrenamiento deportivo preceptivo. Un desmedido afán por la salud personal que provoca como consecuencia un miedo irracional hacia el potencial infeccioso de los desconocidos: la población utiliza mascarillas para salir a la calle ante el temor a un improbable contagio, los hogares que contemplan todas las medidas de profilaxis son denominados “casas custodiadas” y se les permite colocar una placa identificativa en el exterior, y aquellas comunidades de vecinos que llevan a cabo sistemas de autogestión -medir de manera regular los valores de pureza del aire, control de deshechos, aguas residuales- son recompensadas por el estado (no en vano el tesoro público ahorra un buen dinero en prevención sanitaria) y consideradas como una auténtica democracia de base.

 

Este nuevo orden mundial se asegura que funciona de forma similar al sistema nervioso de un organismo, un modelo considerado perfecto por la inmensa mayoría de sus integrantes aunque también puede enfermar, por lo que es preciso estar vigilante y realizar periódicos análisis preventivos. Un sistema en el que el bien común apenas deja resquicio para la privacidad y el libre albedrío.

 

El libro comienza con la publicación de la sentencia que condena a Mia Holl a “congelación” por actividades contrarias al MÉTODO. Un caso complejo puesto que Mia es una bióloga de prestigio, una ciudadana ejemplar sumida en una profunda depresión por el suicidio en prisión de su hermano Moritz, un librepensador hallado culpable de la violación y asesinato de una mujer. Mia cree firmemente en la inocencia de su hermano pese a la solidez de las pruebas genéticas en su contra, y se replantea la irrefutabilidad del sistema y su escala de valores. En un inconsciente intento por no perder contacto, comienza a repetir sus errores y negativas costumbres, y a mantener conversaciones con una especie de voz de su conciencia a quien denomina “la amada ideal” (sic). El señor Kramer, un afamado periodista de televisión y pieza clave en el adiestramiento ideológico del sistema, se ofrece a entrevistarla pero ella le acusa de haber orquestado la campaña mediática que culminó en la muerte de Moritz.

 

Mia simplemente desea superar el trauma de su pérdida en la más estricta intimidad pero su dolor ha traspasado el límite de lo privado para adquirir un indudable carácter público en una sociedad que considera la salud mental de sus miembros como una cuestión ética fundamental. Mía adopta entonces una resolución drástica y sin posible vuelta atrás: denuncia la injusticia sufrida por su hermano como un error del MÉTODO y provoca con ello una enorme convulsión social. Su actitud es considerada profundamente incívica, pero no le importa lo más mínimo ahora que comprende que el suicidio de su hermano fue una postrer muestra de libertad personal y de desafío hacia el sistema. El régimen, consciente de que se halla en juego la propia credibilidad del MÉTODO, decide poner toda la carne en el asador para acallar cualquier atisbo de disidencia.

 

«El método» es una distopía moderna que habla de nuestro presente y circunstancias. Cómo cualquier utopía que busque la perfección social sin tener en cuenta la voluntad del individuo está condenada a convertirse, tarde o temprano, en un aberrante régimen totalitario. Quizás porque en última instancia esta ansiada meta encierra en sí misma una concepción inmovilista incompatible con nuestra propia naturaleza humana, con nuestra necesidad inherente de cambio y continua adaptación al medio que nos hiciera evolucionar como especie inteligente milenios atrás. Consideraciones filosóficas al margen, es evidente que esta novela recuerda poderosamente a «1984», aunque su capacidad especulativa sea netamente inferior a la demoledora clarividencia del clásico de George Orwell. En este caso nos encontramos ante un sistema en apariencia bienintencionado, pero a poco que se arañe su superficie hallamos evidencias de su verdadera esencia: una prisión para el pensamiento libre en el que los poetas son encarcelados por instigar con sus ideas a la rebelión y quienes abogan por la autodeterminación de su propio cuerpo declarados terroristas. Un sistema integrado en su totalidad por “racionalistas de corazón frío”.

 

En la novela, no obstante, fondo y forma discurren disparejos. Un activo narrador omnisciente y un puñado de personajes se disputan unas reflexiones y unos diálogos cargados de discursos panfletarios sobre las bondades y perversiones del sistema, un método francamente poco sutil y hasta molesto de dirigir el pensamiento del lector. Los personajes han sido despojados de buena parte de su humanidad y las normas sociales que rigen el nuevo orden adaptadas a los intereses del libro al extremo de resultar poco creíbles, como la superficialidad de las relaciones interpersonales o la ridícula visión del amor reducido a una mera cuestión de compatibilidades entre dos sistemas inmunitarios. Igualmente, se antoja demasiado idílica la relación fraternal como absurda la explícita crítica a la ciencia cuando, en puridad, sería únicamente condenable la utilización sesgada y oportunista que de ella hacen el poder y algunos personajes interesados; por el contrario, la autora ensalza -bastante ingenuamente- a la filosofía como mecanismo liberador del hombre utilizando para ello al personaje de Moritz, un joven estudiante de filosofía que encarna los valores de un espíritu libre.

 

La novela funciona mediante significativos opuestos: sociedad frente a individuo, seguridad frente a libertad, método y orden frente a naturalidad y riesgo, lógica frente a sentimiento, sensatez frente a locura… pero también sugiere un perverso enfrentamiento entre filosofía y ciencia. Un texto funcional estructurado en capítulos muy breves, como escenas truncadas que giran hacia delante y atrás en el tiempo y donde resulta sencillo encontrar múltiples aforismos: “La salud es un estado de bienestar físico, mental y social absoluto, y no la mera ausencia de enfermedad… Es la encarnación de la voluntad del individuo, su logro máximo y nos lleva a la convivencia perfecta en sociedad”; “Un buen ciudadano no es aquel que sigue al rebaño como un cordero. Un buen ciudadano sufre crisis y dudas, para después apoyar la causa común con mayor convicción todavía” (nótese su influencia orwelliana); “Al verdadero ser humano no le vale con existir, tiene que experimentar su existencia. En el dolor. En el fracaso. En el éxtasis. En la sensación de tener plenos poderes sobre su propio ser, sobre su propia vida y muerte”; “De vez en cuando el poder necesita de un ejemplo para dejar constancia de su fuerza. En especial cuando en su interior se tambalean las creencias”; “Nada ha cambiado. Nunca cambia nada. Un sistema es tan bueno como cualquier otro. La Edad Media no es una época. La Edad Media es el nombre de la naturaleza humana”.

 

Esta obra tiene mucho de teatral: abundancia de diálogo, un argumento de denuncia, escenas planificadas para provocar el deseado efecto dramático, personajes que asumen roles estereotipados, reducidos escenarios, un atrezzo sencillo… Pero esa teatralidad intencionada incurre en ocasiones en el histrionismo caricaturesco (“Sacrificáis a Mia Holl en el altar de vuestra ofuscación”), o elimina líneas narrativas de interés –una descripción más precisa de la realidad y los cambios obrados en el mundo, un auténtico enfrentamiento dialéctico entre la mente racional de Mia y sus sentimientos- olvidando en el proceso que nos encontramos ante una novela. No obstante lo anterior, queda para la posteridad el profundo, íntimo y sentido alegato de la protagonista hacia un mundo al que ha dejado de pertenecer y en el que la única opción posible es el alejamiento que ya adoptara el protagonista de «El mundo feliz» de Aldous Huxley.

 

Juli Zeh es una escritora de prestigio que ha obtenido diversos galardones europeos. «El método» fue publicado originalmente en Alemania en 2009, donde se convirtió en un éxito de crítica y ventas, y ha sido traducida a más de 15 idiomas.

 

 

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